Hola, soy travesti de closet del D.F., no empezaré contando cómo fue que me empecé a vestir, ni mi primera experiencia con un hombre como muchas chicas como yo acostumbran, sino quiero contarles la que probablemente es la experiencia más caliente de mi vida hasta ahora. Lo más curioso es que ni siquiera tuve contacto físico, es más, ni siquiera he puesto un pie afuera de mi casa vestida como chica, pero ese día fue inolvidable.
Mis padres trabajaban y yo acababa de salir de la universidad, así que sin empleo aún, aprovechaba las mañanas para ponerme linda con algunas prendas que había comprado y que mantenía bien escondidas en el armario. No necesitaba peluca, pues como era joven traía el cabello bastante largo, llegándome casi a la mitad de la espalda. Me hacía dos alborotadas coletas como colegiala y así lucía mi cabello castaño claro. Por otra parte, tenía un corset ajustadísimo de color negro con encajes rojos, que al ponérmelo me daba un súper cuerpo acinturadito y me formaba redondos pechos de manera natural. Bajé mucho de peso en el año previo, así que bastaba apretarme un poco para que se me vieran unas tremendas tetotas.
El corset tenía liguero integrado, pero prefería no usar medias porque me gustaba como se veían las ligas colgando. Eso sí, acompañaba el vestuario con zapatos de plataforma negros, tanguita tambien negra de hilo dental, aretes de broche con forma de flores y un crucifijo de oro en una cadenita al cuello, que por cierto, obtuve como regalo en mi primera comunión. Para el maquillaje era discreta, un poco de polvo, labial fuchsia, sombras rosas y rimel para resaltar mis grandes ojos verdes. Ya todo en conjunto hacía que me viera como la teibolera más guapa y sabrosa que se imaginen, además grandotota, pues mido 1.82 m.
Soy de tez blanca y facciones muy finas, ya que tengo descendencia rusa, por lo que ya arreglada y verme al espejo, hasta a mi me daban ganas de metérmela. Después de dejarme hecha todo un bizcocho, lo único que hacía era buscar imágenes de penes en internet, que desperdicio dirán. Ocasionalmente encendía un cigarrillo sólo para sentirme más puta de lo que ya me veía, así que ese día, para que no se encerrara el humo decidí abrir un poco la cortina y la ventana. Les juro que no la abrí ni 15 centímetros, según yo no se alcanzaba a ver nada hacia adentro.
Mi sorpresa fue que frente a la ventana de mi casa, a unos 20 metros, estaban construyendo un centro comercial. Los trabajos llamaron mi atención y permanecí cerca de la ventana fumando. Había varios albañiles musculosos sudando a pleno rayo del sol. Como imaginarán, se me hizo agua la cola, perdón, la boca. No hay nada que me excite tanto como los cuerpos fuertes y morenos de los trabajadores de la construcción. Sus brazos musculosos llenos de venas me hacían fantasear acerca de otras partes hinchadas y venudas de sus cuerpos.
Mis pezones duros y rosados crecieron cual cerezas mientras sigilosamente los observaba fumando. Había unos 10 hombres trabajando hasta donde podía ver, aunque llamó mi atención uno que se separó del grupo, el más moreno. Quizá porque soy muy blanca los morenos son los que, en contraste, más me atraen. El tipo se fue hasta un rincón solitario y ¡zaz!, que se saca la verga. Era bien prieta y venuda, tal como la había imaginado. Era tan gorda y larga que hasta pesada se veía. Estaba fascinada ante tal espectáculo, dándome un buen taco de ojo, cuando en realidad se me antojaba un buen taco de venas.
El albañil se puso a orinar, para eso se había separado, supuse. Yo no hacía más que lamer mis labios mientras tocaba mis pezones excitada con una mano, mientras que en la otra sostenía el cigarro. No miento cuando digo que un chorrote de orina le salió de su miembro por más de 30 segundos. Al terminar de mear, se la sacudió de tal forma que yo sentí que se me sacudía el alma, pero lo más impresionante fue que no se la guardó, sino que la dejó balanceando en el aire un rato más, antes de voltear a verme directamente, señalarme y luego señalarse el tremendo animalón que le colgaba.
En ese momento, no supe qué hacer, me quedé inmóvil, anonadada. El sujeto me había estado observando cuando según yo era imposible que me viera. Con sus ojos aún clavados en mi escultural cuerpo, decidí responder a su mirada acariciando mis duros pezones. Él se agarró el pitote para levantarlo y apuntarlo hacia mi, dándomelo a desear, pues. Sentía que me derretía imaginando esa riatota adentro de mi ser y sus labios sin despegarse de mis chichis. Pasaron unos cuantos segundos y por cortesía le saqué la lengua saboreándome su cosota.
Grave error. El albañil me chifló, ya saben, como cuando pasa una chica guapa frente a la construcción. ¡Y madres! Todos los trabajadores voltearon a verme y el sinfín de piropos y silbidos no se hizo esperar. Una decena de tipos tal y como me gustan me estaban prácticamente cogiendo con la mirada. Yo con cigarro en mano, tetas de fuera, pezones parados, coletas y maquillaje, era el centro de atracción. Por un momento tuve la fantasía de cruzar hasta donde estaban y que me echaran montón, sentir uno en cada mano, uno en cada teta, otro en mi boca, otro en mi cola y el resto masturbándose hasta terminar sobre mi.
Hubiera sido divino, pero no, en menos de un segundo cerré la ventana y la cortina. Lo mejor fue que permanecieron a la expectativa unos 15 minutos silbando y gritando cosas como: ¡güera! ¡güera!, ¡mamasota!, ¡chichona!, ¡reina! Ninguno se percató de que había visto una travesti. Y no los culpo, la verdad sí lucía increíble. Después regresaron a sus arduas labores y yo a mi vida. Todo fue tan rápido y tan excitante que casi 15 años después, frecuentemente me masturbo pensando en esa ocasión, en ese pitote venudo, ese montón de hombres y lo que pudo haber sido. No lo sé, si pudiera volver a vivir ese momento quizá sí me aventaría.
Así que si usted trabaja en alguna construcción póngase buzo, esté al pendiente, pues una hermosa travesti podría estar observándolo con un antojo desmedido. Es más, si usted es un albañil ardiente, morenote y lleno de venas donde ya sabe.
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