Como todos los Domingos por la tarde, me dirigía a casa de mi novia para salir juntos a dar una vuelta. Entré con el coche en su calle y me paré en la esquina de arriba. Había una vecina de ella en la acera de enfrente, pero no le presté atención. Mi novia se asomó por la ventana y me dijo que ya bajaba. Al rato, la vecina cruzó la calle para ir a su casa y… Joder!!! Llevaba una camisa violeta apretada y unos pantalones a juego que realzaban su más que atractiva figura. Antes nunca me había fijado en ella, pero desde ese día, no hago otra cosa. Sus pechos eran tan redondos y firmes, que no pude dejar de mirarlos por un momento. El frío mantenía erizados sus pezones, lo que me excitaba todavía más. La blusa era un poco transparente, y dejaba ver esa zona más oscura de sus pechos con poca dificultad, aumentando mi excitación. Sus 13 años me parecieron suficientes, y comence a mirarla.
Cada vez estaba más nervioso, en parte por su mirada y por saber que mi novia bajaría de un momento a otro. Pero que niña, que pechos, que labios, que pedazo de culo… En ese momento se abrió la puerta del edificio y salió mi novia, por lo que tuvimos que apartar nuestra mirada. Ella, sin embargo, se dio la vuelta y comenzó a cuchichear con su amiga, que acababa de llegar. Se echaron a reir y mi novia les dirigió una mirada un tanto asesina. Al entrar en el coche, me dijo: «Esa niña es una pedazo de guarra…» «La verdad es que si, cariño», le dije yo. Cerró la puerta y al irnos, nos dirigimos una última mirada, muy fugaz, pero que significaba muchísimo. Pasaron un par de días, y como siempre, fui a buscar a mi novia al instituto. La dejé en su casa y me fui a la Facultad, no sin antes mirar hacia el balcón de aquella chica. Creo que se hizo la despistada y no me miró, pero se dio la vuelta y se quitó la blusa, como si no supiera que yo la estaba mirando. Me dejó ver el sujetador que llevaba, de color negro, de encaje. Precioso. Luego se dio la vuelta y me dirigió una mirada muy rápida, para luego cerrar la cortina. Todo el día estuve pensando en ella, al día siguiente tambien, pero al otro volví a pasar por allí y al pasar por su balcón la vi asomada. La miré y me saludó con una pedazo de sonrisa que me enamoró, en serio. Los días pasaron y llegó de nuevo el Fin de Semana. Tener que ir a buscar a mi novia se convirtió entonces en algo diferente. Salimos, la dejé en su casa y me fui. Cogí el ascensor para bajar a la calle y pulse el botón. Cuando llegué a abajo, la puerta se abrió y allí estaba, con la blusa más apretada que os podais imaginar, y sin sujetador…!!! Me supongo que iba a casa de alguna amiga, pero que en realidad ella sabía que yo estaba allí y que la iba a mirar. Al principio me resistí y no le miré los pechos, pero ella se movió un poco y no pude resistir. Joder, como me estaba poniendo la niña. Si ella no hubiera estado allí de verdad y hubiera sido una fotografía, no dudaría en masturbarme delante de ella. Pero allí estaba, era de verdad. Me dijo «hola» con una sonrisa un poco pícara, como tratando de decirme algo. No hacía falta decir nada. Ella sabía que a mí me ponía caliente, y que no hacía falta mucho tiempo para que se me pusiera dura como una piedra, como hacía tiempo que no se me ponía. Se acercó a mí y me rozó la nariz. Tocó el numero 8 para subir y me pude fijar en su escote. Su canalillo parecía empapado en sudor, y me dieron unas ganas inmensas de meter la mano por él, pero ella sabía que no iba a hacerlo. Aspiré el aire por la nariz y el olor que me llegaba no sabría como describirlo, pero me puso más caliente todavía. Se echó hacia atrás y me pude fijar en que llevaba una minifalda blanca, elástica. Le quedaba un poco suelta, lo cual me extraño mucho, porque siempre se había puesto cosas apretadas que realzaran su figura, pero esa falda lo que hacía era ocultarlas.
El ascensor se puso en marcha, y como es lógico, pasó lo que me temía. Pulsó el botón de parada entre el piso 3 y 4, justo el de mi novia. Le pregunté que porque lo había hecho, pero no me respondió. Soltó la bolsa que llevaba, se levantó la blusa y me besó. Sus pechos estaban muy calientes, casi me quemaban, y sus pezones estaban erizados y de color rojizo. Mi mano se acercó poco a poco hacia ellos y los pellizcó con sumo cuidado al principio, y con pasión después. Mis dedos no podían abarcar tanta maravilla, y es que la niña estaba muy desarrollada. Rodeé su cintura con mis brazos y la apreté contra mí, para que notase que yo también necesitaba algo de ella. Ella lo entendió y dejo caer sus brazos hasta mi cintura, desabrochó los cuatro botones de mis pantalones e introdujo la mano lentamente. No tardó en llegar, porque yo estaba demasiado excitado, y al primer contacto de su fría mano, la piel se me puso de gallina. Abrió los dedos y rodeó con suavidad mi sexo. Deje escapar un gemido apenas perceptible, pero debió oir. Al principio no lo entendí, pero cuando comenzó a bajar la cabeza y dejar de besarme, supe que iba a disfrutar de verdad. Noté su lengua recorriendo mi glande, dejando su caliente saliva por donde pasaba, jugando con mi sexo, pero pasado un rato, la introdujo en su boca. Me hizo gozar durante bastante rato, y deseé que nunca acabara, pero las ganas de correrme eran demasiado fuertes, así que la aparté de mí y volví a besarla. Ella apretó su cadera contra mi sexo y comenzó a moverse de un lado a otro. La besé en el cuello, pasé mi lengua por su escote, chupé sus pezones, y comenzó a gemir de placer. Ella también quería correrse, pero no de esa forma, y yo lo sabía. Fui desplazando mi mano por su cintura, pasé por el ombligo y separé un poco la cinta de la falda. Palpé sus bragas y noté que estaban muy mojadas, la niña estaba muy caliente. Con dos dedos me acerqué a la parte más húmeda de las bragas y comencé a masturbarla. No estuve mucho tiempo cuando desesperadamente se apartó de mí y se bajó las bragas. La cogí por la cintura y la puse de espaldas a mí. Con una mano le tocaba los pechos y con la otra, estimulaba su clítoris, lo que la llenaba de placer, y ahora si que estaba gimiendo. Su culo se rozaba contra mí y me ponía muy cachondo, solo pensaba en correrme. Cuando ya comenzó a temblar, supe que ya era mía. Me bajé los pantalones, le levanté la falda, y la puse casi de cuatro patas, porque el ascensor no era muy grande que digamos. Introduje mi dedo por su abertura y la estimulé de nuevo, pero lo que en realidad estaba haciendo era prepararla. Saqué el dedo y la penetré con violencia, lo que provocó que ella soltara un pequeño grito de dolor, pero de placer a la vez. Joder, que ganas tenía de correrme, pero sabía que no podría hacerlo, así que me dispuse a sacar mi sexo. Pero ella me agarró por la cintura y me permitió hacerlo dentro de su cuerpo, porque quería notar ese flujo caliente en su interior. Una vez terminado, y trás un leve suspiro, se vistió y me dijo: «Quiero volver a repetirlo».
Y dicho y hecho, quedamos otra vez para lo mismo, pero en mi casa, cuando no hubiera nadie. Pulsó de nuevo el botón de parada y el ascensor se puso en marcha. Se bajó y me dio un beso en la mejilla. «Por favor, llámame». Más tarde salí a la calle caminando con dificultad, porque sus 13 años me dejaron hecho polvo, casi derrotado. Por supuesto, la volveré a llamar, pero eso lo contaré la próxima vez. O tal vez pueda contar algo de la hermana de mi novia, que con 13 años ya puede ponerme cachondo con solo rozarme.
Compartir la entrada "EL ASCENSOR DE MI NOVIA"