CAPITULO 4: CAMA REDONDA
Pasamos a una habitación contigua con las paredes forradas de espejos y fotografías pornográficas de gran tamaño con imágenes de sexo de todas clases y de todas las culturas. Una cama redonda cubierta de satén de color crema con un colchón de agua y cojines de innumerables formas y tamaños ocupaba el centro de la sala. Y una estantería con mas juguetes y artilugios que el escaparate de una sex-shop completaba la decoración de aquel palacio del sexo.
Carlos y yo nos desnudamos quedándonos con los slips puestos y ella se quito la única prenda que le quedaba.
Miriam se echó de espaldas y abrió las piernas, atrayendo hacia si la cabeza de Carlos que comenzó a humedecer su sexo con largos lengüetazos, antes de entregarse de lleno al centro, que tomó en pocos momentos una apariencia húmeda y lúbrica. Carlos separaba con los dedos los labios de la vulva para acceder mejor con su lengua, ofreciendo una imagen nacarada, como las valvas semiabiertas de un molusco marino que muestra su contenido carnoso, rosado y apetitoso. Entretanto yo la besaba apasionadamente en la boca y de la salió su lengua viciosa que como una anguila entró en la mía, recorriéndola con avidez haciendo unos chasquidos tan sonoros como los que surgían de entre sus piernas por la acción de la diestra boca de su marido.
Bajé hasta sus pechos y le di masajes cuidadosos mordiscos, controlados, pero sus manos me empujaban con fuerza sobre aquellas tetas redondas y firmes, haciendo que se me llenara la boca de sus turgencias como de frutas maduras.
Carlos giró a Miriam y coloco sus cabeza entre mis piernas que comenzó a mordisquearme la verga sobre el slip.
– ¿Te gusta su polla. Eh, Miriam?. Notas lo dura que está. ¿Te mueres de ganas chuparla, verdad ?. Dijo Carlos dándole un par de sonoras palmadas en el culo -.
– ¡Si!. Contestó ella -. Totalmente excitada.
– Comienza a lamerla despacio, muy despacio, pero no te la metas en la boca aún -. Añadió Carlos, haciendo de maestro de ceremonias.
Miriam me bajo el slip, me cogió el sexo con una mano mientras con la otra me asía los testículos. Su lengua comenzó un largo e insoportable deambular por mis genitales, desde la punta hasta el escroto llegando hasta la entrada de mi ano, hasta no dejar un milímetro sin lubricar.
Después, mientras me mordisqueaba el glande, inició un masaje de los testículos que se deslizaban entre sus dedos gracias a la ensalivada que generosamente acababa de aplicarme. Sentí unas ganas inmensas de metérsela en la boca, pero me contuve.
N eso, sentí como mi polla entraba lentamente entre los labios de Miriam, mientras Carlos sumergía ahora su lengua en las profundidades de su oscuro ano. Aprisionó primero todo el entorno del glande y permaneció unos segundos así, sin moverse y haciéndome sentir el endemoniado roce de su lengua. Después, sin ceder en la presión, comenzó a tragarla, imitando perfectamente la suave y deliciosa resistencia de una vagina virgen al ser penetrada por primera vez. Mi pene siguió entrando, sorbido por una húmeda y caliente boca ansiosa de tragársela toda. El roce con el paladar suave y duro a la vez me proporcionaba sensaciones infinitas. Inició después un vaivén lento, preciso tan placentero, que tuve que sacarla unos instantes de tan acogedora morada para no correrme inmediatamente en su garganta profunda y deliciosa.
Carlos se puso derecho y se quitó también el slip. Sentí una mezcla de admiración y envidia, de aquella polla dura, magnífica, larga y gruesa, como Miriam me había anunciado cuando nos conocimos. Sin mediar palabra, levanto ligeramente las caderas de su pareja y comenzó a penetrarla análmente, milímetro a milímetro, lenta pero implacablemente.
Miriam detuvo por un instante su mamada y sentí que me clavaba sus uñas en mi sexo. ¿Placer o dolor?. Seguramente ambas cosas. Fueron sólo unos segundos, inmediatamente, y mientras Carlos iniciaba un casi imperceptible movimiento de pelvis, retornó a su tarea con renovado vigor y sabiduría.
El ritmo de las caderas se hizo más intenso y la boca de Miriam acopló su vaivén sobre mi sexo a las emboladas que recibía de su marido. A cada embestida veía aquella masa de carne entrar y salir de aquel culo sonrosado y hermoso y sentía simultáneamente la boca de Miriam avanzando sobre mi verga, como una máquina cuyo movimiento comenzaba en las caderas de Carlos para acabar entre mis piernas. Nuestra imagen se multiplicaba en los espejos de las paredes de la sala creando una atmósfera auténticamente sensual y erótica.
Cogí entre mis manos las tetas de Miriam y empujé mi pelvis hacia su boca, justo en el momento en que Carlos abrazaba a su mujer desde atrás para hacer lo mismo. El rostro de Carlos quedó cerca del mío, miré sus labios enormes y carnosos y reprimí mi impulso de besarlos. Se acerco aún más y ahora no pude sustraerme al clima de sensualidad que emanaba y le besé. El me agarró por el cuello y penetro mas profundamente a su mujer, que gimió entrecortádamente ante el nuevo envite, para poder enterrar su boca en la mía. Yo sentí un peligroso espasmo en mi polla, pero ahora no podía retirarme, así que tuve que concentrarme para evitar correrme.
Me liberó y saco su estaca de carne del interior de Miriam, que continuaba succionándome la mía como una ventosa.
Colocó dos cojines bajo las caderas de Miriam, mientras decía: – Ahora es el turno de los invitados.
Llevaba tanto tiempo deseando aquello que me encaramé rápidamente sobre ella. Se abrazó a mi espalda y levanto las piernas sobre mis caderas.
MI polla parecía saberse el camino, encontró los labios y penetró entre ellos suave y profundamente, hasta sentir el electrizante contacto de su pubis rasurado sobre el mío. Lamí su orejas, mordí su cuello con tanta voracidad que olvide por unos segundos a Carlos. Pero él se hizo notar de inmediato. Se había lubricado los dedos con crema y me los introdujo lentamente en el ano. Sentí sus dedos, fríos y húmedos por el gel, entrando en mi y dándome un placer extraordinario y adiviné de inmediato lo que me esperaba. Despacio, pero de forma irrevocable, la enorme su polla comenzó a penetrar en mis profundidades. Grite por el dolor al sentir aquel garrote que me estaba partiendo en dos.
Me miré en los ojos de Miriam y la vi sonreír, mientras me decía: – Te lo advertí, Ricardo. ¿Recuerdas?. Fóllame y déjate llevar por el éxtasis.
Miriam apretaba su musculatura vaginal sobre mi polla y Carlos, definitiva y totalmente enterrado en mis entrañas, comenzó un inacabable vaivén. El dolor cedió al deseo y el este se transformo en placer.
Poco a poco, iniciamos un vibrante bamboleo, una comunión orgiástica que nos hizo llegar al unísono al orgasmo y al éxtasis.
En el momento de correrme, la imagen repetida en los espejos de tres cuerpos gozando la unísono, de dos miembros viriles entrando y saliendo sincrónicamente de sendos orificios y mi propia imagen emparedada entre un hombre y una mujer incremento mis sensaciones hasta límites jamás soñados por mi.
Detuvimos nuestros movimientos, pero ninguno de los dos retiramos nuestro miembro. La sensación placentera no acababa de desaparecer y nos resistíamos a abandonar. En eso Miriam gritó ahogadamente: – Levantaros de una vez. Me estáis aplastando -.
Obedecimos con desgana y nos estiramos en la cama.
Después de unos minutos de descanso, Carlos sugirió un baño en la gran bañera redonda de la sala contigua, que acepte gustosamente.
A continuación me obsequiaron con un a cena exquisita. Al fin y al cabo, la invitación era para cenar e insistieron en que me quedara a dormir. Rechacé su amable invitación, pues estaba seguro que de quedarme la noche habría sido larga y movida y yo a la mañana siguiente bien temprano debía volver a Barcelona a trabajar a mi despacho.
Nos despedimos con la promesa de volvernos a encontrar, pues tenía que ver mi nueva actuación cinematográfica (habían vuelto a filmarlo todo).
Yo realmente quedé con ganas de repetir experiencias como esa y volveré a llamar a Miriam y a Carlos para «otra cita de negocios».
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