Tengo 28 años y mi esposa 26, desde el inicio de nuestra relación el sexo fue muy normal, con mucho amor pero sin una verdadera chispa que nos motivara. Una vez casados hace tres años comenzamos a expandir las bendiciones de nuestra sexualidad y a experimentar cosas distintas. Siempre he estado muy enamorado de ella y hemos tenido una muy buena química en la cama. Entre nuestros nuevos juegos de recién casados incluimos la realización de videos amateur, un poco de sadomaso soft y compartíamos nuestras fantasías mientras nos tocábamos juntos hasta llegar al orgasmo.
Me encantaba verla masturbarse mientras le relataba historias sexuales de mi pasado o ella me contaba las suyas, eso le excitaba mucho. Otras veces yo inventaba alguna historia en la que ella era la protagonista. Se la decía al oído, le pedía que lo imaginara con ganas hasta que alcanzara el orgasmo. A ella la volvía loca que le relatara como imaginaba que era follada por personas que ambos conocíamos, desde compañeros de trabajo hasta amigos comunes. Conocíamos los límites pero mientras más prohibidas e indecentes fueran las historias, más intensos y placenteros eran sus orgasmos.
Muchas noches en la tina y en la cama fueron de fantasías que probablemente nunca nos atreveríamos a cumplir en la vida real pero que en nuestras cabezas les dábamos toda la imaginación. Tuvimos sexo con muchísimas personas, yo con mujeres hermosísimas, ella lo hizo con decenas de hombres, todos los que deseó, pero siempre fue algo que no dejamos pasar más allá de nuestra imaginación.
Así hasta el verano pasado, que quisimos hacer un viaje por el Caribe. El Crucero partiría de México, viajaríamos por San Marteen, La Antigua y Nassau, entre otros lugares. Tendríamos una semana para relajarnos juntos mientras viajábamos. En un bar del crucero, el primer día, conocí a una pareja de colombianos que se acercaron a mi. El tema comenzó porque notaron de inmediato mi acento español y ellos habían vivido en Tenerife durante dos años. Aquí los recordaré como Diana y Miguel, aunque esos no son sus verdaderos nombres.
Mi mujer entabló rápidamente una buena relación con Diana mientras que Miguel y yo compartíamos nuestra afición por el buen Whisky. Diana era una mujer muy atractiva de unos 28 años y Miguel probablemente tenía unos 35. Durante el viaje compartimos los cuatro largas noches de conversaciones sobre la vida, siempre con mucho alcohol por medio. También hablábamos de sexo, de lo abierta que era su sexualidad. Incluso una vez se atrevieron a contarnos la experiencia que habían tenido con una escort de lujo. “La mujer terminó enamorada de mí” nos decía con ironía Diana, víctima del alcohol.
Cuando ellos se marchaban de nuestro camarote, mi mujer y yo hacíamos el amor durante horas. Aunque en ese momento no se lo pregunté, pude notar que se sentía atraída por Miguel. No me importó. Yo le insinué desde el principio que Diana me parecía muy atractiva. “Imagínate que la tuviéramos aquí con nosotros” le dije una noche al oído mientras me cabalgaba excitada en la cama. “Me encantaría ver como te la follas” contestó ella antes de perderse en un fuerte orgasmo.
Durante una noche de tequila en el camarote de ellos decidimos jugar los cuatro a prenda de ropa. El tequila fue un detonador. Mi mujer y yo confesamos muchos de nuestros juegos y fantasías. Incluso ella le dijo a Miguel que tuviera cuidado de mí porque ya Diana “era parte de nuestras fantasías”. Aunque a mi me molestó un poco el descaro de mi mujer, pude notar que ellos lo asumieron con mucho humor.
Adelantado el juego, Diana quedó en sujetador y tanga y mi mujer iba casi por el mismo camino. El cuerpo de Diana era impresionante, pero me excitaba más la idea de que pudieran ver a mi querida esposa como Dios la trajo al mundo. Cada vez que mi mujer se quitaba una prenda de ropa se me aceleraba el corazón. Su cuerpo siempre me ha vuelto loco pero esa noche yo estaba más excitado y nervioso que nunca.
Durante la farra mi mujer me dijo al oído que no me preocupara. “No estoy preocupado” le contesté, “hoy te ves mejor que nunca”. Sé que mis palabras le erizaron los poros de su cuerpo… minutos más tarde mi mujer y Diana tenían los pechos al descubierto. Podía notar como Miguel no le quitaba la mirada de encima a mi mujer.
Mi mujer, Miguel y yo estábamos en un sofá y Diana estaba sentada en la cama. Alrededor todo era alcohol y ropa. Hubo un momento en el que no aguanté y besé a mi mujer con muchas ganas mientras le acariciaba un pezón. Miguel y Diana guardaron silencio y nos observaron. Sin malicia y yo diría que accidentalmente, Miguel puso su mano sobre la rodilla de mi mujer mientras yo la besaba. En el estado de calor en el que me encontraba, lo único que hice, probablemente sin pensarlo, fue abrirle las piernas a mi mujer dándole a entender a Miguel que podía tocar más.
Diana comenzó a observar con más atención desde la cama y mientras yo besaba el cuello de mi esposa Miguel llevó lentamente su mano hasta sus panties, colocándolos un poco de lado para descubrir la vagina de mi esposa. Ella comenzó a temblar. Pude notar que mientras yo la besaba con pasión y le tocaba los pechos, Miguel comenzaba a acariciarle el clítoris con dos dedos. Los gemidos de mi mujer eran cada vez más fuertes y mientras yo intentaba quitarme el pantalón, ella cogía a Miguel con fuerza por el pelo para que la tocara más profundamente.
Yo me hice a su lado desnudo mientras Miguel se quitaba la ropa. Entonces mi mujer pegó su cuerpo contra el mío, y mientras esperaba a Miguel comenzó a masturbarme con la mano derecha. Miguel quedó completamente desnudo y se acercó un poco, mientras que Diana se masturbaba en la cama. Fue entonces cuando mi mujer cogió la verga de Miguel con la mano izquierda y comenzó a masturbarnos a ambos con una simetría impresionante.
Aun sentada en el sofá, le separé con delicadeza las piernas y con mis dedos le abrí los labios vaginales quedando completamente abierta a merced de Miguel. Pude notar de inmediato que estaba extremadamente mojada. Mientras yo le acariciaba los labios superiores de su vagina superficialmente, Miguel introducía su verga en mi mujer con mucho cuidado. Su grito fue impactante. Ya no había vuelta atrás.
La cogí con fuerza de los pechos y la recosté contra mí mientras Miguel se la follaba cada vez con más fuerza. Poco tiempo más tarde ella se dio la vuelta hacia mí y comenzó a cabalgarme en el sofá, viniéndose por primera vez. Ahora era yo el que disfrutaba de mi mujer. Me aseguré de que Miguel y Diana pudieran ver el culo de mi esposa y la penetración completa.
Diana era una observadora silenciosa que de vez en cuando se llevaba los dedos de la vagina a la boca, sentada de rodillas en la cama. Miguel se masturbaba mientras nos veía follar y un par de veces propinó suaves nalgadas a mi mujer mientras me montaba. La acosté boca arriba en el sofá y comencé a follármela en la posición del misionero. En ese momento Miguel comenzó a golpearle los pezones con su verga, la cual después colocó en la boca de mi esposa. Ella le dio el mejor sexo oral. Se comió la verga de Miguel como si fuera un manjar; parecía loca, desesperada por sentir la fuerza de dos hombres penetrándola. Fue en ese momento cuando tuvo su segundo orgasmo, su cuerpo se erizó y apretó las piernas y la cadera mientras disfrutaba venirse.
Le cedí el puesto a Miguel quien comenzó a follársela con más ganas que antes y me senté en la cama muy cerca de Diana a observar junto a ella. No pude aguantar sin masturbarme mientras veía a mi mujer ser follada. “Me voy a venir” nos dijo Miguel a nosotros mientras disfrutábamos el espectáculo desde la cama. Segundos más tarde, noté las arcadas de Miguel dentro de mi mujer. La llenó completamente de su esperma y apenas retiró su pene de la vagina parte de la descarga de semen cayó en el sofá.
Miguel se unió a la cama y comenzó a besar a Diana, ésta no dudó en darle un par de lamidas en la verga mientras se recuperaba. Yo no aguantaba las ganas, me acerqué a mi mujer y comencé a besarla. Ella parecía sedienta de sexo, llena de energías. La recosté boca arriba y la penetré con más ganas que antes. Nunca había notado su vagina tan húmeda y fría. Entré sin dudarlo y la penetré con una fuerza increíble mientras Miguel y Diana observaban el acto en la cama.
No pasó un minuto y yo ya estaba eyaculando dentro de mi mujer, quien había tenido un orgasmo poco antes. Nunca había estado tan llena en toda su vida. Había quedado completamente acabada. Yo me eché a su lado a descansar antes de volver a nuestro camarote.
La mañana siguiente hicimos nuevamente el amor, pero esta vez fue distinto. Habíamos perdido las barreras carnales, no sentimos miedo. No hemos repetido la experiencia pero la recordamos constantemente. Nunca nos sentimos más orgullosos el uno del otro como pareja como en esa noche de julio en el Caribe.
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