Hace ya algunos años que decidí que de entre todas las fantasías y los placeres sexuales existentes, nada hay tan excitante y enloquecedor como aquellos que pueden proporcionar las niñas… Estos placeres se dividen –para mí- de acuerdo a las edades de cada una de esas fascinantes y mínimas amantes. Por ejemplo, a una niña pequeñita, de tres años o menos, solo se la debe contemplar, quizás hasta tocar un poco si es que la madre se descuida, a una niña de mas de tres pero menos de diez, sí es posible tocarla, besarla, descalzonarla e incluso masturbarla sin complejo de culpa, pues con la experiencia he aprendido que ellas también lo disfrutan. Ahora que si la niña es mayor de diez (pero sin superar los trece, pues mayores de esta edad ya no son niñas) es posible incluso hasta cogersela. De hecho ya me he cogido a varias así y no se imaginan cuanto, cuanto, las he disfrutado. Sin embargo, penetrar a una niña de cinco años ha sido una fantasía que desde hace ya algún tiempo me ronda la verga hasta hacerla babear de deseo y solo ha sido la conciencia absoluta de que a una niña pequeña no se le debe follar (para evitar lastimarla), el motivo que me detiene, que intenta detenerme, que me detenía… Pero la caída de un hablador es muy rápida…
Hace solo unos pocos días, tuve ocasión de poner a prueba la fortaleza de mis convicciones.
I
ARYS
La niña tendría unos cinco años. Llevaba puesto un conjuntito amarillo compuesto por una blusa lisa y una falda tableada que le daba por debajo de las rodillas. Sus ojos grandes y color miel, nariz fina y respingada, el pelo castaño claro y cortado de forma ovalada le caía a los hombros, sus labios que eran carnosos y rojos sonreían graciosamente. Yo la veía desde una banca cercana, jugaba ella con varios amiguitos de edades similares y todos la llamaban “Arys”.
“Arys”, gritaban, y su nombre retumbaba en mi mente una y otra vez mientras mi imaginación trabajaba: “Sería delicioso poder encontrarla solita, poder tenerla para mi al menos unos instantes, desnudarla lentamente mientras la acaricio por todas partes, ¡sí!, ¡¡poder contemplarla desnuda!!, poder recorrerla completa con mi lengua, o por lo menos poder mirarle los calzoncitos”. Yo fingía leer un periódico mientras la miraba correr por el pequeño parque. Esperaba ansioso que se subiera por la resbaladilla, o que se sentara en cuclillas. Tenía tantas ganas de mirarle las pantaletas, de saber de que color las llevaba, que si estaban sucias o limpias, quizás con alguna mancha de orina. En fin, tenía ganas de que se descuidara la persona mayor que cuidaba de todos los chiquitines y poder raptarla unos momentos, para enseñarle mi verga, para metersela en la boca y podersela llenar de leche caliente…
“¡Arys!, ¡Yessy!, ¡Robert! ¡Alex! ¡y Nena!”, gritó la niñera, “es hora de irnos”. Los niños por supuesto no hicieron caso y siguieron jugando. Uno de ellos empujó de pronto a Arys quien cayó riendo. Al levantarse sucedió justamente lo que estaba esperando: flexionó y abrió las piernas dejando ver unos calzoncitos color rosa pálido que le quedaban ajustaditos y permitían adivinar el pequeño bultito de su tierna y seguramente virginal rajita. La visión me perturbó tanto que por un momento temí que la niñera se diera cuenta de que la verga ya me golpeaba contra el pantalón dispuesta a irse sobre la dulce chiquilla. ¡Que diablos! ¿no era precisamente lo que estaba deseando desde hacia tanto tiempo? ¡Sí!, ¡desde hacía mucho que estaba loco por cogerme a una nena como esa! ¡y ahí estaba!, ¡lindísima!, ¡enseñándome sus braguitas y riendo feliz! “mas feliz estarías si tuvieras ahora mismo mi verga entre tus piernas, chiquitina linda” pensé. La noche ya había caído y yo me encontraba expectante. Seguí a la niñera y pude ver como entregaba en casas vecinas a cada uno de los niños. Arys fue la última en ser dejada en su hogar – “vuelve a las siete para que te lleves a Arys a pedir dulces y a la fiesta de disfraces de doña Lya” dijo a la niñera la dama joven que recibió a la chiquilla. Bien. Investigaría cual era la casa de la señora Lya y esa noche yo también estaría ahí. Y me aseguraría de llevar muchos, muchos dulces.
II
TRICK OR TREAT
La tarde de la que escribo era muy especial, pues esa noche se celebraría el “Halloween” o noche de brujas. La particularidad mas importante de esta fiesta es que todos, niños, adolescentes, jóvenes, adultos e incluso ancianos, pueden, si quieren, vestir un disfraz y al amparo del mismo, realizar desde inocentes bromas hasta cometer cualquier fechoría. Por ejemplo: esa noche los niños salen a las calles, con sus padres algunos y en pandillas otros, vistiendo sus disfraces, con una calabaza plástica en la mano y diciendo “trick or treat” (golosina o travesura), las personas a las que se les solicita tienen que entregar algún dulce o soportar alguna travesura pesada, misma que puede ser desde recibir un insulto hasta ver los cristales de sus ventanas rotos, pero también muchos de estos adultos a quienes se les solicita la golosina aprovechan para entregar dulces en mal estado y en muchos casos envenenados, (se dice que lo hacen como una ofrenda a Satán). ! Por otro lado, muchos esperan con ansias dicha fecha para poder cobrar venganza contra la gente que odian. De esta forma, año con año los saldos de la noche de brujas se traducen en asaltos, asesinatos, quema de autos o casas, violaciones, secuestros y niños envenenados. Es decir, era la noche ideal para realizar impunemente una de mis mas locas obsesiones: ¡Cogerme a una niñita de cinco años!.
III
“PINKY, VEN ACA”
Al caer la noche me dirigí a las cercanías de la casa en donde se llevaría a cabo la fiesta, estacioné mi auto en la esquina y esperé. “Ahora el problema será reconocerla”, pensé mientras revisaba que todo estuviera en orden. Si, lo estaba: tanto la marca como las tablillas de mi auto, así como cualquier detalle que pudiera servir para ser identificado lo cubrían gruesas capas de “telarañas”, tenía suficiente combustible y también las golosinas estaban dispuestas. Yo mismo estaba listo, enfundado en un disfraz de vampiro. Ahora solo tenía que encontrar a la niña, “y si no encuentro a Arys no importa, me conformaré con cualquier nena de esa edad. Lo que quiero no es cogerme a Arys, lo que necesito es cogerme a una niña de cinco años”, pensé. Pero creo que soy un pedofílico con suerte, pues a no mucho merodear la casa los niños salieron a jugar a la calle y entre todos, pude distinguir la excitante figura de Arys, mi Arys…
Ella vestía un disfraz de brujita: túnica negra, sombrero de copa alta y terminado en pico, en una mano una calabaza plástica y en la otra, atado de un cordel, un pequeño gatito negro, no llevaba máscara alguna. Solo tenía que esperar una oportunidad que me llegó muy pronto.
Arys jugaba con todos en general y con nadie en particular. Aparentemente las personas mayores se habían quedado dentro de la casa y solo la niñera bostezaba recargada en el barandal de la puerta. Un niño disfrazado de diablito rojo y coludo demostró cuanto merecía el disfraz, pues se acercó muy despacito a Arys y con unas tijeras cortó el cordel que sujetaba al gatito que en el momento de sentirse libre corrió despavorido, ¡y la suerte continuaba de mi lado!: el gatito corrió y se ocultó precisamente bajo mi auto. El pequeño diablillo se carcajeó de la brujita quien salió en persecución de su gato -“Pinky, Pinky, ven acá”, gritaba. Mientras esto ocurría, la niñera se dedicaba a separar a dos monstruitos que peleaban, por lo que no reparó en Arys. Por su parte, el pequeño diablillo causante de mi placer de esa noche, se había unido a la riña olvidando su anterior travesura.
IV “¡ARYS!, ¡TOMA UN DULCE!”
La brujita llegó hasta mi auto. Sin reparar en mi presencia se agachó en busca de su gato, desconcertada volteo hacia todos lados, su gatito había desaparecido. Fue en ese momento que le hablé: “Hola nena, ¿buscabas a un lindo gatito?, dije mientras señalaba al minino quien ronroneaba a mi lado (gracias al cordel que lo ataba pude atraparlo sin mayores problemas) “Pinky, ¿por qué te escapaste?”, dijo la brujita, “no lo regañes Arys –dije en tono amable para darle confianza- lo que pasó es que tu gatito quiere que tu te comas un delicioso dulce, míralos y toma todos los que mas te gusten”. La niña quedó fascinada al ver las ricas y variadas golosinas que le ofrecía en una charola. Mientras elegía le dije: “Oye Arys, dice tu gatito que ya se quiere dormir, vamos a llevarlo a tu casa y luego regresamos”, “pero la Nanny está allá” dijo la niña, “si pero ella está cuidando a los otros niños y nosotros no tardaremos. ! Tu gatito tiene mucho frío y me dijo que si no lo llevamos ahora se va a ir solo y piensa que se puede perder o lo puede atropellar un auto”. Pensando en que no podía permitir que nadie se diera cuenta de que la niña se había separado del grupo y estaba hablando conmigo no le di tiempo a réplica, la tomé de la mano y la subí al auto, aseguré la puerta y de inmediato me retiré de ahí. La niña quiso decir algo pero la calmé al ofrecerle una muñequita “barbie” que había comprado aquella misma tarde.
V
UN JUEGO DIVERTIDO
Con rapidez conduje por calles poco transitadas y bastante obscuras. La niña se entretenía con la muñequita y los dulces mientras yo le decía lo inteligente que era su gato, lo bonito que estaba su traje de Halloween y que en mi casa tenía algunos también bonitos que quizás le podría regalar. Realmente no me costó ningún trabajo convencerla de que me acompañara, ya que a lo largo de los años he desarrollado la facultad de “convertirme” en niño a voluntad, con lo que las niñas se olvidan que soy uno de esos adultos de los que les dicen que se tienen que cuidar, ya imagino las recomendaciones: “nena, no dejes que ningún viejo feo te baje los calzoncitos, ni dejes que te toquen la cosita o te agarren el culito”, pero yo para ellas no soy un viejo feo, yo para ellas solo soy un niño grande y nada mas.
-“Oye” –me dijo- “pero si Pinky no habla, ¿cómo es que sabes que se quiere ir?”; -“Es que yo soy un mago y entiendo lo que dicen los gatitos, ¿lo vez? Ahora dice que nos vamos a divertir mucho”; -¿”Eres un mago?”; -“¡Si!, ¿quieres que te lo demuestre?; ¡mira!”, y diciendo esto, realicé un pase mágico y aparecí ante sus ojos una rebanada de pastel de chocolate. La experiencia me ha dictado que a la hora de mis disfrutes prohibidos debo extremar precauciones, por ello le dije a Arys que jugaríamos un juego divertido. Antes de llegar a mi departamento le vendé los ojos y la puse a identificar objetos solo con tocarlos. Finalmente llegamos, bajamos del auto, ella, a ciegas, me tomó de la mano, yo oculté el gato bajo la capa de mi propio disfraz. Nadie se veía en la calle, seguramente todos estaban de fiesta…
VI ¿QUÉ ES, QUE ES?
¡Ah las niñas pequeñas!, ¡como me llenan de felicidad!, ¡de niñez! … y de calentura.
Estuvimos jugando Arys, y yo largo tiempo: ¡perseguimos al gatito!, jugamos a las escondidillas, contamos cuentos de terror y ¡comimos dulces hasta satisfacernos! Ya eran mas de las nueve de la noche cuando le pedí nuevamente que se dejara cubrir los ojos con una venda, ¡jugaríamos nuevamente a adivinar objetos ayudados de todos los sentidos, menos de la vista!. Empecé dándole su muñeca, la cual adivinó fácilmente, después le di a probar un líquido, ¡acertó!, era una gaseosa sabor limón, y luego siguió una cuchara y un tenedor y unas monedas, hasta que seguimos con las partes del cuerpo: primero un dedo, después la mano y siguió un pie, hasta que finalmente su mano tocó algo rollizo, largo, grueso, duro y suave, un poco baboso en la punta, pero no supo identificar que era. “¿Es tu nariz?” Me pregunto inocente, quizás porque en uno de los extremos de eso, tocó algo que identificó como cabellos. –“Bueno, si no adivinas con las manos, usa el oído”, le dije, y ella colocó el oído junto a aquello. “¿Ya sabes que es?”, pregunté, respuesta negativa. “Le toca el turno a la nariz, ¿a que huele?” y su naricita aspiró mi aroma de macho en brama sin lograr definir que era… “Bien, pues ahora le toca al gusto, abre la boquita y prueba, estoy seguro que ahora si adivinarás”. Y mi placer aumentó: La niña abrió la boquita un poco y aquello que no identificaba chocó contra sus dientes. “Abre mas”, ordené jadeante “para que te la comas toda” y Arys obedeció, y mi verga se fue introduciendo lentamente en su cavidad bucal. No le cupo toda, por supuesto, pero si lo suficiente como para hacerme sentir un terremoto en las venas. Inicié movimientos suaves de mete y saca, y su boquita me apretaba deliciosamente. ¡Si! ¡Mi sueño empezaba a materializarse!¡Me la estaba cogiendo por la boca!¡Estaba cogiendome a una n! iña de cinco años! La nena se puso tensa, yo, con palabras entrecortadas, le pregunté: “¿ya, ya, sabes…lo que es?”, “¡nog!”, negó la niña, “pues te lo voy a decir, pero con la condición que te lo vas a sacar de la boca solo hasta que yo te lo diga ¿esta bien?” “mmjjm” aceptó la chiquilina. “Es un pedazo de carne relleno de crema, es como un dulce, pero de carne, ¿quieres probar lo que tiene dentro?” “sig”, dijo emocionada la nena, “¡pues ahí te va,a,aaaaaa..!” grité al tiempo que un chorro me mi semen salía disparado con dirección a su garganta. En ese mismo momento le saqué de la boca el miembro para evitar que se ahogara y fuera a asustarse, por lo que el resto de mi leche le mojó la cara, le llenó la boca y le escurrió en hilos viscosos desde los labios hasta el pecho. Tras unos momentos guardé en su sitio mi recién deslechado pito y le quité la venda a la niña, quien estaba estupefacta, sin pronunciar palab! ra, como sorprendida, pero no asustada. Después dijo: “eso amarga”.
VII “VERTE DESNUDA”
Tuve que explicar a Arys que ese sabor no era amargo, sino un sabor que ella no había probado antes, pero que a las mujeres le encanta. Su única pregunta fue: “¿en donde está el dulce de carne?” “Te lo acabaste Arys, pero si te sigues portando bien mas al ratito te doy otro”.
Seguimos jugando. Ahora se trataba de tirar dardos con pistolas de juguete contra figuritas plásticas de animalitos, de indios, de vaqueros, en fin. ¿El premio? El ganador podía ordenar cualquier cosa al perdedor y este debería de obedecer. ¿El castigo? recibir unas nalgadas a calzón quitado. Es increíble como una niña, supuestamente tierna, supuestamente dulce, supuestamente inocente, puede ser todo eso, pero también cruel, pero también pícara, pero también erótica. Si, ¡tremendamente erótica!. Yo perdí muchas veces ante Arys y sus ordenes fueron desde tomar un baso de agua con sal, pasando por darle un beso en la trompa a su gato, hasta besarle a ella los pies y ¡tirarme un pedo!; por supuesto esto último me negué ha hacerlo y ella me castigó, me tuve que bajar los pantalones, ¡ella misma me bajó la trusa! Y me sorrajó varias nalgadas. Después, al subirme la trusa me miraba de reojo, como con vergüenza, y yo disimuladamente, permití que me viera el trozo de carne que momentos antes había tenido en la boca. No estoy seguro, pero creo que en ese momento supo cual era el dulce de carne relleno de crema que se había comido.
Cuando a ella le tocó perder, mis ordenes fueron por el estilo de las de ella, menos la última. ¡Sabía que ella no iba a permitir la humillación de ser nalgueada, por lo que estaba seguro me obedecería, así que dije: “quiero que te quites el disfraz de brujita y me lo regales”. Ella dudo un momento, argumentó que no tenía otra ropa abajo y yo le dije que si recordaba, le había comentado en el carro que tenía otros disfraces, y que después yo le regalaría otro. Ella aceptó pícara y ahí, delante de mi y como lo mas natural del mundo se empezó a quitar el disfraz. ¡Quedó desnuda en un momento!, solo cubría su intimidad el mismo calzoncito color rosa pálido que le había visto aquella tarde. “Dame el otro disfraz” me dijo, “no, mi orden es que sigas jugando así conmigo”, “no quiero”, entonces te voy a bajar los calzoncitos y te daré de nalgadas y de paso te voy a ver la cosita”: Eso le hizo gracia, empezó a correr por la sala mi! entras aplaudía y gritaba, “a que no me la ve-es, a que no me la ve-es” y yo tras ella, “a que si te la ve-o, a que si te la ve-o”, después de unos minutos la alcancé, le baje las pantaletas y quedaron expuestos ante mi el par de glúteos sonrosados y magníficos que conforman su culito. La acosté sobre mis piernas y le di solo un par de nalgaditas, después la voltee, le abrí las piernitas y hundí mi rostro en su deliciosa entrepierna. Le hice cosquillitas con mi nariz y sin esperar reacciones le lamí su panochita. ¡Que delicia! ¡Que locura! ¡Que exquisito sabor el que tienen las rajitas de las niñas! Mi lengua barrió con todas las impurezas del área: restos de alguna pomada contra rozaduras, restos de orines, calor y humedad natural combinados con el característico sabor agridulce que todas las mujeres tienen cuando son pequeñas: ella reía mientras mi lengua avanzaba hacia su culito y retrocedía a su coñito, y reía cuando mis dedos le acariciaban la espalda y despeinaban su cabello, y no se detuvo su risa sino hasta que tuvo ante ella mi propia desnudez, cuando vio ante sus ojos, pegada casi a sus labios, el rollizo pedazo de carne cubierto de venas, y con un montón de pelos en la base, que elevaba y bajaba la cabeza como en un respetuoso y pícaro saludo. “Aquí está el dulce de carne que te prometí, puedes comértelo si quieres”
VIII “COGER O NO COGER…”
Ya la tenía a mi merced. Ahora era cuestión de decidirse, ¿cogerse o no cogerse a una niña de cinco años? ¡Esa era la cuestión! Pero aún había mucho tiempo para decidirse, esa noche era toda mía y la noche aún era joven. Si, probablemente a esas hora la policía ya la estaría buscando por toda la ciudad, pero ella y yo estábamos en la seguridad de mi refugio y nadie la había visto subir a mi auto, por esa noche Arys era mía. ¡Y sería mía!. Continuamos jugando un buen rato, ahora los dos desnudos, ella no quiso probar “el dulce de carne” y yo no la obligué, pero a cambio pude seguir acariciándola y ella también me acariciaba a mí…
La locura aumentó cuando ella me preguntó porque tenía pelos en mi “ese” y yo le dije que porque me había portado mal, pero que esa noche, noche de brujas, me iban a levantar el castigo. Y ayudado por mi maquina de rasurar, delante de ella acabé con mis largos y rizados pelos púbicos. Después terminé mi obra con un rastrillo manual, y ella se rió, pues dijo que se me veía muy chistoso. Fue después de la afeitada que decidí que había llegado el momento tan largamente esperado.
“Arys” le dije, “a ti te gustan las muñecas, yo te voy a regalar esa muñecota grande que ves ahí arriba si te dejas hacer todo lo que yo quiera” “¿me va a doler?”, “mas bien te va a gustar”, “bueno ¿pero si no me gusta me la regalas de todos modos?” “¡tienes mi palabra, muñequita!”, “bueno, pues entonces ¡si!, pero quiero la muñeca ahora”. Bajé la muñeca de su sitio y mientras ella la revisaba y la abrazaba y le hablaba, yo también revisaba y abrazaba y apretaba y hablaba a mi propia muñeca, ella misma. ¿Qué puedo decir? Mi lengua recorrió todo su cuerpo, mis manos acariciaron cada centímetro de su piel y mi verga no se contenía en su deseo de penetrarla… La doblé sobre un sillón dejando a mi vista su tierno y sonrosado orificio anal, ¡Que delicia!, hacía solo unos minutos que ese culito precioso se encontraba un tanto sucio y con un cierto tufillo que podría haber sido desagradable para otros pero que a mí me excitaba, pero ahora, después de haber limpiado con mi lengua toda esa área, relucía radiante, listo para ser penetrado.
Dicen que a la hora del sexo, todas las mujeres tienen la misma estatura, nos dan hasta nuestra bragueta y es cierto. Arys me quedaba justamente a la altura de mi reata. Le unté el ojo del culito con una crema lubricante y así, agachada, la tomé por la cintura y procedí a intentar introducir mi goteante garrote. Una, dos, tres estocadas. Indecisión. Por mi mente pasaban muchas ideas… Era solo una niñita ¿y si la lastimaba mucho? ¿y si la dejaba imposibilitada para la maternidad? ¿y si quedaban en ella traumas que después le impidieran disfrutar del sexo? La niña parecía divertida con lo que sucedía, y es que en realidad aún no se la metía, mis arremetidas eran superficiales. Decidí empezar por introducirle un dedo, quería que se fuera acostumbrando a sentir algo dentro de su cuerpo. Deposité un poco mas de crema en mi mano y embarré toda el área que va desde el ano hasta la abertura vulvar. Encomendé a mi dedo índice derecho la tarea de preparar el terreno. Mientras embarrab! a el área con crema la frotación se hacía mas decidida, mas fuerte, mas sin temores. Rodee suave pero fuertemente su monte de venus y resbalé sobre sus labios mayores, me detuve un poquito para encontrar su clítoris. Ella se estremeció. Por un momento sus risas se detuvieron, me miró seria, confusa, “me haces cosquillas” dijo, ¿pero te gusta, no?, no contestó, cerro los ojos, se estiró relajada y adoptó la actitud de una gatita que se deja querer. Mi dedo llegó por fin, y lentamente, con calma, disfrutando grandemente cada milímetro, cada accidente natural, empezó a desaparecer en aquel orificio pequeño y caliente, húmedo y obscuro, coñito de solamente cinco sensuales y ricos añitos. La coloqué boca arriba, levanté y separé sus piernitas, Mi verga que estallaba sintió por fin aquella textura tierna y suave tan largamente esperada por mí.
Pero no…
No la penetré. Me satisfice con el hecho de ponérsela en su entrada virginal, me satisfice con rozarla, con mirar en su rostro una especie de felicidad, de gozo desconocido para ella, y que se convertía en éxtasis enloquecedor para mi. Un orgasmo como pocas veces lo he sentido empezó a inundar mi cuerpo. La sensación se inició en mi cerebro, recorrió mi espina dorsal y brotó en lechazos por mi verga al tiempo que las piernas se me contraían primero y se me doblaban después. Cerré los ojos y grité, aullé de gozó a la vez que mi pene se estrellaba contra su entrepierna… Cuando los abrí nuevamente, cuando miré otra vez su cuerpecito sonrosado y breve, toda ella escurría de semen. No exagero, mi leche le había caído desde su cabeza, el rostro, el pecho, y el resto del cuerpo. Su entrepierna rebosaba, y entonces pude darme cuenta de que su vagina, esa vaginita tan pequeñita, tan lisita, tan anhelada, estaba dilatada y que en su centro aún virgen de verga (aunque no de dedo) se habría un agujeri! to con bordes rojos –el himen intacto- que se contraía, que temblaba… Hasta mis oídos llegaron los suaves jadeos de Arys, que poco apoco se convirtieron en sollozos, en un llanto quedo, estremecedor, asustado…
IX “NO LLORES MAS”
Durante el siguiente cuarto de hora me dedique a calmarla, a mimarla, a explicarle que no pasaba nada, que solo era un juego y que recordara como lo habíamos disfrutado ambos. Ella aceptó que le había gustado pero que lloraba porque su mamá le había dicho que no dejara que nadie le tocara “allí” y que la iba a regañar, que le iba a pegar. “Si tu no le dices nada ella no se enterará”, le dije. “Pero Pinky se lo puede decir”, “no mi vida, Pinky es un gatito y no sabe hablar, el no dirá nada”, “¿y como tu le entiendes?” “ay mi amor, recuerda que yo soy un mago poderoso y tu mami solo le entendería si fuera bruja… y ella no es bruja ¿verdad?” Y así, entre bromas y argumentos parecidos, se fue convenciendo de que todo estaría bien. Después nos bañamos los dos, le regalé los juguetes prometidos, se puso su disfraz de bruja (ya limpio y seco), cenamos, esperé a que se durmiera y dormida la saqué de mi departamento. Tiempo después me encontraba en las cercanías de la casa de “doña Lya”, la señora de la fiesta, en donde por supuesto ya no había fiesta. Me detuve, primero le quité sin despertarla las pantaletitas, justo era que me quedaran como recuerdo de aquella noche. Después desperté a Arys, le di un beso de despedida y le dije que fuera a buscar a su mamá, que no tuviera miedo, que yo la vigilaría hasta que entrara a la casa. Me devolvió el beso, sonrió, me dijo “hasta mañana”, tomó a su gato y se fue de mi vida lentamente.
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