LA TORTURA

Fuí arrestado un día Viernes, en que salía de dar clases en la Universidad. Eso fué para el 1959, desde luego yo era catedrático de dicha institución. Para esa época en el país se vivía un estado de sitio militar, no era de extrañar, ya que el «Y que presidente de la República» no era más que un general de pacotilla que había usurpado el poder dando un golpe de estado, a una insipiente democracia.

Para hacerles el cuento largo corto, les diré que me arrestan por culpa de Homero, si como lo ven por culpa de ese venerable escritor clásico griego fuí arrestado, acusado de sedición y conspiración contra el régimen establecido. Para esa época yo impartía una clase de literatura universal, y como ejemplo tomé las obras de Homero, la Iliada y la Odisea. Desde luego en mi salón habían infiltrado a un esbirro del régimen, el cual se hizo pasar por estudiante desde luego. Pero el muy bruto le notificó a sus superiores, los cuales debían ser más brutos todavía, que yo con un tal Homero, y un tal Ulises, gestábamos un golpe de estado. La cosa fué que se me arrestó saliendo de la Universidad, frente a mis alumnos y compañeros profesores.

Al ser detenido, se me llevó al cuartel de lo que era la policia política, entramos por lo que era el estacionamiento del edificio, la oscuridad reinaba por todos lados, apenas una bombilla iluminaba el lugar, en una especie de recepción se encontraban algunos agentes armados y una joven de unos 15 o 17 años, su persona contrastaba tanto contra ese ambiente, que todo aquel que pasaba se fijaba en ella, alta delgada blanca, con una cara de angel, y con el cabello suelto que le ocultaba parte de su hermoso rostro. A empujones me llevaron hasta un pequeño calabozo, en el que me dejaron dentro, por lo menos medio día. Calculo yo que ya era de noche cuando se me sacó para ser interrogado, y en ningún momento se me informó lo que sucedía. Hasta que me llevaron a una oficina o sala de interrogatorios.

Se me ordeno que me sentara en una silla de madera, toda destartalada. Al rato se presentó un hombre grueso de tez oscura, y sin decir una sola palabra me propinó un golpe en la cara, con tal fuerza que salí disparado de mi asiento, de inmediato sus dos ayudantes, se lanzaron sobre mi persona, me tomaron por los brazos y me colocaron nuevamente en la silla de madera. El hombre grueso se me acercó y en un tono de voz burlón me dijo, «Usted disculpe profe, pero eso fué para que le quede claro, que si no colabora le va a ir muy mal». De inmediato comenzó el interrogatorio, preguntando quienes eran Homero, Ulises y Elena, eso me causó algo de gracia, y me sonreí ligeramente, y comencé a decir que eso debe ser un error, ya que los nombres pertenecían a los de los personajes de la obra de Homero, un escritor griego. El hombre grueso se sonrió conmigo y de nuevo me da otro golpe, por el que volví a salir despedido del asiento de nuevo. Así pasó gran parte de la noche, yo tratándolos de convencer de que no había tal complot contra el presidente, y ellos dándome golpes.

Ya habían pasado una cuantas horas, cuando uno de los ayudantes, un flaco mal encarado se le acercó al hombre grueso y le dijo algo al oído, de momento se retiró el flaco y otro más, y a los pocos minutos regresaron con unos cables y unas cadenas. Las cadenas las pasaron por un tubo de metal, pintado de negro y de unos 30 centímetros de diámetro, el cual de seguro, era usado para las aguas negras. Atravesaba la habitación a unos pocos centímetros del techo. Me colgaron de los brazos como a un animal que van a destazar, mis pies apenas tocaban el suelo. Para ese momento ya mi camisa se encontraba hecha jirones, y me la arrancaron de un solo golpe, uno de ellos me bajó los pantalones, me quitó los zapatos y las medias así como el pantalonsillo que yo cargaba puesto ese día, me dejaron totalmente desnudo. A partir de ese momento la técnica del interrogatorio era bien sencilla. Consistía en darme choques de corriente eléctrica, en distintas partes de mi cuerpo, auxiliados por los cables, los cuales fueron enchufados a un toma corriente de la pared, de vez en cuando me echaban un poco de agua para hacerme volver en mi, y preguntarme una sarta de estupideces.

Ese doloroso proceso duró por lo menos unas dos o tres horas, tras haberse cansado de darme los choques eléctricos por todo mi cuerpo, decidieron que posiblemente yo decía la verdad. Tras lo cual fuí llevado a otro sótano, y encerrado en un pequeño calabozo en el cual ni siquiera podía pararme de pie. Al sentir cerrar la puerta tras de mí me deje caer al piso, ahí permanecí hasta la mañana del día siguiente. Me despertaron para darme algo de comer. Yo aún me encontraba desnudo, por lo que uno de los policías preguntó por mi ropa, y alguien le respondió que por los momentos a mi no me hacía falta, que el día Lunes o Martes me soltarían, eso me alegró un poco, pero no podía quitarme de mi mente los golpes, los corrientazos, y el hecho de que a cada rato alguien me colocaba un arma en mi boca o en la frente, y la accionaba, pero desde luego se encontraba vacía. Pero yo lo desconocía, así que el susto que me llevé las primeras veces fué grande.

Yo había perdido la noción del tiempo, cuando la pequeña puerta de metal de mi calabozo se volvió a abrir. La claridad exterior me encegueció por un momento, pero me dí cuenta de que habían puesto en el suelo del calabozo, a una persona, la cual no se movía. Por un rato permanecí quieto, en espera de que esa persona se moviera o se quejara por lo menos. Mientras tanto mis ojos se habían vuelto acostumbrar a la falta de luz, al principio pensé que era la falta de iluminacion, pero la persona que tiraron al piso, además de estar desnuda era una mujer, en eso me acordé de la adolescente que se encontraba en la entrada, era la misma joven. Con cuidado me fuí acercando a su cuerpo, por lo que pude ver con tan poca luz, me asombró, su rostro al igual que el resto de su cuerpo se encontraba todo golpeado, su cuerpo se encontraba sudado y sangraba por la boca, asi como entre las piernas. En ese momento me imaginé lo peor, de seguro había sido violada y al resistirse, la golpearon hasta que ella perdió el sentido, y sus captores se aprovecharon de la joven hasta que se cansaron. Me acerqué a su cuerpo y comencé a pasar mi mano por su pelo, asi me dí cuenta que su cabeza presentaba varios golpes, al igual que la mía, producto de los golpes producidos por nuestros torturadores.

En mi cabeza no cabía la idea de que a una niña como esa, fuera víctima de tal maltrato. En mi caso hasta los disculpaba, tomando en cuenta mi edad y el ambiente en que me encontraba trabajando. Yo bien pudiera ser un terrorista, un insurgente, pero esa niña si apenas había empezado a vivir. En eso ella se comenzó a quejar por el dolor, yo acerqué mi cuerpo al suyo y la tomé entre mis brazos, y con mi voz traté de calmarla. Elena que era como se llamaba, en poco tiempo se despertó, se encontraba toda adolorida. Me narró como fue arrestada al salir de la escuela, su padre era al igual que yo, profesor de la universidad, y su hermano mayor era estudiante mio. Al yo explicar lo que me sucedió a mí, ella pudo entender que había sido arrestada y torturada por un error, al igual que yo.

Elena me pidió que le pasara mis manos por su espalda, ya que el dolor que sentía se le había calmado algo mientras yo le había pasado la mano por la cabeza. A medida que mis manos sobaban su espalda ella me narró que al ser arrestada y traída al sótano fué entregada a dos mujeres, las cuales la metieron en una habitación que solo tenía un escritorio y tres sillas. Al principio solo se limitaron a preguntarle sobre un hombre de nombre Homero, y sobre otro llamado Ulises, y sobre mi persona. Elena les dijo no conocer los otros dos nombres, pero sabía que yo era compañero de trabajo de su padre y que le daba clases a su hermano, pero más nada. A partir de ese momento las mujeres comenzaron amenazarla, con golpearla, y con dejar que los presos la violaran.

Las mujeres, al ver que las amenazas no surtían el efecto que ellas esperaban, o sea de que Elena les diera toda la información que ellas le pedían. Procedieron a atarla a una de las sillas, Elena en todo momento lloraba y juraba por su madre y todos los santos que no conocía a esas personas. Pero a pesar de sus súplicas, la ataron a la silla, para luego las dos mujeres darse a la tarea de continuar con el interrogatorio. A medida que continuaban haciéndole preguntas, fueron cortándole la falda, y luego la blusa de su uniforme escolar, asi continuaron con el resto de la ropa interior, llego el momento en que a Elena solo le quedaban la pantaletas y el sostén, y de un tirón la más gorda de las dos mujeres se los arrancó. La otra mujer una más joven salió del cuarto, mientras la gorda manoseaba a Elena, la abofeteaba en la cara y la pelizcaba en los senos. Pero desde luego Elena no le pudo decir nada, ya que nada sabía.

Al rato llegó la mujer mas joven, en sus manos traía un objeto metálico, alargado y cilíndrico, era de unos cincuenta centímetros de largo, y como de tres o cuatro centímetros de ancho, en uno de los extremos tenía una pieza de goma negra que le llegaba hasta un poco menos de la mitad, y en su centro tenía algo como un pasa corriente. En el otro extremo era redondo con dos pequeñas piezas metálicas que le sobresalían. Por un rato la mujer más joven jugó con ese artefacto entre sus manos, le daba al botón y el extraño tubo hacía un ruido como un zumbido, luego se llevaba uno de sus dedos a la boca lo mojaba con su saliva y tocaba las dos pequeñas piezas metálicas que sobresalían del extremo del tubo, y retiraba su mano bruscamente diciendo, «Tiene suficiente carga», se lo entregó a la gorda, la que repitió el mismo proceso. La mujer gorda luego de jugar con el tubo por un rato, se acercó a Elena y le preguntó si era señorita, a lo que ella le respondió entre llantos que si. La mujer joven dijo, «Por lo menos hasta hoy nena, que tendras el placer de ser desvirgada por un garrote para toros». Al decir eso le introdujo a Elena el garrote entre las piernas, pero como ella se movió no alcanzó a introducírcelo realmente, en eso la mujer joven se colocó a un lado de Elena y le abrió las piernas al tiempo que se las sujetaba, la gorda le dió otra bofetada la cual la aturdió a Elena por unos instantes, y volvió a colocar el garrote entre las piernas de la Elena, y mientras con una de sus manos sujetaba una de las piernas de la niña, con la otra procedió a introducir el garrote dentro de la vagina de ella, mientras apretaba el botón para que Elena recibiera un fuerte corrientaso, dentro de ella.

Su grito no pudo apagar el dolor que sentía, hasta que perdió el sentido. Al despertar ahí se encontraba la mujer gorda volviendo a introducirle el garrote, una y otra vez. Hasta que Elena se desmallaba por la tensión y el dolor. Al volver en si Elena se encontraba acostada sobre el escritorio, boca abajo, y atada de pies y manos a la patas del mueble, ahora era la mujer joven quien la interrogaba, le volvió a realizar las mismas estúpidas preguntas, y Elena al repetir las mismas respuestas, la enojó y tomó el garrote y se lo introdujo entre las nalgas, dándole varias descargas eléctricas al mismo tiempo. La joven volvió a perder el sentido por el dolor producido, y al despertar se encontraba en el pequeño calabozo acompañandome.

Yo mientras Elena me narraba por las torturas que había pasado, continué acariciando su espalda, al principio, pero poco a poco mis manos fueron conociendo el resto de su cuerpo, al terminar ella de hablar nuestros labios se unieron, mi lengua paso por sus labios, los cuales ella tenía lastimados, impulsivamente se me ocurrió besarla en sus heridas, y así lo hice, en sus brazos y pechos. Mi lengua recorrió todo su cuerpo, mientras que ella se tendió en el suelo del calabozo. Mi boca llegó a su ombligo y Elena emitió un quejido de placer, como autorizándome a seguir más abajo, hasta que llegué a la mata de pelos que tenía entre las piernas. Mis manos acariciaron sus piernas, y mi nariz percibió el fuerte aroma de su sexo, mi boca fue besando sus muslos, y mi lengua fue limpiando la sangre de dentro de sus piernas, hasta que le besé con fuerza en su coño, mi lengua pasó una y otra vez por su clítoris. Elena con sus manos en mi cabeza me presionaba con fuerza hacia dentro de ella, hasta que sus caderas comenzaron a moverse rítmicamente a medida que mi boca la chupaba por dentro. De momento Elena dejo de moverse, y me pidió que la besara en la boca de nuevo. Nos volvimos a unir en un profundo beso, mi lengua y la de ella se unieron en nuestras bocas, yo que pensaba que por los choques eléctricos que me aplicaron en los testículos, quedaría incapacitado para el resto de mi vida, fuí el más sorprendido, al darme cuenta que ya hacía un buen rato que mi verga se encontraba erguida, Elena pasó su mano por encima de mis testículos y mi pene, y me susurró al oído «Tu crees que me vuelva a doler», yo le prometi que no, y de ser asi me retiraría de inmediato. Eso último que le dije ni yo me lo creía, pero ella con otro beso me dejó continuar, y así lo hice. Lentamente fuí introduciendo mi pene dentro de su vagina, de forma tal a que se acostumbrara a su presencia en ese lugar, gracias a mi saliva y a sus jugos vaginales la penetración fué suave y placentera para los dos. Fue algo que jamás yo me hubiera podido imaginar, Elena y yo nos dimos a la tarea de disfrutar uno del otro, mutuamente. El joven cuerpo de Elena entre mis brazos, en más de un par de veces se estremeció de placer, no hubo rincón de su cuello y cara que mi boca no explorara, hasta que llegó el momento en que mi semen explotó dentro de ella. Los dos jadeamos con fuerza, y lentamente fuimos quedándonos tranquilos, entrelazados en un abrazo, hasta dormirnos.

Era el dia 23 de enero, cuando el ruido de rafagas de ametralladoras, y otras armas nos despertaron sobre saltados, a fuera del calabozo se escuchaba a personas corriendo de un lado a otro. De momento reinó un gran silencio, Elena y yo nos imaginamos un sin fín de cosas, pero no teníamos ninguna certeza. Al día siguiente comenzamos a escuchar que las puertas de otros calabozos, eran abiertas. En ocasiones sonaban disparos, lo cual nos preocupó, de pronto se abrió la puerta de nuestro calabozo, una de las personas que la abrió comentó, «A estos los golpearon de verdad, no son esbirros tratando de pasar como gente de la resistencia». Eso nos tranquilizó, de inmediato nos sacaron del calabozo, y nos proporcionaron ropa, nos separaron llevándonos a que nos viera un médico. El régimen militar habia caído, el dictador había huido en avión del país, junto con alguno de sus esbirros. Traté de localizar a Elena, pero me fué imposible, por lo que decidí volver a mi casa, esperé unos dias y me dirigí a la casa del padre de Elena. Al llegar fuí recibido como un héroe, yo me encontraba confundido, hasta que me enteré que Elena, a la cual no había visto, le narró a su familia una historia algo renida con la realidad. Para los efectos gracias a mi intervención, y sacrificio le salvé la vida, no pudiendo evitar el que la torturaran.

Por fín encontré a Elena, la joven se veía más niña de lo que yo la ví en el calabozo, pero su belleza, destacaba, a pesar de los golpes, que aún se le notaban en su rostro. Al vernos los dos, sin decir palabra, nos dimos un tremendo abrazo. Ese día le pedí su mano a sus padres, los cuales me la concedieron luego que yo les narré parte de la verdad. Al mes siguiente nos casamos en la Catedral de la ciudad. Elena y yo permanecemos casados, y ya tenemos un sin número de nietos.

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