Si algo le desagradaba profundamente a Elena era salir corriendo de su casa con la sensación de que llegaba tarde, de que sería impuntual y eso afectaría a su imagen de mujer responsable y exacta. Bueno, ese día la llamaron a última hora desde su oficina avisándole que tenía que ir en escasos 15 minutos, que la esperaban en el salón de reuniones, que era indispensable su presencia allí. Les avisó que iría, pero que sino llegaba en esos 15 o 20 minutos en que la esperaban, se dieran cuenta de que era nada más y nada menos que problemas de tránsito, después de todo, debería tomar la autopista y a estas horas no estaba precisamente despejada. Se colocó el abrigo, fue hasta la cochera y cuando quiso arrancar su camioneta vio que estaba sin bateria! Eso no podía estar sucediéndole a ella, no justamente ahora!!!. Rendida ante la evidencia de que realmente no arrancaría, salió disparada del garage y se dirigió al medio de la calle a esperar un taxi. Mientras lo esperaba pensaba en que le saldría una fortuna ese viaje en taxi, pero después de todo, si desde la oficina la querían enseguida, pues serían ellos quienes se harían cargo de los gastos de traslado, así que por ese lado se relajó y cuando volvió a la realidad de la calle, vio venir un taxi libre. Le hizo señas de que se detuviera y subió. Mientras cerraba la puerta le dio las instrucciones al taxista de la dirección a donde debería llevarla y recién cuando se acomodó en el asiento, miró al conductor por el espejito delantero. La verdad es que si ella hubiera visto esa cara antes, no subía.
El hombre que manejaba era morocho, morocho, morocho. Ojos rasgadísimos de color negro profundo, piel color chocolate, cejas arqueadas que le daban un aire diabólico que daba miedo, labios gruesísimos y el taxi entero olía a hombre, casi se podia decir que a macho, a trabajador, mezclado con un leve aroma a cigarrillo y ese perfume que tanto le agradaba a ella que era el Carolina Herrera de hombre. Lo que Elena no alcanzó a determinar al principio, era si ese perfume provenía del taxista o si lo había dejado un pasajero que había subido antes. Sea cual fuere la historia, ese pequeño ambiente era una mezcla de aromas increíbles y si algo erotizaba a Elena era justamente eso: Aroma varonil, su perfume preferido y tabaco. Tratando de alejar esa señal de alerta que emitía su cerebro, se concentró en darle correctamente la dirección al chofer y tratar de no ponerse nerviosa con la cantidad de coches que iban delante de ellos. La marcha era lenta, lentísima y eso exasperaba terriblemente a Elena así que le preguntó al chofer si podía fumar un cigarrillo y cuando estaba por encenderlo, el mismo se estiró hacia atrás y le alcanzó fuego. Ese pequeño gesto le encantó a Elena quien aceptó gustosa y encerró entre sus manos las del taxista que sostenían el encendedor. Aspiró el cigarrillo para encenderlo y mientras la lumbre consumía la primera porción de tabaco y papel, los ojos de ambos se cruzaron por encima de la llama y ese leve contacto de las pieles, encendió la de Elena rápidamente. Se soltaron en dos segundos y siguieron la marcha.
Elena fumaba y miraba impaciente por la ventanilla, se movía inquieta en el asiento, tamborileaba los dedos contra su falda, pero el tiempo avanzaba y el taxi no, la fila de coches era increíble, ni siquiera habían hecho dos cuadras y hacía como diez minutos que estaba sentada en aquel coche. Tomó su celular, llamó a la oficina, explicó lo que sucedía y cortó. No podía volverse a su casa ni tampoco ir caminando así que se resignó a la espera. Ahora que había llamado a la oficina y había avisado lo que pasaba, estaba algo más tranquila (aunque no menos fastidiada por la tardanza y el contratiempo), pero sin embargo alguna molestia le quedaba y no fue sino hasta que miró el espejo del taxi que comprendió de que se trataba. La mirada del chofer no la abandonaba. Esos ojos negros rasgados, los mismos que se habían cruzado con los suyos por encima de la llama del encendedor no dejaban de examinarla. Se chocaron las pupilas de los dos y ella, pudorosamente, miró para otro lado hasta que se aseguró de que el no la miraba más. En ese instante lo recorrió ella. El color de su piel le encantaba, el cabello renegrido se hacía más largo sobre la nuca, tenía un cuello fuerte, tenso y a pesar de la camisa que llevaba, se adivinaba un pecho amplio, fuerte, musculoso. Lo que más le gustaba a Elena de lo que veía, era ese aire animal que se escapaba por cada poro de esa piel masculina. Estaba tan metida en esa radiografía que no se dio cuenta de que sonaba el celular hasta que el mismo chofer se lo avisó. Era su madre, que quería saber donde estaba. Habló solo unas palabras con ella y cortó. Recién después de cortar la llamada agradeció el aviso y cayó en cuenta de la voz profunda y ronca que se lo había dicho y le sumó otro punto más a ese hombre que, definitivamente, le gustaba. Que pena que estuviera tan apurada!!!! realmente era para hacer un viaje larguísimo, aunque más no sea para disfrutar un poco más de semejante obra de la naturaleza. Llegaron a destino a los 25 minutos y cuando Elena estaba pagándole el viaje, el hombre le extendió una tarjeta con el nombre de la empresa de taxis y el número de interno, por cualquier otro viaje que necesitara hacer. Bien, esa oportunidad seguramente no se desperdiciaría, pensó Elena para sus adentros. Bajó rapidamente del coche, entró al edificio, tomó el ascensor y se dirigió corriendo a la sala de reuniones. Permanecio allí dentro, por espacio de unas cuatro horas más o menos y de tanto en tanto, la imagen de quien manejaba esa taxi se le cruzaba por la mente. Realmente ese hombre la había impactado, tenía un aire salvaje y sensual muy particular, esos ojos negros rasgados… En fin, le parecía muy atractivo y seguramente llamaría en algún momento a la empresa para que ese mismo interno la llevara a algun otro lugar. Al termino de la reunión un compañero se ofreció a llevarla a su casa y cuando salían del edificio, para su sorpresa, se encontró con el mismo taxi que la había llevado hasta allí, estacionado, esperando. Quien manejaba, al verla, salió del auto y se le acercó. Recien ahí, Elena pudo ver la dimensión de ese físico, la altura de ese hombre, la amplitud de ese pecho y no pudo evitar sentir una excitación especialísima y un atisbo de deseo infernal. El motivo de que estuviera alli, esperándola, era que ella sin darse cuenta, había olvidado su celular dentro del coche y el chofer decidió esperar a que saliera para entregárselo. Al margen, se ofreció a llevarla nuevamente a su casa y le pareció un gesto de descortesía rechazarlo. Ofreció sus excusas a su compañero de oficina y se subió al taxi.
El camino de vuelta era más distendido porque nadie los apuraba, pero Elena seguía sintiendo algo de inquietud al ver como la miraba el chofer por el espejo retrovisor. Era una ilusión óptica de ella o el la miraba con deseo?? Sincerándose consigo misma, Elena pensó que una de sus fantasías siempre había sido hacer el amor dentro de un taxi, con quien lo manejara, siendo un perfecto desconocido y la inquietó aun más pensar que podía llegar a hacerlo en ese mismo instante. ¿Y sí lo seducía? ¿Y sí lo provocaba? ¿Respondería?… Sería cuestión de probar. Entabló una charla pasajera con el, le agradeció profundamente el detalle de esperarla y devolverle el teléfono y le habló en un tono de voz intimísta, mirándolo fijamente por el espejo, cruzando y descruzando sus piernas, quitándose el abrigo, dejando ver su figura enfundada en esa blusa blanca de seda, cuyos dos primeros botones delanteros estaban sugestivamente abiertos. El taxi avanzaba lentamente por la avenida, aunque el tráfico no era tan importante como el de la tarde, nada parecía indicar que alguno de los dos tuviera prisa por llegar a destino. Decidió tomar la iniciativa y comenzó a acariciarse el cuello muy despacio, dejando deslizar sus dedos hasta el nacimiento de sus pechos y volviendo a subir, sin dejar de mirarlo por el espejo. Vio como respondían los ojos del chofer, como seguía el movimiento de las manos femeninas a través del espejo y sin más ni más, estiró su mano derecha hacia atrás encontrando una de las rodillas de Elena y comenzando a acariciarla lentamente, sin prisa, sintiendo la tibieza y la suavidad de la carne por encima de las medias de seda. Con la mano izquierda manejaba, con la derecha acariciaba y el cuerpo de Elena estaba comenzando a responder, sentía la dureza de la mano de aquel hombre rozando su piel y se le aceleró la sangre, le gustaba ese contacto casi primitivo, le encantaba que el hubiera respondido a su provocación. Elena lo ayudó abriendo sensualmente sus piernas, dejando un espacio para que esos dedos siguieran más arriba de la rodilla y seguía manteniéndole la mirada, firme, sensual, viendo como brillaban ante cada avance de la mano masculina y sabiendo que a ese hombre le agradaba lo que iba encontrando en el camino y que iría por más, que no se quedaría quieto entre sus muslos, que avanzaría hasta que tuvieran que detener el coche para poder disfrutar aun más de aquellas caricias. Cuando la mano llegó hasta el portaligas lo bordeó con uno de sus dedos, lo acarició torpe, pero sensualmente, metió uno de los dedos entre la seda y la carne y apretó, apretó el muslo sintiendo la turgencia de la carne, la tibieza de la piel femenina y el estremecimiento de Elena ante aquel toque animal. Se estaba complicando el manejo, el taxi avanzaba cada vez más lento, conforme aumentaba la intensidad de las caricias, pero no podía detenerse, ese hombre quería seguir explorando y la mujer quería seguir siendo explorada. Elena se había deslizado de su asiento hacia adelante, dejando las piernas lo más estiradas posible como para que las manos masculinas tuvieran menos trabajo en llegar a donde desearan. En el mismo instante en que los dedos rozaron el borde de la ropa íntima de Elena y quisieron seguir más alla, el taxi giró hacia la derecha y a toda carrera encaró hacia lo que Elena vio era un callejon oscuro, descampado, apartado de las luces y el ruido de la ciudad.
En menos de dos minutos, el coche se había estacionado y aquel hombre sensual y salvaje estaba sentado al lado de Elena, en el asiento de atrás, tomándola de los cabellos y besándola con furia, mientras sus manos, ambas, enteras, callosas, la recorrían con furia a lo largo de todo su cuerpo. Ahora si podían acariciar la entrepierna de Elena con comodidad, ahora si sus dedos la tocaban por encima de su ropa interior, la pellizcaban , la apretaban, mientras ella hacia lo propio ejerciendo una leve presión sobre la entrepierna masculina, que emanaba calor por encima del jean y parecía pedir libertad a gritos. Sin pedir permiso y de un solo tirón, Elena sintió como el taxista desgarraba su prenda íntima, la hacía girones y dejaba su carne a merced de los dedos inquietos, que no tardaron en abrir los labios vaginales y comenzar el camino interno del placer. Hurgaron sin piedad, se mojaron con las humedades de Elena, mientras que la boca de aquel hombre se encargaba de sus pechos, de morderlos por encima de la blusa blanca, de endurecer aun más los pezones. Las manos de ella se hundían en el pelo masculino y cuando deseó desde lo más profundo de su alma, sentir el roce de los labios sobre sus pezones sintió que las manos subían, rompían la tela de la blusa y los dejaban a merced de esa boca que, ante el primer contacto con sus pechos, la sintió más salvaje aun que los dedos. Esa lengua enloqueció a Elena, iba de un pecho al otro, cuando la abría por completo llegaba a absorber completo sus pezones, los lamía de lado a lado, hacía que ella fuera una sola llama, que necesitara que la mordiera y le diera mezcla de dolor y placer. Le pedía en susurros que la mordiera, que le masajeara ambos pechos, necesitaba sentir como esa lengua se arrastraba por sus senos, como los dejaba ardiendo, como succionaba, ver como sus pezones se enterraban en el paladar del taxista, mientras sentía unos leves gruñidos de gusto que salían de aquella boca enloquecedora. Cuando sus pechos habían sido comidos por completo, las manos volvieron a la entrepierna femenina y cuando ella sintió nuevamente como esos dedos la acariciaban por dentro, comenzó a sacar la camisa que cubría la espalda del varón, la quitó por sobre esa cabeza renegrida que la excitaba tanto y dejó deslizar sus uñas por la carne, arañando sensualmente la extensión de piel que despedía ese olor que tanto había excitado a Elena cuando subió al taxi unas horas atrás. Una vez que los dedos hurgaron cuanto pudieron, aquel hombre sensacionalmente salvaje abandonó con su boca los senos de Elena y llegaron a su vagina, cortándole el aliento al apoyar la lengua sobre los labios vaginales. Elena estaba apoyada contra la ventanilla izquierda, su espalda recostada contra la puerta, sus caderas apoyadas en el asiento, sus piernas elevadas al cielo, con las rodillas flexionadas en el aire, dejándole el angulo perfecto a la boca masculina para que se hiciera cargo de ella, para que trabajara toda su pasión allí, para que no dejara lugar sin probar, sin comer, sin lamer, sin degustar. Ahora las manos de ella enterraron esa cabeza dentro de sus muslos, pidió la lengua dentro, le exigió que la lamiera, que la chupara por completo, necesitaba sentir como la lengua del taxista la penetraba, recogía sus líquidos y los esparcía por todos lados, necesitaba saber que a el le gustaba su sabor, que se relamía, que su flujo se quedaba adherido al paladar masculino, que sus labios quedarían impregnados por su sabor. Y el la complacía, succionaba, chupaba, la comía deliciosa y brutalmente, elevaba las caderas de ella para arrastrar el flujo que manaba copiosamente desde la vagina hasta el agujero pequeño de su trasero, marcaba a fuego el camino, hacía girar allí, en ese pequeño borde, la lengua y cuando sentía que se dilataba, colocaba la punta de la lengua, amagando una penetración, dándole solo un inicio de placer incontrolable. Los músculos de Elena se dilataban para recibirla y se contraían para retenerla solo instantes, el vientre femenino era fuego puro, estaba abierta y expuesta a aquella boca y siempre pedía más y más. Los dedos del varón seguían a la boca, iban de la vagina al ano, intermitentemente, acariciando, bordeando, excitando, penetrando. No tardó Elena en alcanzar un orgasmo maravilloso y decidió que quería satisfacer su propia boca y devolverle algo de ese placer infinito a quien se lo había dado. Se incorporó como pudo (el espacio era algo reducido, pero eso lo hacía más excitante aun) y ahora quien permanecía apoyado en la puerta opuesta era el taxista, quien dejó su entrepierna a cargo de esa hembra tremenda que el destino le había puesto en el camino de su taxi. Con la fuerza que le daba la pasión, Elena liberó la prisión de los jeans y tomó el pene del hombre entre sus manos y después de admirarlo por su dimension y su color maravillosamente rosado, lo acarició lentamente, colocó su boca alrededor de su punta y dejó que su lengua la lamiera, sintiera su sabor excitantemente masculino, que sintiera su tibieza, las primeras gotitas de líquido sobre ella. Abrió la boca completa y después de dos intentos, logró absorberla por completo, notando como el hombre se estremecía de placer, como emitía sonidos guturales en señal de gozo, de maravilla. Es que realmente a ella le encantaba sentir ese pene dentro de su boca, le fascinaba su sabor, su tamaño, su tersura. Crecía y crecía ante cada entrada en su paladar, se entibiaba ante la fricción de los labios femeninos contra su piel, se convertía en lanza de fuego cada vez que ella dejaba vagar la lengua por toda su extensión. Apoyó suavemente el pene erecto sobre el vientre masculino y su boca bajó hacia los testículos, tratando de aliviar con sus labios y su lengua la tensión de la excitación que se concentraba allí. Los lamió despacito, los dejó jugar entre sus labios y su paladar, los absorbió y los dejaba salir de su boca lentamente, como arrastrándolos y sintiendo las manos del hombre que empujaban la cabeza femenina más y más cerca de la ingle, aceptando tácitamente, agradeciendo tanta maravilla. Elena jugó con el pene, acarició sus pezones con su punta, lo colocó entre ambos senos y dejó que las caderas del varón hicieran el juego de penetración, que el pene friccionara la piel de los senos, mientras ella inclinaba su boca para poder lamerla mientras subía y bajaba, dejando que entrara solo la punta en su boca mientras el movimiento continuaba y los espasmos masculinos se sucedían uno tras otro. Pero ella no quería el orgasmo definitivo de él ahora, quería que fuera uno solo y completo, así que lo abandonó cuando el estallido estaba próximo, lo obligó a incorporarse, se reclinó nuevamente contra su lado y dirigió con sus manos el pene hasta la entrada de su vagina. Sin demoras la penetró, como sí de un puñal se tratara, el pene entró en ella de un solo movimiento, quitándole momentáneamente la respiración, pero gozando de esa entrada a pleno. Una vez adentro, ante cada embate del pene, Elena cerraba sus músculos vaginales para retenerlo, para que la salida costara más , para que la fricción y la fuerza fueran mayor y el placer intenso. Las manos masculinas guiaban el pene adentro de la vagina de ella, lo sacaban, rozaban el ano, excitaban cuanta carne y piel encontrara en el camino y volvía a entrar. La cantidad de líquido que ella despedía hacía fácil cualquier intento y el taxi se había inundado de olor a hembra, a macho, a sexo puro. Después de dos o tres embates furiosos dentro de la vagina de Elena, se dedicó a su ano. Subió las caderas de ella hasta donde pudo y la penetró, le quitó el aire, la enloqueció entrando y saliendo de uno y otro agujero alternadamente, rozaba con su pene el clítoris de ella para después volver a tomarla por detrás, mientras que sus dedos también penetraban la boca de ella, dándoselos empapados de flujo, para que Elena saboreara su excitación, para que su boca no sufriera el abandono de su pene. En forma desenfrenada el se sentó derecho en el asiento y como sí de un pase mágico se tratara, tomó a Elena de la cintura y la sentó frente a sí, hundiéndole su pene dentro, dejando que ella lo montara, que lo cabalgara, pudiendo mirarla de frente, dejando que las pupilas de ambos se tocaran. Un shock eléctrico recorrió a la mujer cuando vio la cara del taxista bañada en sudor, sus ojos dilatados de pasión, de sexo, de locura. Los senos de Elena quedaron a la altura de la boca masculina y mientras subía y bajaba descontroladamente sobre las caderas de él, esa boca se encargaba de chupar los pechos que se bamboleaban frente a sus ojos en un rítmico movimiento de ascenso y descenso. La espalda de Elena se arqueaba hacia atras, ofreciéndole más y más sus pechos para que hiciera con ellos lo que deseara, dejando que se los comiera completamente. Y así, en medio de aquella danza de pasión, les sobrevino un orgasmo pocas veces sentido por ambos, un orgasmo que los dejó exhaustos, distendido él sobre el asiento, con la cabeza de Elena sobre su pecho, tratando de controlar la respiración de los dos, tratando de recuperar el aliento y saboreando el éxtasis del cansancio más maravilloso que los dos hayan podido experimentar. Elena había cumplido su fantasía… El taxista había ganado una pasajera vitalicia más.
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