Al tiempo de estar con Marcela, sentía por ella una cosa muy rara.
Era una chica muy cariñosa, todo el tiempo me llamaba bebé y me daba muchas caricias, que a cualquier otra mujer yo no le hubiera permitido. Pero, no sé… me gustaba. Aunque yo quería negarlo, ella me atraía mucho. Tenía 29 años, una figura hermosa… era muy alta, buen cuerpo… muy llamativa… Y yo, con mis 19 años a cuestas y un físico pequeño, sentía que ella ejercía una especie de dominio sobre mí.
Nos habíamos conocido hacía varios meses en la facultad. Como ambas habíamos llegado a la ciudad en plan de estudios, decidimos compartir los gastos y alquilar juntas un departamento.
Todo ocurrió una noche. Habíamos estado bebiendo en casa y ya estábamos las dos un poco borrachas, semidesnudas y sentadas en unos almohadones en el piso. Como siempre, ella fue la que tomó las riendas. Comenzó a acariciarme el pelo y luego tomó mi cara y me dió un beso de aquellos. Era la primera vez que me ocurría algo así con una mujer. Primero me alejé, pero luego yo misma volví a besarla apasionadamente. No lo podía creer…¡estaba besando a una chica! Marcela me quitó casi con violencia la camiseta que llevaba puesta y comenzó a besarme salvajemente los pezones. Yo sólo cerré los ojos y me dejé hacer, casi gritando de calentura. Me arrancó las bragas y comenzó a lamerme el coño, mientras me decía cosas como «por fin sos mía… hacía mucho que estaba esperando este momento… ahora vas a saber lo que es gozar de verdad.»
Entre el mareo, yo sentía una excitación inmensa… la tomaba del pelo, y ella seguía pasando su lengua por mi sexo, de la manera en que sólo una mujer sabe hacerlo. Siguiendo a su estilo, me ordenaba cómo ubicarme, y luego de una 69 terminamos ambas exhaustas sobre el piso, acariciándonos con ternura.
Esa y varias noches más dormimos abrazadas, haciendo el amor sin parar. Ella me enseñó como y donde besarla… cuando hacerla llegar al orgasmo…
A los pocos días, un domingo por la mañana, estábamos en la cama después de una nuestras «noches de lujuria» . Yo estaba por levantarme, porque como todos los domingos iba comer a lo de mi tía. Marcela se incorporó en la cama y se arrodilló a mi lado. «No quiero que te vayas, asi que voy a secuestrarte». Nos reímos juntas. Yo le pasé un pie por los pechos acariciándole con mis dedos los pezones y mirándola desafiante le respondí: «No creo que te animes». Me tomó el pie y comenzó a besarlo y lamerlo, mientras me decía «Vos de acá no salís». Riendo traté de incorporarme, pero ella se abalanzó sobre mí y comenzamos a luchar, siempre como un juego. Como era más grande, enseguida yo estuve boca abajo con ella sobre mis espaldas y sujetándome las manos. Indudablemente esto lo venía preparando, porque sacó un montón de cuerdas de abajo de la cama y con una de ellas me ató fuertemente las manos a la espalda. Yo me resistí, pero sin poder parar de reír. Era indudable que ese juego gustaba. Cuando ya estuve indefensa, me dió vuelta y me estampo un beso, metiéndome la lengua hasta la garganta.
-Ahora vas a ser mía todo el tiempo que yo quiera ¿querés?» me dijo con una sonrisa sádica.
Yo luche con mis atadura, y cuando comprendí que era imposible soltarme, decidí entregarme para disfrutar de lo que venía.
-Aunque no quiera, ya estoy en tus manos…¿qué vas a hacer conmigo?»
No me contestó. Tomó una de sus bragas que estaba en el suelo y me la metió en la boca, al tiempo que la aseguraba con un pañuelo, que también estaba bajo la cama. Luego se tomó un largo rato lamiendo y acariciando suavemente mis pies. Lentamente, amarró mis tobillos uno a cada uno de los parantes de la cama, dejándome las piernas totalmente abiertas y mi sexo expuesto a lo que ella quiera. Finalmente, me colocó una especie de correa en el cuello y la amarró con otra cuerda al respaldar de la cama. Ahora sí… yo no podía moverme y estaba a su entera disposición. Pero este juego me gustaba cada vez más, y sentía que mi coño chorreaba placer. Volvió a jugar con mis pies indefensos, primero besándomelos y luego haciéndome cosquillas en las plantas, mientras yo me movía desesperadamente de un lado a otro, ahogando mis gritos con la mordaza. Cuando tuve bastante, comenzó a besarme y morderme los pezones, pasó sus afiladas uñas por mi panza… por mis piernas. Y sólo después, se arrodillo entre mis piernas bien abiertas y comenzó a lamerme el coño…Daba con su lengua suaves golpes en mi clítoris, y con sus manos amasaba salvajemente mis tetas. Yo gemía y estaba a punto de tener el orgasmo más maravilloso de mi vida. Pero justo cuando estaba a punto de llegar…Marcela se detuvo. Se incorporó y se quedó observándome sádicamente, disfrutándome indefensa como estaba, tratando de gritar, llorando ahogadamente y retorciéndome de un lado a otro.
Cuando disfrutó de mi sufrimiento se arrodillo sobre mí y me quitó la mordaza. Le supliqué llorando que me hiciera acabar… le prometí que haría todo lo que ella quisiera, pero por favor… Me besó penetrando su lengua hasta mi garganta. «No vas a acabar vos sóla…vamos a acabar juntas». Se colocó de espaldas a mí para hacer la 69, y puso su coño sobre mi boca. Desesperada como estaba, la lengua no me alcanzaba para lamerle todo el interior, que estaba inundado de jugos. Ella gritaba de placer, y comenzó a chuparme con violencia el coño, mientras me metía un dedo dentro del ano hasta hacerlo desaparecer por completo. Mis tobillos estaban doloridos, por la fuerza que hacía para zafarme de mis ataduras… pero era imposible. Ya sentía mis manos en la espalda totalmente entumecidas… pero no me importaba… Ambas gritábamos y lamíamos… yo casi llorando y ella como una guerrera. Hasta que acabamos juntas, entre espasmos desesperados.
Yo estaba casi desmayada… casi no podía abrir los ojos. Ella descansó un momento…y luego sin desatarme me besó en los labios y me acarició todo el cuerpo «¿Querés que te desate? Me sentía totalmente entregada.Casi sin voz, contesté «Hacé lo que vos quieras… me siento más tuya que nunca».
Marcela se incorporó y comenzó a vestirse, mientras yo seguía atada e intentando recuperarme. Cuando estuvo vestida, volvió a la cama. Sin decir una palabra, me desató los tobillos. «Voy a salir un ratito…pero voy a dejarte atada, para que no te vayas» Me dijo con una sonrisa. «No me voy a ir… pero soy tuya…hacé lo que quieras.»
Sonrió y volvió a besarme acariciándome el pelo. «Como te quiero, mi bebé» me susurró al oído. Juntó mis pies, los besó y volvió a atarlos uno con otro fuertemente. Me quitó la correa que me unía al cabezal de la cama, me vendó los ojos, volvió a amordazarme, esta vez con una cinta autoadhesiva para embalajes, y escuché el sonido de sus tacos y la puerta del departamento que se cerraba. Así me quedé largo rato… atada e indefensa, esperando su regreso.
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