Como era de costumbre, al salir de las clases del Instituto, compraba el pan en una panadería de allí cerca. En ella habían tres personas trabajando: La dueña, su hija y su hijo. La dueña era de unos 45 años, robusta y con buen carácter (algo corriente ya que quería sacar adelante su negocio). El hijo, de unos 26, era más bien descuidado y no estaba muy convencido con el trabajo que desempeñaba. Y la hija, una preciosa muchacha de 18 años, se esforzaba por mantener la clientela que iba a su local a comprar.
Yo empecé a ir a esa panadería ya que me pillaba de camino a casa y de paso para alegrar un poco a mi vista. Poco a poco, y debido a mis numerosas visitas, fui conociendo a la familia. La tienda era más bien pequeña, pero contaba con un amplio sótano que hacía las funciones de almacén. Lo deduje en un principio, ya que la muchacha bajaba numerosas veces a reponer el pan que vendía.
Un día empecé a entablar conversación con ella. Se llamaba Ana. Tenía unos ojos castaños y un pelo negro que le llegaba a la altura de los hombros. Su estatura era media y en su cuerpo se notaban los efectos de un gimnasio. Solía llevar ropa ajustada, cosa que yo agradecía aunque nunca se lo dije. Sus pechos eran de una talla normal, pero firmes. Era a veces difícil el deducir si llevaba sujetador debido a la consistencia de ellos. Poco a poco, mis visitas se fueron ampliando y pasé de ir sólo a mediodía, a tirarme las tardes enteras conversando con ella.
Mientras que conversábamos, la hechaba una mano a subir cajas ya que había veces que ella sola no podía. Fuimos intimando hasta el punto que casi me consideraban de la falimia. Un día, llegué como de costumbre y ella estaba sola. Me extrañó y le pregunté el por qué. Ella me contestó que su madre había tenido que salir y que su hermano se había quedado durmiendo en casa. Me pareció una excusa lógica y no le di la menor importancia. Mientras me estaba tomando una CocaCola, ella bajó al sótano. Era algo normal. Pero pasó un tiempo y vi que no subía. Le pregunté que si estaba bien y me dijo que le cerrase la puerta de la tienda y que bajara a ayudarla. Yo lo hice, ya que en esos momentos era ella la que mandaba en la tienda.
Cerré la puerta y me dispuse a bajar. La escalera hacía una L con lo que en un principio no se podía ver el sótano. Al bajar, noté que me tiraban de la mano y aparecí delante de ella casi rozándonos los labios. Al no esperarme esa reacción, me quedé quieto. Ella me dijo que desde que me conoció no había dejado de pensar en mí. Yo no supe que contestar y casi sin darme cuenta, estaba besándola. Noté su lengua impaciente por recorrer todas las partes de mi boca. La mía le correspondió.
En ese momento, sufrí una terrible erección que me estaba empezando a producir dolor debido a los pantalones. Noté su mano en mi paquete. Ella paró de besarme y me dijo que eso era lo que quería. Se agachó y fue desabrochando botón por botón con la boca. Eso me produjo una excitación aún mayor. Mi pene estaba a punto de estallar, pero en ese mismo instante ella terminó con el último botón de mi vaquero y el triunfo se hizo ver. Sin dudarlo un momento, se lo introdujo en la boca y empezó a engullirlo como si llevase varios días sin comer. Lo sacaba y acariciaba el glande con su ardiente lengua, que recorriría con sensuales movimientos circulares. Acto seguido volvió a succionarlo como hasta el momento había estado haciendo. Estuve aguantando las ganas de correrme ya que quería alargar mi primer orgasmo. Le agarré el pelo y tiré de el para sacarle mi miembro de su boca a lo que ella respondió con un gemido de dolor y placer.
La levanté y de un tirón le quité la ceñida camiseta que llevaba. Sus pechos estaban firmes y sus pezones estaban espectantes de lo que ocurriese. Empecé a pellizcarle un pezón mientras que con mi otra mano me dedicaba a soltar los botones de su pantalón. Mi mano recorrió palmo a palmo sus pechos y pezones. Ella disfrutaba viendo cómo mi mano se iba desplazando. Con la otra mano, me fui abriendo camino entre sus pantalones y sus preciosas bragas de encaje. Llegué a su órgano y empecé a acariciar su clítoris. Este reaccionó instantáneamente y se endureció.
Quité mi mano de su pecho para relevarlo por mi boca mientras que con la mano que tenía libre, me dedicaba a terminar de bajarle el pantalón. Ella mientras tanto, jugueteaba con mi miembro que permanecía con su intacta erección. Después de hacerla llegar casi al clímax con mi mano, me agaché y empecé a comerle su preciso clítoris. Ella se apoyó en la barandilla de la escalera y me lo brindó por completo al abrirse más de piernas. Mi lengua recorría todas las partes de su precioso sexo, mientras podía notar su flujo. Sin darme cuenta, ella llegó al orgasmo lanzando un gemido que prácticamente se podía oir desde la calle. Me levanté y la miré. Ella tenía una cara de placer debido a su orgasmo. Nos miramos fíjamente y ella me dijo: » Métemela entera «.
Sin más dilación, la giré de espaldas y ella se agarró a la barandilla. Inclinó su espalda, le separé las piernas y mi pene se abrió paso entre sus preciosos labios bañados en su flujo vaginal. Ella lanzó otro gemido, aunque esta vez menos fuerte, mientras que yo le introducía mi pene en plena erección. Mi ritmo iba aumentando a medida que notaba cómo estaba a punto de correrme. La arremetía cada vez con más fuerza sintiendo ambos un placer extremo. Cuando estaba a punto de correrme, se la metí hasta que mis testículos hicieron tope y fue cuando descargué mis millones de espermatozoides dentro de su vagina. La corrida fue una exposión de tensión y placer. Se la saqué y la llevé hasta las escaleras. La dije que se tumbara boca arriba y abriera las piernas.
Ella obedeció ya que quería que la siguiera penetrando. Cogí mi pene y lo dirigí hacia su abertura todavía dilatada por la penetración anterior. Se veía brillante y lubricado ya que no había parado de segregar flujo. Con sus pechos duros y su cara de placer, se la volví a meter. Esta vez más despacio lo que la produjo otro orgasmo. Mientras se la metía, ella levantó su cabeza y empezó a mirar cómo mi pene entraba y salía. Me pidió que aumentara el ritmo y que le encantaba ver cómo me la estaba tirando. Mientras la miraba a ella cómo disfrutaba, mi pene estaba a punto de soltar su segunda descarga. Miré su entrepierna y vi cómo sus labios vaginales abarcaban mi pene y al ver tan excitante escena, llegué al orgasmo al igual que ella. En ese momento, ella me retiró y cogió mi miembro para terminar de limpiarlo con su lengua. Terminado el acto, ella se vistió y subió a la parte de arriba de la tienda. Oí como volvía a abrir la puerta y empezaba a despachar. Yo subí y comprobé cómo había una gran cola para comprar. Salí por la puerta y me despedí de ella con un guiño de ojo.
Al día siguiente volví a comprar el pan. Ella seguía allí. Conversamos como habíamos hecho desde que nos conocimos. Allí estaba su madre y su hermano. Les saludé y después de intercambiar unas cuantas palabras, cogí camino de mi casa ya que la comida me estaba esperando.
«Desde entonces el pan fue el acompañamiento de las comidas españolas»
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