… yo os declaro, marido y mujer – y con una benévola sonrisa en la boca, el sacerdote se dirigió al novio – Puedes besar a la novia.
La iglesia se llenó de un rumor de voces y risas. La boda había terminado y todo había sido precioso. digno de un cuento de hadas. La novia estaba radiante. Su vestido blanco llenaba cualquier habitación por la que pasaba. Su maravilloso cabello rubio, recogido en un gracioso topo y coronado con un pequeño adorno de flores blancas hacía juego con el resto de su vestuario. La falda, a pesar de llegar hasta los pies e ir barriendo allá por donde pasaba, dejaba entrever al caminar sus tobillos, cubiertos por unas medias blancas, y rematados con unas exageradamente incómodos pero hermosos zapatos blancos de tacón. Mientras los novios se besaban, los padrinos aplaudían sin hacer demasiado ruido, al igual que gran parte de los invitados a la ceremonia. La madrina, hermana de la novia, llevaba un ceñido traje rojo que insinuaba gran parte de su exuberante cuerpo, llenando de envidia a las mujeres y de deseo a todos los hombres allí presentes.
Tardaron alrededor de una hora en acabar con todas las obligaciones siguientes. Las fotos con la familia y amigos, la procesión de felicitaciones, tanto sinceras como de compromiso, las bromas de los amigos, más fotos, más felicitaciones, y así hasta que por fin llegaron al salón del hotel donde iban a celebrar la cena para festejar el magno acontecimiento.
La celebración transcurría por los caminos acostumbrados. Los camareros iban y venían, trayendo y retirando platos y bebidas al ritmo que marcaba la gula de los invitados. Llegó el momento de la tarta y los novios usaron para cortarla una espada de estilo oriental que los amigos les habían regalado. Fue también ese el momento que las amigas de la novia eligieron para quitarle la liga de las medias, haciendo un corrillo para que nadie viera más de lo que su imaginación le permitiera, y la cortaron en trocitos, al igual que la corbata del novio, que sufrió el mismo destino, y que después colocaron en una bandeja y fueron vendiendo entre los invitados, recogiendo al final unas cien mil pesetas, cantidad más que considerable, y cuyo destino era, naturalmente, conseguir que el viaje de los novios fuera disfrutado más aún por estos, si eso era posible.
Acabada la procesión de comida, comenzó el baile y la fiesta. Los diligentes camareros apartaron todas las mesas del centro del salón, y en la improvisada pista de baile los novios comenzaron a moverse al ritmo del vals. Poco a poco fueron sumándose parejas hasta que la mayoría de los invitados se encontraron bailando un poco de todos los ritmos de bailes de salón conocidos y por conocer. Desde el pasodoble hasta el twist, pasando por la lambada y el merengue.
La noche era joven. Los amigos de los novios no pensaban dejarlos dormir y tenían la firme intención de alargar la fiesta hasta el amanecer. Incluso algunas de las personas de más edad de la fiesta daban ánimos y lecciones de baile a los más jóvenes, sacando fuerzas de donde nadie podía imaginarse en personas de esa edad.
Después de una implorante mirada de la novia a su hermana, las dos salieron del salón en dirección a la habitación donde se suponía que los novios debían de pasar la noche. Una vez allí, y después de haber pasado ambas por los lavabos de la habitación, por riguroso turno, eso sí, se tumbaron sobre la cama y se quitaron los zapatos que llevaban ya varias horas martirizando a sus sufridos pies.
– ¡Dios mío, Luisa! Esto es aún más agotador de lo que me había imaginado. No sé si voy a tener fuerzas para volver a levantarme. El vestido de novia me asfixia, el liguero me aprieta, los zapatos me están matando, y esos locos de nuestros amigos siguen queriendo fiesta hasta el amanecer. He bailado hasta con hombres que no había visto en mi vida, y algunos de ellos incluso me han metido mano. Mi recién estrenado marido está como ausente, tengo veinticuatro años y apenas puedo mantenerme en pié… y se supone que este tiene que ser el día más feliz de mi vida.
– No te preocupes hermanita. Todo eso es normal. Yo tengo dos años menos que tú y tampoco puedo seguir ya. Entre los nervios y el cansancio, estoy para meterme en cama y no levantarme en una semana.
Realizando un enorme esfuerzo, Luisa se incorporó y ayudó a hacer lo mismo a su hermana Eva. Se colocó detrás e ella, arrodillada en la cama, y comenzó a realizarle un reconfortante masaje en los hombros.
– ¡Hummmm! Que agradable. Gracias, Luisa. Me estaba haciendo falta algo así.
– Relájate y deja que los nervios y el cansancio desaparezcan de tu cabeza. Vamos a estar aquí unos minutos descansando.
– Pero abajo nos están esperando…
– No te preocupes. Nadie nos echará de menos al menos durante otra media hora. Cierra los ojos y relájate.
Eva siguió las instrucciones de su hermana. Intentó olvidarse del mundo, de la fiesta, de su novio, ya marido, del cansancio…
– Eso es. Relájate y descansa. Concéntrate solo en el sonido de mi voz, y verás como todos los nervios desaparecen por completo. Relaja los músculos, la cabeza… no pienses en nada y relájate…
Eva notaba como todo desaparecía de su mente excepto la voz de su Laura. Era una sensación maravillosa. Probablemente nunca hubiera podido relajarse tanto si fuera otra persona la que estuviera con ella, pero confiaba en su hermana más que en cualquier otra persona del mundo. Se abandonó completamente a ella.
– Relájate sin miedo… no pienses más que en mi voz… nada es más importante que mi voz…
No, nada era más importante que su voz. La mente de Eva se iba fijando más y más en la voz de Laura. Su relajación era casi absoluta. El cansancio de todo el día la había agotado hasta el punto de hacerla extremadamente sensible a las sugestiones.
– … relajada… te sientes como flotando entre nubes… tranquila… relajada… muy relajada…
Sí, relajada, muy relajada. Así se sentía Eva.
– … tan relajada que te está entrando sueño… mucho sueño…
Dormir. Solo sentía ganas de dormir. Sabía que no debía de dormirse porque abajo la estaba esperando mucha gente, pero tenía unas enormes ganas de dormir. Su hermana le decía que se durmiera, y no podía evitar sentir sueño…
– … mucho sueño… muy relajada…
La oscuridad se apoderaba de su mente. Se sentía completamente abandonada a su hermana. Pensar era demasiado fatigoso, y solo quería dormir.
– … dormir…
– … y ¡Tres!
Eva abrió los ojos de repente. Durante unos segundos no supo donde estaba, hasta que vio la sonriente cara de su hermana. Estaban en la habitación del hotel y habían subido allí para descansar un rato.
– ¿Me he dormido?
– Solo un rato. ¿Como te encuentras?
Antes de contestar movió sus hombros para comprobar si el cansancio seguía allí. Nada. No había dolor, ni cansancio. Nada de nada.
– Me siento estupendamente. Tu masaje me ha sentado de maravilla. Ya no me duelen los hombros, ni tengo los músculos agarrotados. Y además apenas me siento cansada. ¿Como lo has hecho?
– ¿Recuerdas aquellos cursos de psicología a los que me apunté el año pasado? En uno de ellos me enseñaron a hipnotizar. Creo que soy una buena alumna.
– ¿Me has hipnotizado? – había un cierto tono de incredulidad y de burla en su voz – Venga hermanita, seamos serias.
– ¿No te lo crees?
Laura no parecía molesta con la incredulidad de su hermana. Más bien estaba divertida.
– No se puede hipnotizar a la gente en tan poco tiempo. Lo leí en un libro una vez. Necesitas varias horas para conseguir que alguien sea hipnotizado.
– En efecto, pero eso es cuando la persona conserva todas sus facultades. Tu estabas muy cansada esta noche, y tan solo querías dormir. Inconscientemente, tu mente quería descansar, relajarse después del agotador día que has pasado, y así ha sido más fácil. En tan solo unos minutos he conseguido ponerte en trance, cuando normalmente se necesitan horas para hacerlo.
– Creo que has bebido demasiado esta noche. Y además, ya va siendo hora de que volvamos a la fiesta.
Cogió uno de sus zapatos y comenzó a colocárselo en el pié.
– ¡Duérmete, Eva!
Su cabeza cayó hacia adelante como si de una marioneta se tratara, mientras el zapato apenas hizo ruido al caer al enmoquetado suelo de la habitación.
– Estás dormida hermanita. Completamente dormida y relajada. Ya no sientes el cansancio. Tu cuerpo está completamente relajado y tranquilo. Tu mente no piensa en nada… en nada que yo no quiera que piense. Sigue poniéndote los zapatos, pero póntelos al revés.
Con los ojos cerrados, tanteando, Eva siguió las instrucciones de su hermana.
– Ahora, cuando cuente tres, abrirás los ojos. Uno, dos, ¡tres!
Con la ya familiar sensación de abandono de antes, los ojos de Eva miraron durante un instante a su hermana.
– ¿Me he vuelto a dormir?
– Mas o menos.
– No es posible. ¿Que me has hecho?
– Ya te lo he dicho antes. Te he hipnotizado.
– ¡Venga ya! Deja de decir tonterías.
– Muy bien, como quieras. ¿Nos vamos?
Eva se levantó de la cama y se dirigió hacia la puerta, pero cuando apenas había dado dos pasos una expresión de dolor inundó su rostro.
– ¡Ouch! Como me duelen los zapatos.
– ¿Has probado en ponértelos en el pié que corresponde a cada uno?
– ¿en el pie…? ¡Pero que tonta soy! Me los he puesto al revés.
Volvió hacia la cama y se sentó en ella. Se quitó rápidamente los zapatos y se los colocó de nuevo, pero esta vez correctamente. Se levantó y se dirigió hacia la puerta. Laura bajó de la cama. Seguía descalza. Sus pies apenas estaban cubiertos por el negro velo de las medias que llevaba, pero no sintió frío, puesto que toda la habitación estaba cubierta por una mullida moqueta. Con una perversa sonrisa en los labios, miró como su hermana cogía el pomo de la puerta para abrirla.
– ¡Duérmete, Eva!
Aún con la mano sobre la puerta, la cabeza de Eva volvió a caer hacia delante. Increíblemente, mantuvo el equilibrio aún cuando su mano se deslizó sin fuerzas hacia su costado.
– Cuando te diga, abrirás los ojos, pero seguirás dormida. Vendrás hacia la cama y volverás a sentarte en ella. Te quitarás los zapatos, y entonces volverás a cerrar los ojos y a esperar mis instrucciones. ¡Ahora!
Tal y como su hermana le había ordenado, abrió los ojos. Tenía una inexpresiva mirada mientras se dirigía hacia la cama. Se sentó y se quitó los zapatos. Una vez finalizado el trabajo, cerró los ojos y su cabeza cayó de nuevo sobre su pecho.
Laura se acercó a ella y comenzó a hablarle mientras con las manos le quitaba el precioso tocado con flores que había sobre su pelo.
– Eres mía, Eva. Mientras estés dormida harás todo lo que yo te diga y ni siquiera sabrás que lo estás haciendo. Pero cuando despiertes también seguirás en mi poder. Cuando te diga que despiertes, lo harás, pero no podrás salir de esta habitación sin mi permiso. Harás todo cuanto yo te diga, sin dudar, sin rechistar, sin pensar. No pondrás pegas a ninguna de mis ordenes. Seguirás siendo tú misma, pero sin voluntad para incumplir mis mandatos. Ahora, háblame. ¿Has entendido mis órdenes?
Lacónicamente, la respuesta de Eva casi resbaló de sus labios.
– Sí.
– ¿Que es lo que harás cuando despiertes?
– Todo cuanto me digas.
– ¿Hay algo que no harías por mí si yo te lo pidiera?
– No
– Muy bien, Eva. Abre tus ojos, ¡ahora!
De nuevo la sensación de abandono. De nuevo la inquisitiva mirada sobre su hermana, aunque en esta ocasión, una breve sombra de enfado cruzó por sus ojos.
– ¿Que me estas haciendo?
– ¿Todavía no crees que te haya hipnotizado?
Inquieta, miró a su alrededor. Miró la puerta intentando recordar. Miró hacia el suelo, hacia sus zapatos, inertes sobre la moqueta, lejos de sus pies donde recordaba perfectamente haberlos colocado. Levantó los ojos hacia su hermana.
– Sí. Creo que me has hecho algo. Pero si es una broma, ya está bien. Es suficiente. Ahora vayamos abajo. Hay gente esperándonos.
Se levantó de la cama y comenzó a caminar. Nerviosa, ni siquiera se acordó de los zapatos. Sintió la mullida moqueta a través de la suavidad de las medias blancas que cubrían sus pies.
– ¡Siéntate!
Sin poder evitar hacerlo, volvió sobre sus pasos y se sentó de nuevo en la cama. Una vez allí, miró de nuevo a los ojos de su hermana, implorando.
-¿Porqué me haces esto?
– Lo hago por tu bien. Hay alguien a quien quiero presentarte. Alguien a quien tú ya conoces, pero que probablemente habrás olvidado. Alguien a quien hiciste daño una vez, y ahora quiere felicitarte por tu boda.
Sin poder creer lo que estaba oyendo, dirigió su mirada hacia donde señalaba su hermana, hacia la puerta del cuarto de baño. Un hombre la estaba observando desde allí. Un hombre al que ella conocía.
– ¡¿Nacho!? ¿Que estás haciendo aquí?
Nacho había sido novio suyo hacia un par de años. Habían pasado buenos ratos juntos, pero ella decidió dejarle por otro, precisamente el hombre con el que acababa de casarse. Nacho había intentado hablar con ella en algunas ocasiones, pero tan solo en una pudo hacerlo, y ella no le dijo cosas agradables. Rompieron del todo sin posibilidad de reconciliación, y no quedaron como buenos amigos precisamente.
Eva comenzaba a sospechar que estaba teniendo un mal sueño. Mas bien una pesadilla. Aquello no tenía mucho sentido. Su hermana decía haberla hipnotizado, y a pesar de que no acababa de creérselo, la verdad es que había estado haciendo algunas tonterías durante los últimos minutos. Y ahora, Nacho aparecía en su habitación saliendo del cuarto de baño. Ella había entrado allí apenas unos minutos antes y no había nadie. ¿Por donde había entrado? ¿Y cuando?
Intentando conseguir alguna respuesta a sus no formuladas preguntas, volvió la mirada hacia Eva, solo para ver con total incredulidad como su hermana estaba en el suelo, descalza, arrodillada, con la cabeza y los brazos en el suelo, en posición de total humillación, casi de adoración, hacia Nacho.
– He hecho todo lo que me habías dicho, amo. La he traído aquí, y la he hipnotizado para ti. ¿Estas contento, amo? ¿Lo he hecho bien?
Por primera vez, Nacho dejó oír su voz.
– Lo has hecho muy bien, Laura. Tu amo está contento. Te has ganado una recompensa. Levántate.
Agilmente, Laura se levantó del suelo y se acercó a su «amo». Nacho la cogió por la cintura y la besó apasionadamente, aunque ni siquiera con la mitad de pasión con la que ella le devolvió el beso. Mientras se fundían en aquel inesperado abrazo, la mano de Nacho bajó hasta el trasero de Laura y comenzó a sobárselo sin el menor pudor. Ella dirigió sus manos hacia su falda y repentinamente se levantó el vestido, dejando a la vista sus bragas negras de encaje, su excitante liguero, también negro, y, allá donde sus bragas no llegaban a cubrir, sus hermosas y prietas nalgas, y casi acariciando la mano de Nacho, la dirigió hacia ellas guiándole y ayudándole a manosearlas.
Eva mantenía los ojos fijos en su hermana. Jamás la había visto actuar así. Parecía adorar a Nacho. Disfrutaba de sus caricias más que él mismo. Había verdadera pasión en sus ojos y en sus actos. Le ofrecía su cuerpo como si fuera una mujerzuela y parecía gustarle que ella estuviera delante, mirándolos.
Sin dejar de asombrarse por el comportamiento de su hermana, sintió la fría mirada de Nacho sobre ella.
– Hola Eva. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos.
Su cínica sonrisa parecía más una mueca que una demostración de alegría. Sus ojos la perforaban con la mirada.
Durante todo el tiempo que estuvieron juntos, ella jamás le dejó que la tocara. La verdad es que no fue más que un juguete en sus manos. Salió con él para pasar el rato, para reírse a sus espaldas con sus amigas. Nunca se lo tomó en serio. Cuando descubrió que su relación sí que era importante para él, pensó en dejarlo, pero le agradaba la idea de tener a un hombre a sus pies como un perrito faldero. Pero cuando él mostró su lado más posesivo, decidió acabar con el juego y abandonarle.
– ¡Saluda al amo, zorra!
La voz de su hermana la sacó de sus pensamientos. No tenía nada que decir, y desde luego, no pensaba saludar a Nacho, pero por algún motivo, lo hizo.
– Hola Nacho.
– Estás muy guapa con ese vestido. Yo soñaba que algún día lo llevarías para mi.
– Lo nuestro fue un error desde el principio. No había amor en nuestra relación. Nunca debimos…
– ¿Amor? ¿Dices que no hubo amor? – la voz de Nacho sonaba enfurecida – Eres la única mujer a la que he amado de verdad en toda mi vida. Cuando me dejaste pensé que no podría seguir viviendo. Nada tenía sentido para mí. Me volví violento, hosco y pendenciero. Perdí a mis amigos, mi trabajo y mi dignidad. ¿Y dices que no hubo amor?
– ¡Yo no te amaba!
Eva comenzó a sollozar.
– ¿Y porqué me lo hiciste creer? Si me lo hubieras dicho desde el principio yo lo hubiera comprendido. Pero me hiciste pasar los días más felices de mi vida para después abandonarme. ¿Porqué?
No podía contestar. Sus palabras estaban llenas de razón, además de odio. Su silencio fue largo y expresivo, tan solo roto por la voz de Laura.
– ¡Responde al amo cuando te hable!
Cada vez que escuchaba la voz de su hermana, una extraña fuerza la impelía a obedecerla.
– ¡Para reírme de ti!
Las lágrimas corrían ahora libremente por sus mejillas, mojando su vestido blanco.
– Todas aquellas semanas soñando con tu amor, adorándote, amándote, deseándote,… y tu solo querías reírte de mí.
El brillo del odio en sus ojos pareció disminuir. La razón intentaba volver a su voz.
– Tardé mucho tiempo en olvidarte. Después de perderlo todo, tuve suerte. Intenté controlar mi vida. Encontré trabajo, y comencé a recibir clases nocturnas. Desde entonces, he soñado con el día en que pudiéramos volver a encontrarnos.
Dejó de sobar el cuerpo de Laura y se aproximó a la cama. Acercó la mano a su cara, repleta de lágrimas y la acarició suavemente. Después, con los dedos mojados, acarició su hermoso cabello.
– Deja de llorar. Esa no es forma de enfrentarse a los problemas.
No había fuerza que pudiera hacer que dejara de llorar. Estaba asustada, humillada, perdida, y en sus ojos no dejaba de llover.
– ¡Obedece al amo!
Una vez más, el efecto fue inmediato. Retenidas por una fuerza desconocida, las lágrimas dejaron de brotar.
La voz de su hermana la obligaba a obedecer, pero la de Nacho la llenaba de temor cada vez que la escuchaba.
– Se le ha corrido el rímel. Ayúdala a secarse, Laura.
Sin decir palabra, Laura sacó de su escote un pañuelo de papel y secó las últimas lágrimas. Después intentó remediar el desastre causado en el maquillaje por el llanto de su hermana.
– ¿Porque le ayudas, Laura? Eres mi hermana. Mi propia hermana.
A pesar de no poder llorar, la súplica de Eva fue acompañada por un breve sollozo.
– Porque es mi amo. Su palabra es ley. Mi cuerpo y mi alma le pertenecen. Soy su esclava… como también tú lo serás dentro de poco.
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