Ni falta hace decir que hacía mucho calor en Sevilla. Con tanto bulto como tenía que llevar se me olvidó parte de mi ropa. Necesitaba algo cómodo para las vacaciones. Estuve dudando entre ir sola de compras, ir con alguna amiga o ir con Arturo, aunque no estaba muy segura que él quisiera acompañarme ya que odiaba ir de compras. Al final decidí ir con Arturo. Hubo ruegos, peticiones e incluso negocioaciones. Podíamos aprovechar la tarde para comprar cosas para mí y también para él. La negociación para que accediese a acompañarme fue dura, me pedía a cambio algo, y yo no sabía bien qué podíamos hacer, aunque seguro que se me ocurriría algo, mi mente a veces funcionaba. No me puse nada, solo llevaba el vestido. Me gustaba la idea de ir así de libre, de cómoda, sin ataduras, y como además tenía que hacer algo para convencer a Arturo de que salir de compras no era tan horroroso… Por supuesto que a él no le dije que no llevaba nada debajo, quería ver su cara de sorpresa cuando lo descubriese. Después de unas cuantas tiendas (que a Arturo le parecieron cientos) en las que nuestra búsqueda resultó infructuosa decidimos meternos en la última, si allí no encontrábamos algo de lo que buscábamos, por lo menos disfrutaríamos del aire acondicionado. Pero en esta ocasión si encontramos ropa a nuestro gusto, así que cargados con un montón de modelitos nos dirigimos a los probadores, eran amplios y disponían hasta de un taburete que le vino de perlas a Arturo, pues ya había comenzado a estar cansado de tanta tienda. Al entrar en el probador, verlo tan grande, con un espejo que ocupaba toda una pared, y recordar que no llevaba nada bajo el vestido, supe lo que le iba a dar a cambio de esa tarde de compras. Él, por supuesto, se sentó en el taburete para observar como me cambiaba de ropa. Teníamos una suave música de fondo. Era el momento ideal para darle una sorpresa.
Cogí el primer vestido que había elegido y le pregunté si le gustaba, a lo que contestó que sí con la cabeza. Le dije que entonces me lo probaría. Me quité el vestido que llevaba puesto y cuando volví a mirar a Arturo sus ojos se salían de sus órbitas de lo abiertos que estaban. «No tenía ni idea de que fueses así, sin nada», me dijo. Yo no contesté. No dije nada, solamente le sonreí picaronamente. Así, desnuda como estaba me acerqué a él y le besé en los labios, le susurré en el oído si no le gustaría hacerme el amor allí, en el probador, en ese mismo instante. El pensar en hacer el amor, y preguntarle si me lo haría, con el riesgo que suponía el que nos descubrieran, nos escucharan, con gente en los probadores contiguos, hacía que me encontrase muy excitada. Agarré sus manos y las puse en mis caderas, estaba de pie frente a él, desnuda, nos miramos a los ojos y supe que él también lo deseaba. Le puse en pie, le quité los pantalones que llevaba, para descubrir que él también me guardaba una sorpresa, tampoco llevaba nada debajo, y cuando le miré para preguntarle por qué no me lo había dicho, una sonrisa de lo más traviesa apareció en su cara. Así, desnudo de cintura para abajo le volví a sentar en el taburete, abrí sus piernas, me arrodillé y metí mi cabeza entre llas para con mi lengua poder acariciar su pene. Mientras con mis dedos jugaba suavemente con mi clítoris y que se pusiera a tono para poder acoger tan maravilloso inquilino en mi interior como era la polla de Arturo. La excitación se respiraba dentro del probador, en un segundo estaba totalmente listo y yo también me hallaba mojada. Me puse en pie, abrí las piernas y me situé sobre él, su pene entró en mi al primer intento. Cuando hubo introducido todo, hasta lo mas hondo de mi, nos abrazamos y comencé un lento movimiento arriba y abajo, muy despacio, y en silencio, pues no nos podíamos exceder al expresar lo que sentíamos ya que cualquiera podía oirnos. Estaba muy caliente, y el saber que nos podían descubrir me excitaba un montón. Subí el ritmo de mis movimientos, me volvía loca aquello y podía permitirme el lujo de creer que a él también le volvía loco, nos gustaba, cada vez le sentía un poco más duro, un poco más cerca de llegar a la cumbre. El sudor se escurría por mi espalda, sus manos me sujetaban por la cintura, el orgasmo se acercaba y como él lo sabía me besó para que no emitiese ningún ruido que pudiese delatarnos.
De repente me agarró más fuertemente, se puso en pie, subió mis piernas a sus caderas y apoyó mi espalda en la pared del probador, comenzó a hacermelo de pie, aquello me encantaba. Se estaba acercando, demasiado, faltaba poco para atravesar la barrera del placer y encontrarnos en el cielo. Comenzó a gemir suavemente, no lo pudo evitar, sentí como todo su calor me lo traspasaba a mí, me sentí inundada de su semen. Habíamos acabado exahustos, se sentó de nuevo conmigo encima, continuaba con su pene aún levantado y comencé a moverme yo otra vez, continuábamos demasiado excitados para dejarlo ahora, aquello no había acabado. Me puse de pie, su semen se escurría por el interior de mis muslos, di dos pasos atrás y mirándome en el espejo mis manos comenzaron a bajar acariciando mi cuerpo, hasta llegar a mi entrepierna, él mientras me miraba. Introduje dos dedos dentro de mi vagina y comencé a masturbarme delante de él, llevé mis dedos mojados, a causa de su explosión, hasta mi boca, los chupé y lamí de la manera más excitante que se me ocurrió, me gustó verme así en el espejo. Él alargó el brazo y me atrajo hacia él, ahora eran sus dedos los que se introducían en el sitio que habían dejado libre los míos. Con su otra mano agarró mi culo. Primero introdujo dos dedos, los comenzó a mover, introdujo uno más, y encontró mi punto. Yo iba a correrme otra vez más, pero de pronto llamaron a la puerta, preguntaron si estaba ocupado, el susto que nos llevamos nos devolvió de nuevo a la realidad. Empezamos a reirnos, podíamos haber continuado pero preferimos parar, nos lo habíamos pasado en grande haciéndolo en el probador. Nos pusimos la ropa y cogimos la que nos íbamos a probar, nada nos había gustado. Esa tarde no compramos nada, pero pensamos volver de compras no tardando.
Elena
Atado Me vendaste los ojos y me hiciste tenderme en el centro de la cama, totalmente desnudo salvo con el slip… ese que te encanta. Estuviste mirándome unos instantes, mi pene casi se salía del slip. Pasaste tu mano suavemente por todo mi cuerpo, deteniéndote en mi polla durante unos segundos. Incapaz de permanecer ya en su envoltorio de tela comenzó a asomar sobre el slip. Cogiste unas cuerdas y me ataste la muñeca derecha a uno de los barrotes de la cama. Mi cuerpo se estremeció ligeramente al sentir el roce de las cuerdas. Repetiste la misma operación con mi muñeca derecha y entonces mi estremecimiento se prolongo unos instantes mas. Atado, con los brazos en cruz, me veía indefenso y a tu total disposición.
Terminaste de desnudarme y pasaste unos minutos chupándome los pezones, mientras acariciabas mi pene. Aún te faltan las piernas, dijiste. Y me ataste los tobillos a ambos lados de la cama. Estaba a tu disposición. Empezaste a darme pequeños mordiscos por todo el cuerpo, y cuando voliste a mis pezones yo, ya gemía de placer. Mi polla decía, ¡cómeme! Y en eso te entretuviste, jugando con tu boca, sintiéndola latir mientras la chupabas lentamente, procurando que no se me derramara una gota, y sintiendo como vibraba todo mi cuerpo. Tu te hallabas también tremendamente excitada y tu coño se estaba deshaciendo cuando te colocaste encima de mi con mi pene penetrándote… Después de moverte un rato, sintiéndo mi polla dentro de ti, notaste mi semen intensamente caliente en tu interior, y tuviste un orgasmo de los que no se olvidan… Me desataste y continuamos besándonos en la cama. El sol entraba por las ventanas y hacia agradable el estar desnudos sobre las sabanas. Me coloqué detrás de tí y te pedí que te arrodillaras, el sol caía directamente sobre tus pechos, tu vientre, yo detrás de tí acariciaba tus tetas y rozaba tu culo con mi pene. Pasé una de las cuerdas alrededor de tu cintura e hice un nudo a tu espalda, luego te até otra a la altura de tu ombligo y la pasé por debajo de tu coño anudándola con la otra. El cordón se metió en tu rajita y al rozar tu clítoris no pudiste evitar un gemido de placer.
Te cogí una mano, luego la otra… las llevé a tu espalda y las até suavemente. Volví a tensar la cuerda que pasaba por tu sexo… y ahora ya gritaste de gusto sin poder contenerte. Entre caricias y roces te tapé los ojos, até tus tobillos, los uní a tus manos atadas y te dejé. Me fuí de la habitación dejándote sola. Veía como te retorcías de placer cada vez que tus movimientos tensaban la cuerda. A ratos sentías mi boca lamiendo tus pezones, mordisquendo tu clítoris, chupando tu coño… y a ratos no me sentías, pero observaba tu placer mientras me masturbaba suavemente. Sentiste como desataba tus manos y quisiste quitarte el pañuelo pero te detuve. Te pedí que bajaras de la cama y te arrodillaras en la alfombra. Me puse delante de tí y te pedí que buscaras mi polla dura… caliente… chorreante… con tu boca, mientras yo tiraba de la cuerda que pasaba por tu coño… hasta que tuviste otro orgasmo. No quise correrme en tu boca. Quité todas las cuerdas que te sujetaban y te llevé a la cama, sentías mis manos recorrer todo tu cuerpo, mientras tu acariciabas el mío. Cogí otra vez una de tus manos, luego la otra, tus piernas, ahora estabas atada a los barrotes de la cama. El sol ya se iba y tus piernas estaban ahora totalmente abiertas sintiéndote indefensa. Comencé a follarte a ratos dulcemente, a ratos con fuerza, Igual que lo llevábamos haciendo a lo largo de todo aquel maravilloso día. Al fin me corrí en ti… sentiste de nuevo mi semen caliente en tu interior, mientras notabas como otro orgasmo recorría tu cuerpo.
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