Laura llegó, como todos los días, unos minutos antes de las cinco al edificio donde otras chicas de su instituto entrenaban haciendo voleibol. El vestuario de las chicas tenía una puerta trasera que no se usaba desde hacía años y cuya cerradura había desaparecido, así que poniendo el ojo allí, Laura podía ver cómo ellas se desnudaban, se duchaban y se vestían sin que ellas lo supieran. Como siempre, a las cinco, las chicas, sudorosas empezaron a entrar en el vestuario. Ya el hecho de verlas con sus uniformes mojados por el sudor, sus caras encendidas y sus pechos poco o mucho abultados bajo las ceñidas camisetas la excitaba mucho, pero cuando se desnudaban, aquel lugar se convertía en un festín de carne joven: pechos, nalgas, caderas, vientres y piernas sobre los que el tiempo aún no hacía estragos. Laura, muy excitada, metió su mano derecha en sus braguitas y, tras notar que estaba mojada, empezó a juguetear pasándose el dedo medio por encima de la vagina y, a veces, rozando el clítoris, jugando con su ensortijado vello.
Cada vez que una de ellas se rozaba un pecho o se pasaba la esponja por su sexo, ella se estremecía. Se empezó a introducir el dedo en la rajita, cada vez más, hasta que sintió que el nudillo le llegaba a los labios, jadeando de rodillas ante la puerta metálica cuya inexistente cerradura le daba su dosis de placer diaria. Metió la mano izquierda dentro de las braguitas y empezó acariciarse el culo: le gustaba, tenía la piel tersa y la forma perfecta: no era muy gordo, pero sí redondeado. Mientras se masajeaba las nalgas, decidió probar a introducirse el dedo medio de aquella mano en el ano mientras se masturbaba. Se lo introdujo en la boca y, tras ensalivarlo se lo introdujo entero en el culo sin problemas. Empezó a moverlo dentro de sí y casi podían tocarse sus dos dedos, el efecto de la doble masturbación la volvía loca, cada vez se frotaba más rápido, pues quería disfrutar de los limpios cuerpos desnudos de las chicas antes de que se vistieran, cosa que algunas de ellas ya estaban haciendo. Mientras sus jadeos se aceleraban, oyó como muchas de las chicas ya iban saliendo por la puerta principal: no temía que la vieran, pues todas ellas iban en sentido contrario a la parte donde ella estaba, así que se siguió masturbando, mientras veía a Lidia, la chica que más le gustaba, desnuda ante sí. Decidió penetrarse el ano con el dedo medio de la mano derecha mientras se introducía el pulgar en su húmeda vagina y se acariciaba el clítoris, para poder, con la mano izquierda acariciarse los pezones, que se le habían puesto duros como el hierro.
Se acariciaba los pechos, se los estrujaba, se los pellizcaba, cada vez más y más excitada, hasta que, ardiendo de placer, alcanzó el orgasmo, manchándose su propia mano con sus fluidos. Durante unos momentos, respiró, recreándose en su gloria, para calmarse. A continuación, miró por la cerradura otra vez y ya no había nadie. Miró hacia atrás y, viendo a Lidia detrás suyo, se dio cuenta de que ella había salido del vestuario cuando Laura dejó de mirar y le había visto. Estaba allí, frente a ella, vestida sólo con una camiseta y unas braguitas. Laura se puso en pie y Lidia, sin mediar palabra, la cogió del cuello y le dio un largo beso en la boca, saboreando sus labios, su lengua, todo. La llevó dentro del vestuario y, allí, Laura colocó su boca donde se notaba el erecto pezón de Lidia y, a pesar de la camiseta, empezó a chuparlo y mamarlo. Lidia le cogió la mano, aún manchada por su pasión y se la lamió entera. A continuación, se quitó la braguitas y dirigió su mano, introduciendo su dedo corazón en su rajita y empezó a moverlo masturbándose con ella. Laura le quitó la camiseta y dejó aire sus pechos de adolescente, suaves, redondos y firmes. No eran muy grandes ni muy pequeños, con pezones pequeñitos, como pequeñas ciruelas encantadoras. Lidia se introdujo el dedo de Laura, bañado en sus propios flujos y lo lamió de una manera insoportablemente sensual. La hizo ponerse a cuatro patas sobre un banco y, tras desnudarla se quedó admirándola unos instantes.
Además de ser guapa, tenía un cuerpo magnífico. Se colocó detrás de ella y empezó a lamerle las nalgas. Viendo su sexo excitado entreabierto, pidiendo acción, empezó a frotar sus pezones contra su ano y su vagina, penetrándola con sus pechos, mientras con su mano izquierda se masturbaba. Laura entonces se tumbó y empezó a acariciarse los pechos; Lidia dejó lo que estaba haciendo y, tras colocar su sexo pegado al de Laura, empezaron a frotarse la una contra la otra, aplastando Lidia sus pechos contra la espalda de Laura, mientras le lamía el cuello, el omoplato y la cara con pasión hasta que ambas estallaron de placer, alcanzando el más delirante placer en un orgasmo que las llevó al cielo.
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