Desde que se separó de mi mamá, yo veía a mi papá sólo 15 días, durante las vacaciones de verano, y fin de año. Pero cuando tuve que ir a la universidad, pareció la mejor solución que yo me instalara en su casa, porque en la ciudad donde vivía él había la especialidad de Enfermería.
Yo tenía 17 años (ahora 18 recién cumplidos), y aunque la relación con mi papá siempre fue casi a distancia, siempre estuve muy apegada a él, me llevaba con él mejor que con mi mamá.
Cuando llegué a su casa, me instalé en una habitación sólo para mí, al lado de la suya, y él me dijo que los horarios y mis estudios eran cosa mía, que no iba a andar detrás de mí, porque, al fin y al cabo, yo ya era mayorcita. Y eso lo dijo mirándome de arriba abajo. Con mis 17 años, aunque entonces estaba un poco gordita (ahora he bajado a mi peso ideal, lo que a mi papá parece no gustarle), ya tenía todas las «cosas» que los chicos esperan de las chicas: dos pechos bien marcados (no son muy grandes, lo siento por la imaginación de mis lectores), con pezones que estan casi siempre duritos (me da una rabia que se me noten bajo las camisas…!), un coñito adornado con pelillos que yo veía casi crecer, tanto los miraba, y un culito que ponía a prueba la resistencia de los pantalones vaqueros que solía llevar. No estoy mal de cara, aunque no sea una belleza, pero en general, estoy contenta con mi cuerpo (ahora que he adelgazado, un poco más contenta).
Todo fue bastante normal, al principio: cuando me levantaba, él ya se había ido al trabajo (no volvía hasta las 6 de la tarde), yo iba a mis clases y comía fuera, y volvía a casa como a las 8, me cambiaba y salía a dar un paseo con algunos amigos o amigas (había empezado a salir con un chico, pero nada serio, en grupo con otros amigos).
Pero un día…
Aquel día volví antes de lo normal, me dolía la cabeza (tenía la regla) y cuando entré, al pasar ante su puerta, oi la tele que él tenía en su habitación. Y lo que oi no era precisamente una película infantil… Se oían claramente los jadeos de una mujer, diciendo «así, así, más…», y me asomé un poco por la rendija de la puerta: lo que vi me alucinó: mi papá, desnudo sobre la cama (su cabecera está al lado de la puerta) se estaba HACIENDO UNA PAJA mientras miraba fijamente la televión (que yo no veía desde mi posición, porque estaba a los pies de la cama). Tenía la cara como ausente, mientras movía despacito su polla (no era tan grande como las que había visto en las revistas, aunque a mí si me pareció entonces grande), haciendo correr la piel sobre el tallo de la polla, de la que asomaba una punta gorda y muy colorada. Parecía hacerlo despacito, como para que durara, pero a pesar de su cuidado, se corrió, derramando la leche que soltaba a manguerazos, sobre las sábanas. ! Ya más calmado, se volvió hacia la mesita, donde tenía cleenex, para secar el semen, cuando ME VIO A TRAVÉS DE LA PUERTA!!!. Yo había quedado como hipnotizada, mirando como se corría, y no tuve la precaución de apartarme o marchar.
Quedé tan cortada, que cuando se levantó velozmente y abrió la puerta del todo, yo seguía aun mirando su polla, que ahora colgaba entre sus piernas, grande aún, pero morcillona.
Me abrazó y me dijo que perdonara por el espectáculo que me había hecho contemplar, pero no me esperaba, y no tuvo la precaución de cerrar la puerta, que sólo quería desahogarse un poco, porque había termiando unas semanas antes una relación con una chica, y tenia la polla que reventaba.
Esto lo dijo mientras me abrazaba, pidiéndome disculpas, y yo, sin saber por qué, en vez de marcharme a mi habitación, le comenté que se veía que tenía hambre atrasada, porque notaba cómo se estaba poniendo dura otra vez contra mi cuerpo. Ël, al oir esto, me cogió dulcemente de la barbilla, y me decía, mientras me besaba en las mejillas, poequeños besitos: – Tú no sabes la necesidad que tenía de correrme. Aunque habrás visto la cantidad de semen que he echado, tengo todavía ganas de correrme.
– ¿Quieres que haga algo por ti?, le dije Él me miró con una luz de deseo, incredulidad, miedo de la situación en la que estaba a punto de embarcarse…
Yo, sin esperar respuesta, me separé un poco de su abrazo, y le cogí la polla con mi mano: pareció sentir una corriente eléctrica, y su polla, ya algo dura pero aun colgante, pareció cobrar vida propia en ese instante y empezó a recuperar la horizontalidad. ¿Qué digo horizontalidad? Superó la horizontal y parecía querer pegarse a su vientre. Era una bonita polla, no muy gruesa (menos mal, por lo que después pasó) y bastante larga, y era tan bonito sentirla latir bajo mi mano, mientras yo descapullaba su piel haciéndola correr sobre su glande… Algunas gotitas se asomaban ya en su agujerito, no se si restos de la corrida anterior o preludio de la nueva corrida.
Él sólo suspiraba y se quejaba, diciendo: – Mi niña, mi niña bonita, que ya es toda una mujer, que le hace unas cosas tan ricas a su papi…
Como si temiera correrse, tal vez sabiendo que debería hacer algo por mí, si quería tener la esperanza de repetir aquella situación, me apartó un poco, y empezó a sobarme las tetas sobre la camisa. Notó mis pezones duros, y aquello le animó a empezar a abrir la camisa, casi arrancando los botones. Yo no suelo llevar sujetador, por lo que pronto los tuvo ante sí, y más pronto aun, los tuvo en su boca: me chupaba alternativamente un pezón, mientras me masajeaba con la mano el pecho libre. me quitó la camisa, para hacerlo con más comodidad, mientras me arrastraba hacia la cama. Me iba a sentar, pero me dijo: – No, espera, es mejor que te quites los pantalones, ya ves que si te ehcas sobre la cama te mancharás con el semen que yo acabo de dejar sobre las sábanas.
-Pero papá, no se si podremos hacer nada, porque estoy todavía con la menstruación, aunque ya debe de ser el último día.
Pero él pareció no oirme, y empezo a tirarme de los pantalones hacia abajo (yo también ayudaba, ya dije que me estaban muy estrechos) que bajaron finalmente arrastrando con ellos mis braguitas.
Quedó extasiado ante mi rajita, y empezó a darme besitos sobre la barriga. Cuando estaba a punto de llegar a mi pubis, le detuve la cabeza, no quería que hiciera lo que estaba a punto de hacer.
– No, por favor, no me beses ahí, creo que todavía tengo algo de flujo.
– Pero si a mí no me importa, parece que está sólo mojado de deseo, y no de sangre (efectivamente, yo estaba caliente como una burra, y notaba mi rajita muy mojada, y después vi que no era sangre) – Pero a mí si me importa, me parece que estoy sucia; por favor, no quiero que lo hagas. Dime si quieres que te haga correr de alguna forma, pero por favor, no me beses ahí – Está bien, respeto tus deseos.
Entonces me dio la vuelta sobre la cama, y empezó a darme un masaje en la espalda. Poco a poco, sus manos bajaban hasta mi cintura, mis glúteos, que amasó delicadamente, e insinuó un dedo en la raja de mi culo, entre las nalgas. Yo di un respingo, al sentir su dedo que me rozaba el culito, y cerré los cachetes, para impedírselo (aunque me estaba gustando tanto…), pero él, sin violencia, me dio un cachete en una nalga, mientras no soltaba el dedo de la otra mano, que estaba firmemente instalado sobre mi agujerito.
– Vamos, relájate – me decía mientras me daba otro cachete-, verás como te gusta. Poco a poco, fui relajando la presión que hacía con las nalgas para impedirle el acceso a mi culito, y él, ahora con un dedo mojado, se insinuaba dentro del ojete; sin penetrar, sólo separando los bordes, y alli giraba el dedo que yo notaba mojado.
Continuaba dandome cachetes en las nalgas con la mano libre.
– Ay, mi niña, si vieras que bonito espectáculo: tus nalgas se mueven como un flan, cuando les doy palmadas, y el agujerito de tu culo, que se dilata y contrae alrededor de mi dedo, como guiñándome. ¿Quieres que te meta un poco el dedo? Yo continuaba tendida sobre mi pecho, sin decir nada, solo suspirando.
– Vamos, dime que quieres que te meta un poco el dedo, quiero saber que consientes, que no te estoy obligando a hacer nada que tú no quieras.
– Sí, méteme el dedo, me estás dando mucho gusto; métemelo, pero no me hagas daño.
– No, ¿cómo voy a hacer daño a este culito que espera de mí sólo caricias? Y empezó a empujar con el dedo, girándolo al mismo tiempo que iba ganando en profundidad. Yo sentía su dedo, que me apartaba los bordes de mi culo, y lo sentía rozar contra las pareces del recto. Pero no avanzó mucho, creo que unos dos o tres centímetros. Tal vez porque resbalaba mal, forzando el esfínter. Entonces me hizo poner a cuatro patas, con la cabeza apoyada sobre la cama, ofreciendo impúdicamente mi culito a su mirada.
– ¿Que culito tan bonito! Lo voy a chupar un poquito, si? Asi resbalará mejor, quieres? – Si, chúpame el ano (yo todavía no me atrevia a decir culo), quiero saber si se siente rico.
No sé por qué me parecía bien que me chupara el culo, y en cambio me parecía sucio poco antes que me chupara la rajita. Supongo que a esas alturas yo estaba ya tan caliente, que me parecía bien cualquier cosa que me hiciera.
– Sí, te voy a chupar el culito, te lo mojaré bien mojado, porque después quiero meterte mi polla en él.
– Sí chúpamelo bien, quiero que me la metas, pero antes hazme sentir tu lengua en mi ojete (me parecia más obsceno que ano, pero no tanto como culo).
Empecé a sentir una cosa caliente y húmeda en mi culo, mientras que con ambas manos me separaba las nalgas, para así llegar más adentro. Primewro repasó los bordes, y de vez en cuando insinuaba la lengua dentro, sólo un poquito. Era una sensación extraña, porque al pasar la lengua sobre el anillo del ojete, lo sentia caliente por la temperatura de la saliba, pero poco a poco se enfriaba, y notaba el frescor humedo sobre el culo. Mientras, de rodillas detrás de mí, se estaba pajeando la polla, pero no para darle mayor consistencia, porque notaba las venas hinchadas, y la cabeza roja, roja de la excitación.
– Bien, ahora mi niña se va a separar con las dos manos los cachetes del culo, porque voy a meterle mi polla hasta reventar dentro.
Así lo hice, sintiéndome tan indecente, por ofrecerme así ante los ojos (y no sólo los ojos) de quien hasta ese momento no veía más que como mi padre. En esa posición, sentí caer un puchero de saliba que desde su boca me dejaba caer sobre mi anillo, y lo embadurnaba con la cabeza de su polla (que suavecita la tenía, parecía de seda, pero tan caliente…) Notaba la diferencia de temperatura de la punta de su polla con mi agujero. Pronto la emplazó directamente sobre mi esfínter, y empezó a forzar la entrada.
– Haz como si fueras a hacer del vientre, para que se relaje el músculo, verás como entra sin hacerte daño.
Yo así lo hice, y empecé a notar como me distendía el ojete, que a duras penas se relajo para dejar que entrara su cabezota. Yo me quejaba, pero muy quedamente, porque no era dolor lo que sentía, sino el músculo tremendamente dilatado, y como empezaba a resbalar sobre él su glande. Al completar el ingreso del glande, al llegar a esa parte más delgada de su polla, mi culo pareció sentir un ligero alivio, o agradecido porque era más estrecha ahora su polla, o acostumbrado ya a la invasión.
Entonces empezó algo maravilloso: empecé a notar cómo avanzaba dentro de mí, no sólo porque notaba que su polla resbalaba contra mi esfínter, sino porque podía sentir el roce de su polla al avanzar en el interior de mi recto. Notar como rozaba hasta partes de mí que no sabía siquiera que esistían, lentamente, hasta que note que su pubis chocaba contra mis nalgas. Aparte de ellas mis manos, ahora ya inútiles, porque ya no era necesario que me apartara los mofletes: estaba totalmente dentro de mí.
Así quedó unos instantes, sin moverse, dando tiempo a mi culo a que se acostumbrara a esa invasión, a esa dilatación descomunal: no sentía dolor, sólo esa distensión del anillo de mi culo, y una cosa caliente que me llenaba el recto.
Entonces, despacito, despacito, empezó a retirarse de mí. El culo, que hasta entonces estaba fruncido hacia dentro, se distendió hacia afuera, como si quisiera seguir a aquel invasor que tanto gusto le estaba dando. Entonces empezó un movimiento sincronizado con mis jadeos: me la hundía hasta el fondo, hasta chocar con su pelvis y sus huevos en mis nalgas, muy fuerte, de un empujón, y, llegado al fondo, la extraía lentamente, muy lentamente, para sentir mi culo abrazando a su polla que parecía querer retirarse; y casi llegada al exterior, cuando parecía que se iba a salir, de un empujón nuevamente hasta dentro.
Mi respiración se acompasó a este ritmo de penetración, expirando el aire de mis pulmones de una bocanada, coincidiendo con su arremetida violenta, para inspirar lentamente el aire, haciéndolo rozar entre mis labios entreabiertos: – Ah! uuuuuuuuuuuuuuuuf! Ah! uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuf! Noté que, sin cambiar la alternancia de metida-sacada, su ritmo se había incrementado ahora: entraba aún más violentamente hasta el fondo, y resbalaba un poco más aprisa que antes hacia afuera. Y entonces, coincidiendo con sus resoplidos, y con una dilatación aún mayor de su polla, que notaba como si pulsara, empecé a sentir una cosa caliente que me llenaba el recto, unos chorros calientes, que notaba, no tanto por su temperatura (un poco más calientes que el interior de mi culo) como por los impactos contra las paredes del recto. Y así varios chorros, mientras él continuaba metiéndola y sacándola, y yo jadeando, hasta que nos derrumbamos sobre la cama, yo sobre mi vientre, y el sobre mis nalgas, mientras notaba aún su polla dentro de mi culo.
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