Hace años, cuando yo era pequeño, mis padres tenían la costumbre de quedar los sábados por la tarde con los amigos para jugar a las cartas.
Quedaban todos los sábados y cada sábado las partidas se celebraban en casas distintas, y, aunque eran los hombres los que realmente jugaban, les acompañaban siempre las mujeres y frecuentemente los hijos pequeños, de forma que lo normal es que hubiera unos cinco o seis matrimonios cada sábado.
Los anfitriones preparaban unos aperitivos que se complementaban con lo que cada uno traía, de forma que siempre había bastante comida y bebida, normalmente refrescos para los más pequeños y cervezas para los adultos, reservándose siempre las bebidas alcohólicas para los hombres cuando echaban sus partidas de cartas.
Recuerdo especialmente aquél sábado de verano que tocaba jugar en nuestra casa donde nos reunimos al menos unas diez personas, menos que en otras ocasiones, ya que uno de los varones, asiduo a estas reuniones, no había venido acompañado de su pareja, sino de otro hombre, indicando que su mujer y sus hijos estaban en la casa del pueblo con sus padres, por lo que le acompañaba un amigo.
La velada transcurrió más o menos como siempre. Los hombres hablando de política o de futbol, las mujeres de chismorreos o de vestiditos, y los niños jugando y corriendo por la casa, aunque en más de una ocasión pillé a los dos amigos mirando descaradamente el culo y las tetas de mi madre, así como cuchicheando entre ellos. Sabía que hablaban de ella y me fijé sorprendido como los bultos bajo sus braguetas se hinchaban.
Como siempre, las cartas se dejaban para el final, cuando ya se habían agotado casi todas las viandas y refrescos, y fue entonces, cuando la cosa poco a poco fue cambiando.
Según avanzaba la noche las familias se iban marchando, dejando cada vez menos hombres jugando a las cartas, y, los que quedaban, estaban cada vez más ebrios de consumir tanto alcohol y fumar tanto tabaco, lo que se traducía en más voces, carcajadas y ruidos.
Cuando mi madre despidió en la puerta al último matrimonio, yo subí a mi cuarto para dormir, y, deteniéndome en las escaleras, contemplé desde arriba cómo mi madre entraba en el salón donde todavía mi padre con un par de amigos jugaba a las cartas. Estos eran los dos hombres que habían venido a la fiesta, sin mujer ni hijos ni prisas por volver a casa.
Mi madre se despidió de todos ellos, indicando que ya estaba cansada y que también se iba a la cama.
Se acercó a los dos amigos para despedirse y les dio un par de castos besos en las mejillas a cada uno, aprovechando éstos para, sonriendo bobaliconamente, mirar descaradamente las tetas de mi madre que se asomaban por el escote de su vestido, así como tocarla disimuladamente el culo y la cintura.
Al girarse hacia mi padre y darles la espalda, las miradas de los dos amigos se clavaron lujuriosamente en las piernas y en el culo de mi madre. Miradas que debieron pasar desapercibidas a mi madre, pero no a mí, eliminando de un plumazo todo vestigio de cansancio o sueño.
Un ligero beso de mi madre a mi padre en la boca fue respondido por este, metiendo su cabeza por el escote del vestido de ella, y besuqueándola y lamiéndola las tetas, mientras la sujetaba con las dos manos las nalgas por debajo de la falda para que no escapara.
Cuando ella, forcejeando durante casi medio minuto, logró soltarse, tenía la cara colorada de vergüenza, no como mi padre que miraba triunfante a los dos hombres, como retándoles, pero sin decir ni una sola palabra:
¡Esta hembra es mía y gozo con ella cuando quiero, donde quiero y cómo quiero! ¡Jodeos, gilipollas!
Mi madre le recriminó en voz baja:
No bebas más, por favor. Estás borracho.
Pero mi padre la respondió gritando, levantándola la falda por detrás, y enseñando a los dos hombres el culo macizo y respingón de ella apenas cubierto por unas braguitas blancas que se metían entre los dos cachetes:
¡Enséñanos el culo, culo gordo! ¡Que vean lo que me follo todas las noches!
Tirando de su falda hacia abajo, se la logró bajar y se alejó deprisa de mi padre, saliendo casi a la carrera del salón, mostrando el rostro aún más encarnado.
Carcajeándose, siguieron su culo con la mirada, mientras mi padre, borracho, la gritaba, balbuceando:
¡Corre, culo gordo, corre! ¡Que ya te daré yo cuando suba una buena ración de rabo en ese culazo que tienes!
Al borde del llanto, mi madre, subiendo rápido por las escaleras, me alcanzó en el rellano y, poniendo su mano en mi hombro, me empujó suavemente y me dijo con dulzura:
¡Venga, hijo, a la cama, que ya es tarde!
Subí delante de ella, sin olvidar las miradas que la echaron y cómo mi padre la humilló en público.
¡Odiaba a mi padre cuando bebía y cómo se portaba con mi madre!
Entró mi madre conmigo en mi dormitorio y me ayudó a quitarme la ropa que llevaba y ponerme el pijama, luego metiéndome en la cama, me tapó con dulzura y me dio en la frente un suave beso de buenas noches.
Cerró lentamente la puerta a sus espaldas y la escuché encaminarse a su dormitorio, cerrando la puerta una vez hubo entrado.
Todavía recordaba las miradas que le echaron los dos hombres, impidiéndome conciliar el sueño, así que, después de llevar casi media hora en la cama sin poder dormirme, me levanté y, descalzo, salí en silencio de mi dormitorio, cerrando con cuidado la puerta. El único ruido que se escuchaba venía de abajo, de las voces que daba mi padre y los dos hombres.
Descendí sigilosamente por las escaleras hasta que pude ver a mi padre jugando todavía con los dos hombres a las cartas. Aunque dado el estado de embriaguez que tenían, más que jugar, bebían y balbuceaban, más que hablaban, en voz alta.
En cuclillas, amparado en la oscuridad, los observé con detenimiento. Poco a poco se fueron apagando hasta que mi padre, de pronto, se quedó dormido en el mismo asiento donde estaba sentado. Le escuché roncar ruidosamente, y, sorprendentemente, los dos amigos parecía que, en ese momento, estaban totalmente sobrios, ya que se dirigieron uno a otro miradas cómplices, sin intercambiar ni una sola palabra, y, al asentir con la cabeza uno de ellos, el otro se quitó en un momento los zapatos y se levantó de su asiento sin hacer el más mínimo ruido.
Pasó frente a mi padre, mirándole fijamente, pero éste ni se inmutó, continuó durmiendo profundamente. A continuación el hombre salió del salón y se dirigió hacia las escaleras, motivando que yo, sorprendido y sin querer que me viera, me moviera de donde estaba, deprisa pero en silencio, y subiera por las escaleras, camino de mi dormitorio.
Cuando iba a abrir la puerta para entrar, atisbe la frente del hombre, subiendo las escaleras y llegando al piso donde yo estaba. Temiendo que pudiera hacer algún ruido que delatara mi presencia, abandoné la idea de entrar en mi dormitorio y caminé deprisa, dejando a un lado la puerta del dormitorio de mis padres.
Me precipité a la terraza, donde, agazapado, esperé que desapareciera el hombre. No sabía qué hacía allí arriba, en el piso superior de nuestra vivienda, ya que, si lo que buscaba era el baño, había uno en el piso de abajo, próximo a donde jugaban a las cartas. Quizá deseaba tomar el aire fresco, ya que dentro de la casa hacía demasiado calor, y saldría a la terraza, pillándome allí mismo.
Pero no entro ni en el baño ni salió a la terraza, sino que ¡le escuché abrir la puerta del dormitorio de mis padres! Sorprendido, miré por la ventana al interior del dormitorio, y allí, iluminado por la potente luz de la luna llena que entraba por la ventana, observé al hombre, dentro del dormitorio, cerrando sin hacer ruido la puerta.
Seguí su mirada hasta la cama de mis padres, y sobre ella, mi madre, tumbada dando de espalda a la puerta, sobre la cama, con las piernas dobladas hacia delante y cubierta solamente por unas finas braguitas. Parecía que dormía profundamente.
Mi mirada se dirigió nuevamente al intruso y vi como acababa de quitarse el pantalón, quedándose completamente desnudo. Dejando tiradas todas sus ropas en el suelo, se acercó sin hacer ruido a la cama. Entonces fue cuando observé su gigantesco cipote, tieso y erguido, que, violando las leyes de la gravedad, apuntaba al techo.
¡No me lo podía creer! ¡Estaba impresionado, impresionado y muy excitado sexualmente! Pero ¿qué iba a hacer? Por un instante pensé inocentemente que se había equivocado, que estaba muy cansado y borracho, que solamente quería dormir, no sabiendo que allí dormía mi madre, o quizá solamente quería dormir en la primera cama que encontrase, pero sin molestarla, sin molestar a nadie, solo descansar, pero enseguida salí de mi error.
Lentamente se tumbó en la cama, deslizándose hacia donde reposaba mi madre. Colocó su mano derecha abierta sobre una de las nalgas de ella, y, al no causar ninguna reacción en mi madre, la empezó suavemente a sobar, dirigiendo su mano a las braguitas de ella, que agarró y movió hacia un lado hasta que descansaron sobre uno de los cachetes.
Se acercó más a ella y tanteó con sus dedos entre las piernas de mi madre, y, al encontrar su objetivo, hacia allí dirigió su rígido cipote, intentando metérselo entre las piernas, pero, al estar tan juntas, no lo consiguió, por lo que la empujó suavemente por las nalgas, a pesar de que mi madre, sumida en un profundo sueño, emitió algo parecido a una leve queja, hasta que poco a poco consiguió tumbarla bocabajo sobre una abultada almohada que colocó previamente en la cama a la altura de la pelvis de ella.
Tumbada bocabajo sobre la cama, con el culo en pompa, el hombre agarró con sus manos los laterales de las braguitas de ella y tiró despacio, hasta que, deslizándolas por sus redondas nalgas y por sus torneadas piernas, poco a poco se las quitó del todo.
Dejando caer las braguitas al suelo, la separó lo suficiente las piernas, para colocarse de rodillas entre ellas y, tanteando con su miembro erecto, encontró, ahora sí, el acceso deseado, y la fue metiendo poco a poco su cipote hasta el fondo, hasta que sus cojones chocaron con la vulva de ella, y, una vez dentro, se lo fue sacando poco a poco, deteniéndose poco antes de sacárselo del todo, y empujando, fue, otra vez metiéndoselo hasta el fondo, y así una y otra vez, lentamente al principio pero cada vez más rápido, hasta que mi madre fue poco a poco despertándose, y, sorprendida, empezó a gemir, a jadear y gemir de placer.
Sujeta por las nalgas y sin voltear la cabeza, mi madre se dejó hacer, dejó que se la follaran a placer, disfrutando y dejando disfrutar, aumentando cada vez más el volumen de sus gemidos, de sus jadeos y de sus ahora chillidos, al ritmo de las embestidas a las que el hombre la sometía, acompañando siempre el tam-tam de los cojones del tipo al chocar con la vulva de mi madre.
Dándose cuenta que podía despertar a su hijo que, en teoría dormía en la habitación contigua, intentó aminorar sus sonidos, sin conseguirlo la mayoría de las veces, hasta que de pronto, las arremetidas cesaron, y el hombre, gruñendo, descargó dentro de ella todo su esperma.
Permanecieron varios segundos sin moverse, disfrutando del polvo que habían echado, hasta que el hombre la desmontó y se levantó tranquilamente de la cama y recogiendo del suelo las braguitas de ella y su propia ropa, salió del dormitorio, cerrando la puerta a sus espaldas y dejando a mi madre, satisfecha e inmóvil, tumbada bocabajo sobre la cama y con el culo en pompa.
Observé cómo el hombre, después de vestirse y guardarse las braguitas en el bolsillo, bajaba ufano por las escaleras, y volví mi atención al dormitorio donde habían echado un buen polvo a mi madre.
Ella, después de estar unos minutos tumbada bocabajo sobre la cama, se volteó perezosamente, quedándose completamente desnuda y despatarrada, tumbada bocarriba sobre la cama, y con los brazos extendidos hacia la cabecera del lecho.
No había pasado ni un minuto cuando la puerta del dormitorio se abrió nuevamente y el otro hombre entró en la habitación, pero ahora venía totalmente desnudo y con un impresionante empalme de caballo. Se acercó a la cama donde estaba mi madre, y ella, inmóvil, giró levemente la cabeza para mirar quién se acercaba, pero antes de que pudiera verlo con nitidez, éste se tumbó entre las piernas abiertas de ella, y, sujetando con su mano derecha su verga inhiesta, se la metió poco a poco hasta que entró en su totalidad.
Escuché jadear nuevamente a mi madre al ser otra vez penetrada, pero no hizo absolutamente nada por impedirlo, sino todo lo contrario, levantó sus piernas y las enroscó en la cintura del hombre, haciendo que la penetración fuera todavía más profunda si cabe.
Apoyándose en sus fuertes brazos, el hombre contempló como las tetas de mi madre se bamboleaban descontroladas en cada una de sus embestidas.
Les escuché, tanto a ella como él, resoplar, jadear y gemir, mientras follaban, así como el repiqueteo de los genitales del hombre al colisionar una y otra vez con el perineo de mi progenitora.
Dudé en ese momento que mi madre no se diera cuenta que no era precisamente su marido el que se la estaba nuevamente follando, pero posiblemente el rostro del hombre permaneciera en la sombra, impidiendo ser reconocido.
Como no lograba finalizar, se tumbó sobre ella, lamiéndola y sobándola las tetas, hasta que, tras varios movimientos enérgicos, el hombre alcanzó su clímax, y disfrutó, sobre mi madre, de su bestial orgasmo.
Tras poco más de un minuto, se incorporó y´, sin decir ni una sola palabra, salió de la habitación, dejando a mi madre recién follada.
Escuché dos o tres minutos después un portazo en la puerta de la calle y supuse bien que los dos hombres se habían marchado.
Fue entonces cuando mi madre, se levantó de la cama y se metió en el baño, cerrando la puerta tras sí.
Escuchando cómo salía el agua de la ducha, bajé al piso de abajo, y encontré a mi padre, que acababa de despertarse por el portazo y, levantándose a duras penas de su asiento, se dirigió bamboleante, sin advertir en ningún momento mi existencia, por las escaleras al piso de arriba.
Logró llegar con riesgo de precipitarse escaleras abajo, y, entrando en su dormitorio, se tiró encima de la cama donde hacía unos minutos se habían tirado dos tíos a su mujer, quedándose al momento profundamente dormido.
Mi madre, saliendo del baño, apenas cubierta con una toalla, se la quitó al aproximarse a la cama, descubriendo su hermoso cuerpo desnudo, reluciente por la luz de la luna, y allí mismo, ante el cornudo de su marido, cogió del armario unas bragas y una camiseta, poniéndoselas, para tumbarse, a continuación, también en la cama, pero tan lejos como pudo de su ebrio esposo.
Aguanté varios minutos sin moverme, solo observando hasta que escuché la respiración profunda también de mi madre y, con la seguridad de que dormía, salí despacio y sin hacer ruido de la terraza y me fui a mi cama a dormir.
Dudé siempre si mi madre se dejó follar por alguien que no era su esposo o si pensaba que era mi padre el que se la estaba tirando.
Eso fue todo lo que recuerdo que sucediera esa noche, pero fueron más, muchas más, las reuniones que tuvieron mis padres las noches de los sábados con sus amigos, y que yo, poco a poco, os iré contando.
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