Capítulo VII
Cada uno de aquellos tíos, empezaron a acariciarme, a hacerme cosquillas con las yemas de los dedos, pero solo con una mano, con la otra se masturbaban, se escupían en la palma de la mano y se la refregaban arriba y abajo por el capullo.
A un chasquido de los dedos de Loli, todos empezaron a chuparme, me lamían todo el cuerpo, la cara, los pechos, la cintura, las caderas, las piernas… Yo me revolví un poco en señal de protesta, como indicando que me dejaran en paz, pero ellos hicieron caso omiso y siguieron con lo suyo. En el fondo me gustaba, pero… ¡Estaba esposada a una cama en un almacén de una ciudad que no era la mía y con seis tíos (muy muy buenos), pero no se con que intenciones! ¿Cómo me iba a poner caliente?.
Enseguida vino la respuesta. A otro chasquido de Loli, el uno, aunque aún iba desde el principio con el tanga, dejaba ver su número, pues el tanga lo llevaba metido por la raja de su hermoso, maravilloso y atlético culo, se dirigió hacia el pie de la cama. En dicho pie que no rebasaba en altura al colchón, se acostó el uno, metiendo la cabeza entre mis piernas atadas y abiertas a la fuerza, mientras el resto continuaban lamiéndome, con unas lenguas tan suaves como la seda, el satén o el terciopelo.
Yo tenía la cabeza incorporada por unos cojines también de raso que tenía en la espalda, por lo que podía ver todo lo que acontecía sobre mi cuerpo, y en toda la habitación. Para dejar de ver, sólo podía cerrar los ojos, pues mirara donde mirara, por el efecto de los espejos siempre me veía. Entonces vi como el uno adelantó la cabeza y sentí como su lengua entraba en mi coño. Yo estaba seca por el efecto de la impresión de todo aquello, y el tamaño de la lengua, bastante grande, al entrar en mi coño reseco, hizo que de mi boca surgiera un grito lastimero, que hizo que levantara una sonrisa en el resto del equipo. La lengua del uno se movía con un meticuloso ritmo adentro y afuera, arriba y abajo, a izquierda y a derecha, en círculos… Llegaba a todos los rincones de mi sexo. Sentía oleadas de placer por todo mi cuerpo, y aunque quería disimularlo, de mi boca surgían débiles gemidos de gozo mientras mi cuerpo experimentaba suaves sacudidas. Me estaban poniendo caliente, pero no quería que lo supieran por lo que pudiera pasar.
– Ya está chorreando – dijo el uno.
– Pues comiencen pues – respondió Loli.
Yo estaba desconcertada. ¿ Qué venía ahora ? Me estaban soltando de mis ataduras, yo sabía que no podía escapar, así que decidí unirme a la fiesta, una fiesta en mi honor.
Capítulo VIII
El primero en actuar, fue el dos, que me metió su polla en mi boca. Me pareció tremendamente parecida a la de Alberto, casi gemela, y con un sabor también muy agradable para el paladar. El tres se tiró en la cama, boca arriba, mientras el uno y el cuatro me levantaban entre los dos en peso, para depositarme encima del tres. Sentí entrar la polla del tres en mi coño ya chorreante de jugo. Me recosté hacia atrás, cubriendo totalmente al número tres, mirando hacia arriba, viendo mi reflejo en el espejo. Podía perfectamente la polla del tres entrar y salir de mi triángulo de pelo rizado negro. Entonces el cuatro agachó la cabeza y empezó a chuparme el clítoris, me lo empujaba con su lengua hacia la polla del tres que entraba y salía, sintiendo doble placer. Sentía que cuando salía la polla del tres, el cuatro tenía que pasarle la lengua, pues le pasaba de camino. Todo mientras le chupaba con fuerza la polla al dos. El cuatro, el que chupaba el clítoris, dejó paso al cinco por abajo de él, y empezó a chupársela. El cuatro la tenía más bien delgada, no era delgada en sí, solo que era la más delgada del resto de las maravillas. El uno y el seis, se separaron un poco, y entre el hueco que me dejaban entre todos, pude ver como el seis se la metía al uno. Aún no había podido ver la polla al uno, si la tenía en proporción al cuerpo y a la lengua ¡Madre de Dios!.
El uno estaba a cuatro patas, moviéndose en un vaivén hacia el seis, el cual levantaba la vista hacia arriba en señal de placer. El uno gemía, de placer, mientras incrementaban el ritmo. El seis fue el primero en correrse, dentro del uno, en una estampida de gritos y convulsiones. Después le siguió el cuatro, el que se lo estaba chupando. Se corrió en la boca del cinco, a la vez que el dos se corría en mi boca. Yo tenía la boca llena de polvo, y no quería tragármelo, no me apetecía. Entonces el cinco se dirigió a mí con rapidez y empezó a comerme la boca. No me dio tiempo a vaciar mi boca de la leche blanca del dos. Sentí que el cinco traía la boca también llena de polvo, y mientras nos comíamos la boca, hacíamos un cóctel de polvos, cóctel que ambos tragamos con muchas ganas. Sólo quedaban el uno, el tres y el cuatro. El resto se separó del grupo, se sentó en el suelo apoyándose en las paredes y se dispusieron a ver el espectáculo con un dibujo de placer marcados en sus rostros.
Capítulo IX
El uno se dirigía hacia mí, por fin le vi su polla. Era grande, gorda, la mejor. Pero, cuando se acercó hasta llegar a mí, descubrí la realidad. Un miedo se apoderó de mí. Era mucho más grande de lo que creía en un principio. No me iba a caber. Me iba a destrozar. El uno abrió la boca y dijo: «Para tu información, te diré que mide veinte centímetros de largo, y seis de ancho.»
Era imposible que me entrara, aunque estuviera chorreando. Me abrieron las piernas entre dos de los que habían terminado. Primero hizo que se la chupara para mojársela, yo accedí, pues era mejor para mí, para que no me doliera tanto. Para que el capullo entrara en mi boca, tuve que abrirla al máximo, mas o menos se sabe lo que son seis centímetros de carne en la boca. Luego fue para abajo, para mi coño, y … me la metió despacio, muy despacio. Sintiendo como entraba el capullo primero, luego el pequeño salto de donde acaba el capullo y empieza el resto, y así hasta el fondo. Noté que me llegaba muy adentro, donde jamás había llegado nada. Sentí como me desgarraba los labios exteriores, como si fuera virgen, recordé mi primera experiencia. Cuando ya estuvo dentro entera empezó a moverse arriba y abajo. Debido al grosor de su polla, cada movimiento se me resentía en mi clítoris, éste estaba en continuo roce con la polla. Era como si me rozara haciéndome una paja con toda la mano, pero además el gusto de sentirla tan adentro. El tres me la metió en la boca, y el cuatro se la metió por atrás al uno, por lo que recibía el doble de fuerza en cada empujón. No dure mucho tiempo de esta manera. Estaba a punto de correrme.
– ¡Me voy a correr ya! – grité.
Me faltaba tan poco. Ese poco me lo suministró el tres, que cuando iba a correrse se la llevó hasta la boca del uno, y ahí se corrió. El uno con la boca abierta recibía chorreadas de polvo blanco. Yo lo estaba viendo por primera vez en directo, antes sólo había sido en películas. El ver al uno con la boca rebosante de polvo, la cara también llena, y para colmo que se lo pasara a la boca del cuatro mientras se la metía por detrás hizo que me corriera. Por mis gritos también se corrió el uno, la sacó y se corrió en mi clítoris, mientras el cuatro se corría también dentro de él. Para que mis gritos no pararan, el uno me chupó el clítoris, tomándose todo su polvo. En su cara se podía ver la felicidad, el gusto, el placer, el deleite, la satisfacción…
Yo, simplemente quedé dormida, como si el poco resto de polvo sobre mi clítoris fuera una droga que me hiciera dormir, mientras pensaba, «esto hay que repetirlo».
Capítulo X
-¡Señora, señora! ¿Qué le ha pasado? – preguntaba Loli.
Yo estaba mareada, confusa. No sabía donde estaba. Oí un fuerte ruido, como de una caída desde el probador, entre haber si estaba usted bien y la encontré en el suelo sin sentido. Debió marearse por la calor que hace aquí dentro. (Ahora recordaba, entré a probarme este conjunto de cama y… Entonces todo lo que me ha ocurrido, esos seis amigos, la cama con barrotes, todo ha sido un sueño, una de mis muchas fantasías. Pero, mi coño esta chorreando, me he corrido hace muy poco tiempo. Debe de haber sido mientras estaba inconsciente. Porque, esto no se parece a nada del almacén, es un probador normal de tiendas de ropa, con dos paredes en forma de L de espejos).
– ¿Se encuentra ya mejor? – dijo la chica.
– Sí, gracias – argumenté mientras me ponía de pie.
– Envuélvamelo, por favor -.
– Enseguida – respondió complacida la dependienta.
Pagué con la tarjeta VISA Oro del BBV, me despedí de la chica y tomando un taxi, volví al hotel. Eran aproximadamente las una del mediodía cuando volví al hotel. Me dirigí directamente hacia mi habitación, justamente para llevarme una gran sorpresa.
Capítulo XI
La apertura de la puerta de la habitación, se hacía a través de una tarjeta de crédito que facilitaba el hotel a los clientes, por lo que al abrir la puerta, no hice ruido alguno. Una vez dentro, dejé la compra realizada en la entradita y me dirigí hacia mi cama para echar una siestecita antes de ir a almorzar. Pero cual fue mi sorpresa cuando al entrar en el dormitorio, descubrí a la chica encargada de arreglar las habitaciones, con el televisor puesto, y acostada en mi cama. Escuché gemidos, y vi que procedían del aparato de televisión, el cual estaba sintonizado en la cadena privada del hotel, en la que pasaban cine porno del mejor las veinticuatro horas del día. Y ella, acostada en la cama, no estaba precisamente durmiendo. Abierta de piernas, frente a mí, pero sin darse cuenta de mi presencia, se estaba masturbando, se estaba haciendo una paja en mi cama, donde yo iba a dormir.
En un principio, mi primera intención, fue gritarle, y dar las quejas oportunas al director del hotel, pero a los diez segundos de estar viéndola, salió de dentro de mí es voayer, ese mirón que todos llevamos dentro y que muy pocos lo aceptan. Retrocedí un poco, para pasar inadvertida. Ella era una morena imponente, mediría alrededor del metro setenta y cinco, con unos ojos muy negros, y la piel igualmente morena, agitanada. Se humedecía los dedos y la palma de la mano, para luego restregarlos arriba y abajo por su coño, un coño moreno, afeitado formando un perfecto triángulo isósceles invertido hacia abajo. Desde donde estaba, al abrirse aún más de piernas pude ver perfectamente los labios carnosos, su clítoris rojo brillante por el rozamiento.
– Vamos, entra, vamos a hacerlo las dos juntas – dijo ella.
Yo quede estupefacta, anonadada. Ella sabía que yo estaba allí desde el primer instante, y también sabía que aquello me estaba gustando, que me iba a unir a ella. A los dos minutos, ambas estábamos sobre la cama, mirando hacia la televisión, y de reojo mirándonos para ver como nos hacíamos cada una paja.
– ¿Por qué no me la haces tu a mí y yo a ti? Así, si cambiamos el ritmo o hacemos un movimiento extraño, no nos lo esperaremos y gozaremos más.- dijo la sirvienta.
Yo asentí con vergüenza, nunca una mujer me había tocado el coño, y mucho menos yo a nadie. Pero me gustaba. Ella me tocaba de una forma diferente a la que yo estaba acostumbrada por mi mano al igual que ella, que no estaba acostumbrada a mi ritmo. Aparecieron los primeros jadeos por parte de las dos. No había prestado atención a la película, pero en pantalla, dos pivas, muy jóvenes, no pasaban de diecisiete años, estaban haciendo un 69. La chica debió de darse cuenta, porque retiró la mano de mi coño ya chorreante, se giró y empezó a comerme el coño. Pero no como yo estaba acostumbrada por Alberto, u «otros» que también se deleitaron con él, aquella chica me lo estaba chupando simplemente con la punta de la lengua y muy despacio. Sabía donde tenía que dar. La chica me empujó la cabeza hacia su sexo. Yo con asco y repugnancia, sentí los pelos rizados en mi boca. Sin embargo enseguida noté un olor que me abría, y como una loba atraía, comencé a comerle el coño con ganas, con deseo, con mucho afán y una increíble apetencia.
Y así estuvimos durante un breve rato, pero que se nos hizo eterno. Las dos disfrutando de lo lindo. Gozando como locas hasta que nos corrimos, como por una magia increíble, nos corrimos las dos a la vez, y como decía Alberto, las mujeres también se corren. Noté como salía mayor cantidad de jugo de su coño, mientras se corría entre gritos, entre sacudidas, y yo corriéndome también, engullendo todo su jugo, disfrutando con cada trago que cruzaba mi boca y que sentía caer por mi garganta. Como es lógico, después de un buen polvo, viene un buen sueñecito. Me desperté a las cuatro de la tarde, sola, sin nadie más junto a mí. Recordé con una sonrisa en los labios lo que había ocurrido hacía pocas horas, y tomé la determinación de que ese iba a ser mi secreto por ahora, que no se lo iba a contar a Alberto.
Todas tenemos un secreto igual o muy parecido. ¿O no? Pero tal misterio no es tan secreto, pues los novios o maridos, o la mayoría saben que ha ocurrido algo así, o se lo imaginan, pero nosotras por pudor, vergüenza o desconfianza, nunca se lo hemos contado. Me duché, me arreglé un poco, y bajé a almorzar algo. Si me cruzaba con la morena, no sabría que hacer, por lo menos le sonreiría. Pero un presentimiento pasó por mi cabeza, que ya no volvería a verla en los cuatro días que me quedaban por pasar allí a esa maravilla del sexo. A ese fenómeno del placer y portento del goce.
Capítulo XII
El resto de los días, transcurrieron normales, echando un polvo aquí a allá con Alberto. En la cama, en el baño, en la terraza, incluso en la playa una noche de luna llena, y un día que pedimos por una mañana completa el servicio de yakuzi, echamos un magnífico polvo entre agua caliente, sales de baño aromáticas y burbujas. Pero llegó el último día, el sábado. El domingo por la mañana volvíamos a casa. Volvíamos a la rutina del hogar sin haber realizado nada fuera de lo normal en el ámbito sexual, (me refiero a nada, pues lo de mi trato con la sirvienta, nunca se sabría), no habíamos hecho lo que tanto deseaba, dos tíos para mí sola y a la vez.
– Esta tarde, a las ocho, quiero que estés bien guapa, y arreglada para cuando yo llegue, quiero que me esperes caliente, muy caliente y preparada para todo – dijo Alberto en el almuerzo.
Y así lo hice, me di un buen baño, me marqué los límites de mi coño con la depiladora eléctrica, me perfumé con la mejor fragancia y esperé. Esperé acostada en la cama viendo la televisión. Hice una pasada rápida por todos los canales del aparato, hasta llegar a pararme en el canal X del hotel, el de todo el día sexo. En ese me detuve, atraída por una influencia especial, por algo que me tiraba desde dentro. En la cadena, lo que echaban, eran pequeñas películas de unos diez minutos de duración, y todas ellas de muy variados temas. Igual salía una pareja normal, que salía dos hombres o dos mujeres o grupos entremezclados. A mí lo que más me ponía caliente era ver dos hombres follar, cuando uno se la chupaba a otro, o se la metía por detrás, era algo que deseaba ver en directo, no en una pantalla. A las ocho y diez oí como se abría la puerta, era Alberto que venía caliente, loco por follarme. Y me di cuenta porque tal como llegó empezó a comerme el coño, pasando luego a chupársela yo y terminar follando como cosacos. En un momento de respiro, entre tanto gritos y goces, le dije a Alberto:
– Me apetece un poco de champagna, Alberto.
– Está bien, bajaré por él abajo – respondió.
– ¿Para qué está el servicio de habitaciones? – le recordé.
– Tienes razón. Cogió el teléfono y pulsó el número correspondiente al servicio de habitaciones. Habitación 426… Una botella de champagna, por favor… Gracias. Bueno pues ahora la suben. – Y seguimos follando.
A los cinco minutos, ya metidos en faena otra vez, ni nos acordábamos de la bebida cuando llamaron a la puerta. Alberto se puso su batita de seda y fue a abrir. Yo me quedé en la cama, boca arriba y abierta de piernas esperando el regreso de Alberto, mientras me masturbaba un poco para no enfriarme. Cerré los ojos y sentí venir el goce.
– ¡¡Laura!! – gritó Alberto.
– Yo abrí rápidamente los ojos y me encontré frente a mí a Alberto, pero acompañado, acompañado de… Jesús, el morenazo del bar, el antiguo amigo de Alberto.
– Coño, te digo desde la puerta que va a pasar Jesús a tomarse una copa, que te tapes un poco y ni te enteras, menos mal que Jesús es como un hermano – me dijo Alberto.
Yo estaba roja como un tomate por la vergüenza que sentía, alguien a quien no conocía de nada, sólo en sueños me había visto como me hacía una paja, frente a él. Jesús venía vestido con un pantalón negro, una camisa blanca de brillo, cubierta por un chaleco rojo en el pecho y negro en la espalda, todo ello rematado por una bella pajarita de brillo negro en su musculoso cuello. Un auténtico camarero.
– ¿Te apetece echar un polvo, Jesús? – bromeó Alberto.
– Mucho, Laura está buenísima, y entre amigos, ya se sabe, ¿O no? – respondió con broma Jesús.
– Pues empieza a comerle el coño, anda – dijo Alberto.
Hasta el momento, creí que todo era broma, todos hablaban en broma, pero todos queríamos que pasara a ser parte de la realidad, y así fue. Alberto se tiró en la cama, me abrió las piernas con suavidad y empezó a comerme el coño ante la mirada asombrada de Alberto. Lo que empezó como una broma se había convertido en realidad. Jesús estuvo unos tres fantásticos minutos comiéndome el coño frente a la mirada fascinada de Alberto. De pronto se levantó, y yo creí que se iba a marchar, que aquello se iba a acabar. Pero lo que hizo fue desnudarse, dejar un fantástico, increíble y maravilloso cuerpo ante mi vista. Y sobre todo resaltaba una fantástica polla, bien empalmada, con un capullo rojo brillante. La tenía normal pero muy, muy bonita. Mediría unos quince centímetros de largo por cinco de ancho. No sé porque pero desde siempre me ha encantado medir el tamaño de la polla de los tíos, y si no, primero hacer un cálculo estimado.
– Déjate sólo la palomita- le pedí.
Y se la puso de nuevo mientras sonreía a Alberto. Alberto me puso a cuatro patas y me metió su conocido miembro en mi coño ardiente. Jesús, sin dejar de mirarme a los ojos, me la metió en la boca. Nunca había sentido nada así. Me la estaban metiendo por la boca y por el coño a la vez. Era la ilusión de mi vida hecha realidad. Antes follando con Alberto, me había metido los dedos en la boca mientras me follaba, pero no tenía ni comparación con esto. Nunca pensé en follar con dos tíos a la vez, y aún más siendo uno de ellos mi marido.
Cambiamos de postura rápidamente, me imagino, porque ninguno de nosotros queríamos corrernos muy pronto. Aquello tenía que durar. Acosté a Alberto en la cama boca arriba en la cama y empecé a chupársela. De pronto Alberto empezó a hacer unos movimientos extraños con el cuerpo, y cuando levanté la vista, maravillé al ver que se la estaba chupando a Jesús. Mi marido le estaba comiendo la polla a un antiguo amigo ante mí, y lo mejor era que ambos estaban disfrutando, porque soltaban gemidos en un tono elevado, audible para todo el hotel. Jesús, se hacía una paja en la boca de Alberto y con la otra le cogía la cabeza por el pelo para empujársela hacia él. Jesús me separó de Alberto, le dio la vuelta y lo puso boca abajo.
– Chúpale aquí – me dijo señalándome la entrepierna, la parte más baja.
Yo accedí rápidamente, y Alberto empezó a disfrutar ante la atenta mirada de Jesús. Entonces me retiró, se agachó lentamente sobre él, y ante mi fija mirada, empezó a pasarle la brillante punta de su polla por el agujero del culo. Tenía la punta mojada por el lubricante que echan los hombres cuando están muy calientes. Alberto, al sentir el paso de la punta por su trasero, soltó un gemido de placer.
– Ábrelo para que lo veas mejor – dijo Jesús.
Yo le abrí el culo a mi esposo, mientras veía deslizarse la puntita de Jesús por toda la raja trasera. En uno de las pasadas por el agujero, se detuvo, me miró con una sonrisa en los labios, y apretó un poco hacia dentro. La punta entró con mucha facilidad, me pareció increíble, y de la boca de Alberto solo salió un dulce gemido, al parecer no le había dolido como yo me imaginaba. Pero ahí no se detuvo Jesús, porque empezó a apretar hacia dentro, a metérsela entera. Apenas habían entrado cinco milímetros más a partir del capullo, Alberto soltó un pequeño grito, claramente de dolor, estaba claro que ahí era donde empezaba a doler.
Jesús, al contrario de echarse atrás, pareció gustarle el débil grito de Alberto, pues en sus ojos se dislumbró claramente el deseo. Lentamente continuó penetrándolo. Yo veía como se abría el orificio al paso de la medida de la polla. Alberto se mordía sus labios por el dolor mientras echaba los brazos hacia atrás hasta tomar contacto con el cuerpo de Jesús y clavar sus cortas y limpias uñas en la piel de su verdugo. De la estrecha unión entre la polla y el agujero, salía un tenue hilillo de sangre, claro está de Alberto. Pensé en detener aquello, miré a la cara de Alberto y le pregunté: – ¿Te duele? – A lo que él respondió con una sonrisa en sus labios – Sí, pero me encanta.
Faltaba poco para que se la metiera entera. Jesús se alzó, y de un golpe seco y rápido se la metió entera. Hasta los huevos. Alberto soltó un fuerte grito. Temí que alguien del hotel viniera a ver que estaba ocurriendo. Jesús, con sus dos manos incorporó a Alberto hasta ponerlo a cuatro patas. Una vez que alcanzó dicha postura, empezó a moverse adelante y atrás, con un ritmo desenfrenado mientras ambos levantaban la cabeza por el gusto y soltaban gemidos de placer. Estuvieron así unos cinco minutos. Mientras, yo me pasaba un par de dedos arriba y abajo por mi clítoris sin perder de vista a la pareja de folladores.
– Jesús, desvírgame por detrás – le pedí.
– Vas a disfrutar como nunca, no se parece a nada que se haya hecho antes – dijo Alberto.
– Pero quiero los dos a la vez – dije.
Alberto se tumbó boca arriba en la cama. Yo, boca abajo, me tiré encima con las piernas abiertas. Mientras Alberto me la metía, pensé que podía correrme con un simple movimiento, pero no quería. Deseaba correrme cuando Jesús me la metiera. Jesús me pasaba la lengua por detrás para mojármelo, para que entrara mejor. Luego me pasó arriba y abajo su punta mojada para que cuando menos lo esperara me la metiera. Igual que cuando te ponen una inyección y te golpean varias veces con la mano primero para que cuando no te lo esperes te pinchen.
Fue entonces cuando sentí miedo. Pero ya era demasiado tarde. Entonces sentí como la suavidad del capullo de Jesús comenzaba a entrar en mí por donde nunca antes había entrado nada. Sentí el paso de la parte del capullo al resto de la polla. Entraba y entraba sin parar, pero muy despacio, con calma. En esos momentos solo sentía un dolor que me recorría desde tal parte hasta los terminales nerviosos de mi cerebro. Cuando sentí que me la había metido entera, Jesús empezó a meterla y sacarla, adentro y afuera. Despacio al principio, pero incrementando la velocidad por momentos. Jesús y Alberto parecían estar interconectados pues ambos empujaban y la sacaban al mismo tiempo. Era algo inenarrable. Una sensación única en el mundo. Si ya es difícil de por sí describir un orgasmo, aún más difícil es explicar algo así.
Estuvimos así durante al menos cinco minutos, al final de los cuales, yo fui la primera en empezar a corrernos. Los dos, al oírme empezaron a correrse también. Debido a los gritos y movimientos incontrolados, creí que íbamos a echar abajo el hotel. Luego me quedé dormida por el cansancio y el deleite.
Capítulo XIII
Cuando desperté a la mañana siguiente, Alberto ya había preparado las maletas para nuestra partida. No le pregunté por Jesús, pero me imagino que se despidió también por mí. Volvíamos a casa. A la monotonía de los trabajos en nuestra ciudad natal. Al quehacer diario del invierno. El año que viene Dios dirá. O … Quizás apareciera Jesús un día por casa para saludarnos y quien sabe …
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