Me sitúo detrás de tí vendo tus ojos con un pañuelo y te digo que no te muevas. Pasan unos segundos. Intentas escuchar no oyes nada. Algo suave te roza la cara. ¿Otro pañuelo?. En efecto, te estoy acariciando la cara con un pañuelo de seda. Sientes en la oreja derecha el picor del pañuelo, te hace unas leves cosquillas cuando pasa por tu lóbulo. Ahora de la oreja derecha pasa a la izquierda. Acompaño las caricias del pañuelo con suaves besos. Tienes tus labios entreabiertos, y notas como el pañuelo pasa entre ellos. La sensación de cosquilleo te empieza a excitar. El pañuelo te acaricia ahora la barbilla y el cuello. Yo sigo con mis labios pegados a los tuyos, en un eterno beso. Te quito la chaqueta. Paso el pañuelo por debajo de tu pelo y por todo tu cuello. Lo recorro de un lado a otro, y el pelo se te mueve con el pañuelo. Lo dejo. Me coloco delante de ti, paso la seda por tus pezones que desde hace rato están están levantados, provocando en tí una excitación cada vez mayor.
Le paso una u otra vez. Sigues de pie. Separo el pañuelo de tu pecho. Ahora me voy a tus piernas por encima de las medias. Bajo al tobillo derecho, por el exterior, giro hacia dentro y paso hacia la parte trasera del tobillo izquierdo para rodearlo y volver otra vez al espacio entre los tobillos; rodeo el derecho y de nuevo al principio. En cada vuelta voy subiendo piernas arriba. En varias vueltas paso por los tobillos, las pantorrillas, las rodillas y muslos. Al llegar a tu falda, el movimiento del pañuelo la va subiendo. Cada vez más hasta llegar a descubrir tus bragas. Las acaricio con el pañuelo, sientes su suavidad en tus otros labios. Me separo de ti. Al oído te digo muy bajito, que te voy a desnudar. Tu te dejas hacer. Te quito la blusa y te bajo la falda.
Me arrodillo, con mis manos en tus muslos te bajo poco a poco la media de la pierna izquierda hasta el tobillo, te quito el zapato, y saco la media por completo y antes de dejarla en el suelo te beso el pie. Hago lo mismo con la otra pierna. Estás de pies con los ojos vendados, solo llevas tu ropa interior. Escuchas. Oyes el rumor de ropa y piensas que me estoy desnudando. Continúas quieta. Pasa el tiempo. Me sientes detrás. Me pego a tu cuerpo. Notas mi desnudez. Acerco mi boca a tu oreja derecha y jugueteo con ella. Me separo. Notas ahora el pañuelo desplegado cubriéndome la cara. Te hace cosquillas en la nariz al moverlo arriba y abajo.
Mi cuerpo más el pañuelo sujeto entre mis manos te abarca por entero. Ahora echo la seda hacia atrás, por tu torso, rozándote los pezones, aún tapados por el sujetador. Das un suspiro profundo de gusto. Ahora la prenda baja, acariciándote el vientre y el ombligo. Sigue bajando. Notas que el pañuelo se separa de tu piel. Un instante y desabrocho el sujetador. Otro momento y notas como bajo tus bragas. Sigues dejándote hacer. Ahora estás completamente desnuda. Y excitada, las caricias del pañuelo te han puesto a punto, quieres más, pero tendrás que aguantarte. Sientes el pañuelo por tu culo, lo paso de un lado a otro. Te pido que abras un poco las piernas, intuyes de que se trata y las separas. Efectivamente, con una mano por delante y otra por detrás, paso el pañuelo, sin apretar, por toda tu raja, desde tu pubis hasta el culo. Una y otra vez. Gimes levemente, te gusta, te gusta mucho. Vuelvo a parar. Te cojo las manos por detrás, te acerco a la cama y te tumbo boca abajo. Cojo un pañuelo mayor y sientes como la seda te cubre por entero, desde el cuello hasta los pies.
Me tumbo encima. Nuestros cuerpos desnudos y el pareo en medio. Entrelazo mis manos con las tuyas. Las muevo ligeramente para hacer pasar la tela entre tus dedos. Es una sensación diferente, más que unas cosquillas, una caricia mano a mano. Aparto mis manos, y las llevo a tus hombros, voy bajando por tu brazo en lentos movimientos de vaivén. La suavidad de la tela hace erizar tu piel con su caricia. Pongo de nuevo mis manos en las tuyas, y mueve el cuerpo arriba y abajo, en una caricia cuerpo a cuerpo. Sientes mi polla erecta entre tus nalgas, mi pecho en tu espalda. Me separo, manteniendo la tela encima de tí. Notas mis manos recorriéndote la espalda, desde los hombros, los laterales hasta casi llegar a tus pechos, recorriendo tu columna hasta alcanzar tu culo. Sigo hacia abajo, por las piernas: muslos, interior de las rodillas, pantorrillas, tobillos, hasta la planta del pie.
Quito el pareo y te coloco boca arriba. Con un foulard te ato una mano y la otra a continuación por detrás de tu espalda. No puedes subir las manos a causa de las ligaduras que te atan por detrás. Ahora dejo caer de nuevo el pareo por tu piel desnuda. Es una sensación tan agradable… Y como rozando las manos por la tela, te voy acariciando los pies, tobillos, rodillas, me recreo en los muslos, paso al vientre, me desvío a los brazos, desde los hombros hasta las puntas de los dedos. Una caricia sin fin. Con un dedo de cada mano rodeo tus pezones, acaricio tus pechos, desde la punta del pezón hasta la base. Arriba y abajo. Bajo hasta tu sexo, todavía con el pareo; lo rozo, dibujando con mis dedos el perfil de ese lugar. El placer es intenso. Abro levemente tu sexo hambriento y un gemido sale de tu boca. Quito el pareo. Vuelves a tener la piel desnuda. Cojo un pañuelo pequeño, lo notas rozar tus pechos en el punto mas sensible. Envuelvo con él un pezón, tiro del pañuelo y lo suelto.
Tu pezón sube y baja. Hago lo mismo con el otro. Ahora notas que mis labios son los que tiran de los pezones. Hago un nudo al pañuelo, lo sientes cuando vuelvo a recorrer con él tu rajita. La dureza del nudo penetra ligeramente. Te separo las piernas para apretar más el pañuelo. El nudo entra por completo y en su movimiento da con el terminal de placer. Una y otra vez. Tus manos quieren acercarse y no pueden. Notas oleadas de placer con cada acometida del nudo a tu clítoris. Terminas llegando a un intenso orgasmo. Tu cuerpo se arquea, jadeos continuos salen de tu boca. Y dura, dura tanto que te sientes desfallecer. Saco el pañuelo de tu sexo. Te desato las manos… Y beso tus calientes labios, mientras te quito la venda de los ojos. El secuestro «No quiero que te vayas, asi que voy a secuestrarte», me dijo mientras reía maliciosamente. Yo le pasé un pie por el pecho, acariciándoselo con él. «No creo que te animes» la desafié. Cogió mi pie y comenzó a besarlo, mientras me decía «Tu no sales hoy de aquí». Riendo traté de incorporarme, pero ella se abalanzó sobre mí y comenzamos a luchar, siempre como un juego. Caí boca abajo con ella sobre mis espaldas y sujetándome las manos. Indudablemente esto lo tenía preparando, porque sacó un montón de cuerdas de debajo de la cama y con una de ellas me ató fuertemente las manos a la espalda. Yo me resistí, pero sin poder parar de reír. Era indudable que ese juego gustaba.
Cuando ya estuve indefenso, me dió vuelta y me estampó un beso, metiéndome la lengua hasta la garganta. «Ahora vas a ser mío todo el tiempo que yo quiera ¿te gustaría?» me dijo con una sonrisa sádica. «Aunque no quiera, ya estoy en tus manos…¿qué vas a hacer conmigo?» No me contestó. Cogió sus bragas que estaban en el suelo y me las metió en la boca, mientras la sujetaba con un pañuelo, que también guardaba bajo la cama. Luego me ató los tobillos uno a cada una de las patas de la cama, dejándome las piernas totalmente abiertas. Finalmente, me colocó una especie de correa en el cuello y la ató con otra cuerda al respaldo de la cama. Ahora sí… yo no podía moverme y estaba a su entera disposición. Pero este juego me gustaba cada vez más, y sentía que mi polla horreaba placer. Comenzó a jugar con mis pies, primero besándomelos y luego aciéndome cosquillas en las plantas, mientras yo me movía desesperadamente e un lado a otro, ahogando mis gritos con la braga-mordaza que me había olocado. Pasado un rato, comenzó a besarme y morderme los pezones, pasando sus dedos por mi barriga… por mis muslos. Y sólo después, se arrodilló ntre mis piernas bien abiertas y comenzó a lamer mi polla. Daba con su engua suaves golpes en mi glande, mientras con sus manos pellizcaba mis ezones. Yo gemía y estaba a punto de correrme. Pero justo cuando estaba a punto de hacerlo, Elena se detuvo. Se incorporó y se quedó observándome sádicamente, mientras yo trataba de gritar, insultándola ahogadamente y retorciéndome de un lado a otro. Cuando disfrutó de mi sufrimiento se arrodilló sobre mí y me quitó la mordaza.
Le supliqué que me hiciera correrme, le prometí que haría todo lo que ella quisiera, pero por favor: «Déjame terminar». Me besó y me dijo acariciándome la cara. «No vas a acabar tu sólo…vamos a terminar juntos». Se colocó de espaldas a mí para hacer un 69, y puso su coño sobre mi boca. Desesperado como estaba, la lengua no me alcanzaba para lamerle todo el interior, que estaba inundado de jugos. Ella gritaba de placer, y comenzó a chuparme con violencia la polla, mientras me metía un dedo dentro del culo hasta casi hacerlo desaparecer por completo. Mis tobillos estaban doloridos, por la fuerza que hacía para liberarme de mis ataduras, pero era imposible. Ya sentía mis manos en la espalda totalmente entumecidas, pero no me importaba. Ambos gritábamos y lamíamos como posesos. Hasta que nos corrimos juntos, entre espasmos desesperados. Estaba casi desmayado, casi no podía ni abrir los ojos. Ella descansó un momento y luego, sin desatarme, me besó en los labios y me acarició todo el cuerpo. «¿Querés que te desate? Casi sin voz, contesté «Haz lo que vos quieras… me siento más tuyo que nunca». Elena se incorporó y comenzó a vestirse, mientras yo seguía atado e intentando recuperarme. Cuando estuvo vestida, volvió a la cama. Sin decir una palabra, me desató los tobillos. «Voy a salir un ratito…pero voy a dejarte atado, para que no te vayas», me dijo con una sonrisa. «No me voy a ir… pero… haré lo que quieras.» Sonrió y volvió a besarme acariciándome el pelo. Juntó mis pies, los besó y volvió a atarlos uno con otro fuertemente.
Me quitó la correa que me unía al cabezal de la cama, me vendó los ojos, volvió a amordazarme, y escuché el sonido de sus zapatos y la puerta de la habitación que se cerraba. Así me quedé largo rato… atado e indefenso, esperando su regreso. Volvió casi una hora más tarde, sin decir nada me desató, me quitó la venda la venda de los ojos y me enseñó el pequeño que acababa de comprar, mientras me contaba la odisea que había pasado al adquirirlo. Estaba contándome entre risas maliciosas la forma en que suponía me iba a chupar el culito antes de introducirme el pequeño vibrador que había comprado. Rocé sus labios y eso la excitó mucho. Me tomó por la cintura, me pegó contra su cuerpo y me besó apasionadamente. Me sentí muy raro pero respondí a su beso, era imposible no hacerlo. En cuestión de minutos rodábamos por la alfombra mientras nos tocábamos por todas partes. Nos detuvo la pared. Contra ella estaba yo viendo cómo Elena comenzaba a chupárme los pezones alternativamente haciéndome sentir agradables sensaciones. Cuando su dedo mano encontró mi húmeda polla, me sentí desfallecer de placer, pero su dedo, al acariciar suave y lentamente mi glande, fue lo que me llevó al extasis.
Su boca no dejaba mis pezones y yo estaba gozando como nunca. No me atrevía a tocarla, en realidad estaba tan excitado que lo único que quería era disfrutar al máximo. Ella lo llevó a su boca y lo introdujo en ella. Me olvidé de todo y me dejé llevar por las sacudidas de un orgasmo que recorría mi cuerpo entero haciéndolo temblar hasta quedar semi-inconsciente. Busqué su clítoris y me concentré en sus pechos. Sus pezones erguidos me volvieron a excitar. Bajé lamiendo su estómago, me entretuve en su ombligo y cuando llegué a su coñito noté que estaba empapado. Zambullí mi cara entre su madeja de pelo y chupé como yo creía que a ella la gustaba. Introduje mi dedo en su culo para lubricarlo e inmediatamente continué chupando su clítoris a la vez que introducía el regalito en su ano. Eso le dolió, pero no dijo nada, siguió jadeando y gimiendo hasta que arqueó su espalda. Aprisionó mi cabeza con mucha fuerza entre sus piernas y finalmente se dejó caer, relajada y exhausta, gozando enormemente.
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