¿Que soy?… Esa ha sido la pregunta que durante muchos años me ha carcomido los sentidos. Si alguno de mis conocidos supiera a lo que dedico mis ocios, sin duda alguna que no dudaría en tacharme como “el mas desquiciado de los dementes”, “el mas infernal de los seres” o algún título similar. Y quizás tengan razón ¿de que otro modo puede calificarse a un ser que es practicante de la pedofilia y el incesto? Sin embargo, de todas las anteriores definiciones, creo que la que más se apega a mi realidad es una muy simple y hasta ridícula si les parece: soy un hombre común y corriente que se ha olvidado de las hipocresías y se ha aceptado a sí mismo como lo que es, un cazador de ángeles. ¿Y que es un cazador de ángeles? Podrá preguntar el curioso lector que me ha favorecido con su atención. Y ese mismo lector, al recordar las primeras líneas de este relato, podrá comprender que es tan solo una manera amable de aceptar que las niñas son mi vicio y que disfruto día a día de ir a la caza de esos ángeles prohibidos que son las pequeñitas.
¿Por qué confesar lo anterior? Bueno, hay en esta confesión algo de cinismo, de morbo y de depravación, ya imagino ha muchos de mis lectores con la boca seca conforme avancen en la lectura. Sé que no soportarán mucho, antes de liberarse la verga y masturbarse hasta quedar secos. Y disfruto de antemano el hecho de que tal vez algunos de los que no se han aceptado como pedofílicos, muy pronto incurran en la primera seducción o violación de una menor. Pero no solo por eso, también hay en estas líneas un poco de esperanza, pues aunque no lo crean, me duele ser lo que soy y por medio de esta confesión, pública y oculta, quiero descansar un poco la amargura de mi alma.
I
LOS INICIOS
Mi historia sexual empieza hace 25 años, cuando yo era un niño inocente de cinco años, y digo inocente con la inocencia que todos los niños tenían hace 25 años, cuando aún se creía que los bebes venían de París, lugar de origen de algún tatarabuelo en cuyo honor me pusieron este nombre tan pedante.
En aquella época, yo vivía entre juegos y arrullos, pero pronto las cosas cambiarían. Una tarde, cargada de regalos y tristeza llegó a establecerse a nuestra ciudad una tía recién separada, traía una niña que –lo juro- tenía un año mas que yo, es decir, seis años, y a un niño de uno o dos años. Yo me sentí celoso, después de todo era el único hijo en la casa y la llegada de una niña a la que todos hacían fiestas me ponía furioso, pero ella, poco a poco se fue ganando mi amistad, pues inteligentemente, me empezó a manipular haciéndome creer que me obedecía en todo, cuando que era yo quien estaba bajo sus órdenes.
Una tarde, me llamó a jugar al otro extremo del patio donde había un cuarto dedicado a los trebejos inservibles, de esos que siendo basura, uno se niega a considerar basura. Y entonces empezó todo: La encontré acostada en un viejo catre, cobijada por una sabana. A su lado se encontraba una muñeca preciosa, rubiecita como ella y de deliciosos labiecitos rojos, ella, a quien de ahora en adelante llamaré Margot, estaba cerrando los ojos, como si estuviera dormida, yo me acerque vacilante, en mis manos llevaba el regalo mas reciente que mi papá me hiciera, una pistola de agua.
– Oye Margot –le dije- ¿y que tal si jugamos a que tú eras una india y yo te mataba?. – No menso, me contestó entre abriendo los ojos, hoy vamos a jugar a otra cosa que te va a gustar mas. -¿A que? Dije yo, – al papá y a la mamá, – ¿y como se juega eso? dije, – ¿nunca lo has jugado? contestó, – es bien fácil, mira, imagínate que es de noche, tu llegas borracho y te acuestas aquí conmigo. – Bueno, dije yo. Entonces, haciendo como que me caía levanté la sabana y me quedé viendo, en silencio. Ella estaba totalmente desnuda, abrazando contra su pecho a su muñeca. Yo nunca había visto a una mujer o a una niña desnuda, por lo que le pregunté señalando su entrepierna -¿qué te pasó ahí? -¿dónde? Contestó asustada mi primita, – ahí. Ella se quedó mirando fijamente su entre pierna y sin comprender dijo, -¿ahí donde?, yo no veo nada, – si, ¿porque tu no tienes “tilín” como yo?, – ay menso, pues porque yo soy niña, las niñas no tenemos eso, y por eso los niños nos ! lo tienen que prestar, -¿y entonces por donde mean?, – pues por aquí, dijo abriendo las piernas y señalando una ranurita que hasta ese momento yo no había visto, – pero ven tonto que se hace tarde y nos pueden pillar, tu metete a la cama y pones a la niña (su muñeca) a un lado y me mamas mis tetas, entonces la niña va a llorar y yo voy a despertar y te voy a decir que “con razón llora la niña”, pues tu le quitaste su comida. Totalmente sorprendido pregunté – oye ¿y porque tengo que hacer eso? Yo ya no soy un bebe para mamar la teta, – ya lo sé tonto, dijo, pero eso es lo que hacen todos los papás, – ¿y tu como sabes?, – pues porque eso hacían mi papá y mi mamá cuando creían que yo dormía.
Ese fue mi primer contacto con el sexo, o por lo menos es el que guarda mi memoria. Al principio mas que gustarme me aburría, pero después le encontré el gusto y jugué con Margot al papá y a la mamá cada que podíamos. Por desgracia apenas unos meses mas tarde llegó el esposo de mi tía, se reconciliaron y se fueron de mi ciudad. Margot me dejó triste y con el deseo de seguir con nuestros juegos.
II
“AY HERMANITA, AY HERMANITA”.
El tiempo siguió su marcha. Mis privilegios de hijo único se vieron menguados cuando unos meses mas tarde nació mi hermanita, a quien llamaré Hilda. En honor a la verdad no resentí tanto el nacimiento de Hilda, pues en primer término yo ya casi tenía 6 años, y en segundo lugar ya acudía a la escuela, donde lidereaba a una buena pandilla de amigos, misma que como en el “Club de Tobi” no se admitían niñas. Durante esos años de educación básica, pocos encuentros tuve con el sexo. Mi realidad era otra, era un oprobio jugar con niñas, y yo, líder del grupo, no podía poner el mal ejemplo. Solo jugaba al papá y a la mamá cuando Margot nos visitaba, que por desgracia no era muy frecuentemente.
Ya había dicho que me desenvolvía en un ambiente de inocencia, y que los juegos sexuales eran algo emocionante, pero hasta ahí, por lo que comprenderán que a pesar de crecer, yo no veía las cosas con malicia ni con obsesión, pero una tarde, cuando yo tenía once años y mi hermanita cinco, ocurrió algo que vino a cambiar nuevamente las cosas: Me encontraba en un parque, eran aproximadamente las cinco de la tarde, mi hermanita, a quien entretenía, me dijo que tenía ganas de hacer del baño, como no había nadie mas en el parque y la casa estaba algo retirada, le dije que se sacara los pantys y se orinara ahí mismo, ella me hizo caso, se levantó el vestido, se sacó el calzón y me lo dio. Ese gesto de darme ella su pantaleta y yo tomarla entre mis manos, puso un foco de atención en mi cerebro. Sin mas, se sentó en cuclillas y empezó a orinar. Fue en ese preciso momento, en que su orina salía disparada mojándole las piernas y los zapatos, que sentí por primera vez una erección. No pude apartar mi vista de sus partes genitales, Margot me había dicho casi seis años antes que las niñas orinaban por esa ranurita que tenían donde yo tenía el “tilín”, pero fue hasta entonces que yo veía orinar a una niña. Creo que en ese momento se me metió el diablo al cuerpo.
Con una insana idea, le dije a Hilda que yo también tenía ganas de orinar, y me saque el pene delante de ella, y ambos nos quedamos mirándolo sorprendidos, pues ni yo mismo lo había visto como lo estaba viendo, por primera vez erecto, por primera vez de ese tamaño. Ella me dijo – “¡que te pasó?”, ¿te picó una abeja? Y es que ella si conocía los penes, pues veía cuando cambiaban de pañal a nuestro hermano mas chico, pero no había visto un pene de ese tamaño ni en estado de erección. – “No, dije satisfecho, lo que pasa es que ya soy grande”, ella no le dio mayor importancia, y me preguntó si no tenía papel para secarse el orín, – si tengo, pero para que no te manches las manos te limpiaré yo, le contesté, y sin dar tiempo a réplica, la senté entre mis piernas, y la limpié, acariciando sus partes intimas, lleno de excitación.
Esa fue la primera vez que tuve una erección, y me gustó la sensación. Ya no podía dejar de pensar en el coñito de Hilda, arrojando chorros de orín, y busque la manera de volver a verla. Fue muy fácil, mi padre viajaba mucho y mi madre se dedicaba a atender al tercero de sus hijos, por lo que teníamos mucho tiempo libre. Mi hermana me respetaba y obedecía en todo, por lo que le apliqué el mismo método que seis años antes empleara conmigo Margot: jugar al papá y a la mamá. Y a ella le gustaba y nunca dijo nada, y así pasó el tiempo, a ella le encantaba que yo le mamara las inexistentes tetitas, y en ocasiones ella me acariciaba el pene, pero, pendejo de mí, siempre tuve miedo de embarazarla (y con esto muestro lo inepto que era en las cosas del sexo, que ni aún asistiendo a la escuela tenía la más remota idea de la realidad de las cosas, yo lo hacía porque sentía bonito y nada mas).
Pasó el tiempo. Una noche, como muchas otras, aproveché el sueño de los demás y me fui a la habitación de mi hermana, para entonces ella tenía once años y yo dieciseis. Hago la aclaración que nunca había tenido novia, y no es que las mujeres no me gustaran, solo que debido a la férrea disciplina del hogar yo había crecido –en cuestiones de sexo- tímido y con miedo de acercarme a las chicas de mi edad, además, en mi mente anidaba la idea de que mi novia era mi hermana y debería serle fiel. Bien, aquella memorable noche ella dormía plácidamente. Me acerqué con cautela a la cama, me senté en una orilla y empecé a acariciarla por sobre las sabanas, ella se revolvió inquieta haciéndome saber que no dormía, sonrió “entre sueños” y con un ademán se despojó de las sabanas quedando ante mí solo en camisón de dormir. Empecé a acariciar sus cabellos, su rostro, dibujé con mis dedos sus labios, su nariz, y baje hacia el cuello, blanco, precioso. Por sobre la tela del camisón seguí acariciando, toque su pecho con suavidad, bajo mis dedos empezaban a desarrollarse lo que más tarde serían los pechos mas maravillosos que he succionado hasta el sol de hoy. Ella se revolvía en la cama, su respiración se hacía agitada. Mis dedos fueron desabrochando los botones de su camisón, entonces, pude meter mi mano en su pecho y noté que dos pequeñísimas “frambuesas” empezaban a levantarse ahí donde antes era pecho liso, mis labios supieron de esa delicia, mamé y mamé hasta que mis labios se cansaron. Ella sonreía mientras apretaba mi cabeza contra su pecho. Bajé, con besos pausados, succionadores, hasta el agujero de su ombligo, y seguí, mis manos bajaron su pantaleta, aún la recuerdo, blanca, blanquísima, con dibujitos de Walt Disney impresos en diferentes colores. Y mi lengua supo una vez mas del placer de un monte de venus tierno y sonrrosado. Y entonces… me detuve, algo, algo había raspado mi lengua, ¡sí!, ¡donde antes mi lengua podía recrearse sin obstáculos, suavemente, ahora se encontraba con algo rasposo!, imaginé lo que era, pero me quise cerciorar. Corrí a la habitación de a lado que era la mía y de entre mis útiles ! escolares saque una lampara sorda, de mano, y una lupa y regresé con mi hermana que aún fingía dormir. De inmediato le abrí las piernas –sentado en el costado de la cama -, le aplique la luz a su monte de venus y la observé con la lupa, ¡y si!, ¡ahí estaban!, ¡eran los primeros pelillos que meses mas tarde adornarían su conchita!. ¡Creí volverme loco! Y no era para menos, yo creo que muy pocos hombres han tenido el privilegio de sentir a una mujer desarrollarse bajo sus dedos y bajo su lengua. Y entonces, entonces, hice otro descubrimiento aún mayor, el descubrimiento más grande de todos mis 16 años: Al abrirle las piernas para seguir observando con la lupa me di cuenta de que su “ranurita” no solo abarcaba ese pequeño triángulo que era su monte de venus, sino que se extendía aún más allá, bajaba hasta su entrepierna y concluía en un agujerito: ¡la entrada de su vagina!. Si, sé que suena ridícula esa aseveración, pero yo nunca había visto eso, entonces entend! í, a mis 16 años, por donde se introduce el pene y por donde salen los niños cuando nacen. Y algo mas curioso aún, ella tampoco conocía ese sitio, lo conoció esa noche, pues con ayuda de un espejo ella pudo contemplar por primera vez su auténtica sexualidad. La sesión dejó por unos momentos de ser erótica para volverse científica: le metí un dedo, le metí un lápiz y le metí la lengua, por primera vez la masturbé en serio. Yo estaba muy caliente y ella también se calentó, pues me pedía casi a gritos “mámamelas”, “mámamelas”, refiriéndose a sus senos, aún inexistentes y cuando le dije ¿te la meto? refiriéndome a mi verga, ella aceptó jadeante, ¡pero el temor!, ese temor de dejarla embarazada me hizo desistir, así que intenté sodomizarla, es decir, meterle la verga por el culo, pero sin éxito, pues a sus once años era muy estrecha.
III
LA PRIMITA CLARITA Mi hermana y yo continuamos practicando el incesto durante cuatro años más, pero ya al acercarse su cumpleaños número quince, ella empezó a poner pretextos para no hacerlo conmigo. Muchos años después me enteré que por esas fechas tuvo su primer novio y pienso que ese fue el verdadero motivo por el que ella se negaba, así que la última vez que lo hicimos fue un mes después de su fiesta quinceañera, pero con un solo cambio, ella ya no estuvo de acuerdo, me dijo que lo haríamos una vez más para que yo ya no la molestara, pero con la condición de que sería la última. Y así fue.
Tal vez si me hubiera quedado en nuestra ciudad de origen mas tarde que mas temprano me habría cogido. Pero por esas fechas emigré a otro estado lejano. Llegué a trabajar y viví en casa de unos tíos. Yo ya tenía para entonces 21 años cumplidos. Mis tíos tenían dos hijos pequeños, una niña y un niño, la niña, que en ese entonces tenía siete años se llama Clara y de cariño le llamaban Clarita. Debo aclarar en este punto, que en ese entonces, fuera de mi sexualidad reprimida y mis relaciones incestuosas, me consideraba un tipo normal al que le gustaban las chicas de su edad o mas grandes, de hecho, la primer mujer extraña a la familia con quien sostuve una sesión de sexo oral tenía 30 años, nueve mas que yo. Me empece a relacionar con hombres de mi edad y salíamos en busca de putas, o de chicas que quisieran pasar el rato con nosotros, y todo parecía normal, mis días de incestuoso fueron quedando atrás. Pero el diablo nunca duerme, y no iba a dejar escapar tan facilmente a una de sus ¿victimas?.
¡Clarita, la dulce Clarita!. Empezó a encariñarse conmigo. Debo decir que sus padres, por cuestiones de trabajo, no le prestaban el cuidado debido. Es más, Clarita creció en un ambiente diferente al mío, sus papás me contaron un día, entre risas, que una vez se les olvidó una película pornográfica en el video y que cuando llegaron sus hijos la estaban viendo como lo más natural del mundo.
Yo también me encariñé con ella, con un cariño filial, pues declaro en mi descargo, que si bien es cierto que cuando me empecé a cachondear a mi hermana, ella era cinco años menor que yo y era una niña, yo también era un niño, por lo que no se puede decir que desde entonces padeciera de pedofília (atracción sexual por los niños). Yo veía a Clarita como a una niñita simpática que bien podía ser mi hijita o mi hermanita pequeña y la cuidaba sin ninguna malicia. Un día, Clarita y yo, regresábamos de un largo paseo por los parques de sus ciudad. Veníamos comiendo helado y tomados de la mano, su mamá bromeando nos dijo: -¡ustedes parecen novios!, todos los presentes empezáron ha reír, menos Clara y yo, ella porque no le hizo gracia que se rieran de nosotros y yo porque, como un chispazo, me llegó desde el pasado la imagen de mi hermanita orinándose en el parque. No pasó a mas, por lo menos en apariencia, porque días después, Rina, otra primita nuestra de la misma edad de Clarita, me confió como un secreto inviolable que Clarita le había contado que ella y yo éramos novios. ¿Qué hacer? Quizás para el lector habría sido muy fácil salir de ese paso, pero a mí en ese tiempo, me pareció que yo no debía desmentir a Clarita y si bien no afirmé que fuéramos novios, tampoco lo negué. Y creo ahora, que ese fue el det! alle que propició los hechos que a continuación narro: Clarita empezó cada día a encariñarse mas y mas conmigo, salíamos juntos frecuentemente y con mucho orgullo me presumía como su novio entre sus amiguitos y amiguitas. Una noche en que sus papás fueron a bailar, me encargaron que cuidaran de ella. Su hermano, que no era tan afecto a mí, se fue a la casa de unos tíos, de tal suerte que nos quedamos solos en casa. Clarita me pidió que durmiera con ella, pero ya el gusano de la tentación me estaba picando y decidí no hacerlo. Sólo estuve con ella hasta que se durmió y después me acosté en un sillón amplio que se encontraba en esa misma habitación. Yo no podía dormir, y un poco mas tarde, Clarita despertó, me vio en el sillón y me dijo “eres un tonto”, ¿por qué no te acuestas conmigo?, yo pensé, pues sí, soy un tonto, y me pasé en ese momento a su cama. Ella se levantó y me dijo, – acompáñame al baño. La acompañé, ella entró al sanitario y yo me quedé tras la puerta. Hasta mis oídos llegaba el sonido de su orín golpeand! o contra las paredes del toilet. A mi mente acudió la imagen inolvidable de mi hermana de cinco años orinado en el parque mientras se mojaba los zapatos. Como aquella tarde, una erección golpeo mi pantalón. No pudiendo contenerme abrí la puerta y le dije – ¿ya terminaste?, ella me miró primero con sorpresa, sonrió después, y me dijo – “ya”, se puso de pie, se alzó la falda y se subió las pantys, eran como las que portaba mi hermana la noche en que le descubrí los primeros pelitos de su viscocho: blancos y con dibujitos de colores.
Nos fuimos a costar, ella me pidió que le hiciera “cosquillitas” en la espalda, yo con mi erección apunto de estallar, la complací, le pedí que se pusiera de espaldas, pegué a mi pene sus nalguitas (ambos con ropa) y procedía a acariciar sus cabellos y su espalda, poco a poco ella se fue quedando dormida, y no, juro que no pude evitarlo: Cuando la sentí profundamente dormida, procedí a bajarle el calzoncito, le besé la entrepierna y me deleité con su olor, poco a poco fui separando sus piernas, poco a poco fui enterrando mi lengua en ese agujerito cerrado, y probé ese agridulce sabor, tan característico de las conchitas de las niñas pequeñas, vizcochitos suaves, sin pelitos, enloquesedores. Solo la lamí. Tuve buen cuidado de no dejarle marcas. Acaricié también su pechito. Contrario a mi hermana que a los once años apenas empezaban a brotarle las tetitas, a ella ya empezaban a insinuársele los pezoncitos, claro, muy pequeñitos e inexistentes, pero ya era un esbozo de lo que, me imagino, hoy deben ser hermosos y contundentes senos que quien sabe quien disfrutará en mi lugar. Por un instante me creí perdido, ella se revolvió en la cama, abrió los ojos, me vio y se vio con los calzones abajo, se los subió, se cobijo con la colcha, se acomodó y nuevamente se quedó dormida sin decir una sola palabra. Esa noche ya no pude dormir, pensando en lo terrible que sería si ella decía algo a sus padres. Pero nada, terminó la noche, despertó y se dirigió a mí como si nada hubiera pasado, tal parece que su mente no registró lo que vio e hizo, supongo que lo hizo dormida.
Por supuesto ya no hice nada durante algún tiempo, pero el gusanito de la depravación ya había tocado mi sexo y si bien yo ya no la toqueteaba, no perdía oportunidad de verla desnuda cuando nadie me veía. Ni tampoco pude renunciar a una idea loca: robarme los calzones que tenía esa noche. Y así lo hice, buscando entre su ropa sucia los encontré, los guardé en un lugar seguro, y cada noche, en mi habitación, los sacaba, aspiraba su olor de coñito de niña y me masturbaba. Mis incursiones por el cuerpo de Clarita continuaron cada noche que nos quedábamos solos durante tres años, y aún hoy no estoy seguro de que realmente nunca se haya dado cuenta, pues en una ocasión en que también se despertó, me dijo muy sonriente, – “sígueme haciendo cosquillitas”, y continuó con los ojos cerrados pero sin subirse los calzones.
IV
¿?
De aquellos hechos han pasado 7 años, ahora yo tengo 30, Margot debe tener 31, mi hermana 25 y Clarita 16. Dejé de ver a Clarita cuando cumplió diez años, y también fue entonces cuando la tuve para mí por última vez.
He regresado a mi estado natal aunque no a mi ciudad, pues tengo miedo de caer nuevamente en el incesto, quizás ya no con mi hermana grande sino con mi hermanita de 13 años a quien he espiado y he visto desnuda en muchas ocasiones. Estoy apunto de casarme con muna mujer cinco años menor que yo, y tengo actualmente relaciones con otras mujeres, pero todas mayores, sin embargo, no puedo olvidar el pasado, ni tampoco que la mujer que mas me ha hecho vibrar en la cama, es mi hermana.
Por otro lado, tengo el problema de que sí bien hasta antes de Clara, nunca me gustaron las niñas siendo adulto, ahora sí, y de ahí mi título de “Cazador de Angeles”, pues en todo momento me paso mirando niñas. En ocasiones, cuando tengo suerte, con mi cámara fotográfica les tomo fotos sin que se den cuenta sus padres. Precisamente ayer tuve la suerte de tomar una foto muy excitante, es de una mamá ayudando a orinar en plena calle, a su niña de unos cuatro años. La tomé de la siguiente manera: Yo manejaba mi auto, un embotellamiento hacía lento el tráfico, entre los autos estacionados, una señora le quitaba el pantalón a su niña, le quitó los calzoncitos, y la sentó en cuclillas, la mamá y la niña miraban al suelo, yo tomé mi cámara, enfoqué y ¡clic! Ya estaba un ángel más para mi colección.
Confieso que nunca he violado a una niña, solo las he toqueteado o mamado sus criquitas, pero creo que me encantaría hacerlo. Sueño con cogerme a una niña de cinco años. Confieso también que guardo como un verdadero tesoro los calzones de Clarita y un pelito casi invisible que le quité a mi hermana de sus coñito poco tiempo después de que le empezaron a salir… Y Confieso finalmente que me encanta meterme a internet a buscar páginas gratuitas de pornografía infantil. Y gratuitas no porque no pueda pagar los servicios de las páginas que cobran, sino porque tengo miedo de ser identificado. Me moriría si mi familia se enterara que entre ellos vive un “cazador de ángeles”.
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