una tradicion de familia

nunka me habia atrevido antes a contar esta historia, pero una amiga me animo, asi ke creo k es momento de dar a conocer una hermosa «tradicion» de familia

Me llamo Daniela, y en el momento de escribir esto, tengo 21 años, un marido genial, y una preciosa niña de nombre Estela. Mi historia, la historia que ha sido mi vida, comenzó a los 12 años, en mi lugar natal, mi pueblo del alma.

No voy a perder tiempo en detalles insulsos contando como era el pueblo y todo eso. Es un pueblo de los de siempre, y punto. Mi padre, como trabajaba en la ciudad, bastante lejos, nos tenía que dejar solas a Mamá y a mí, y siempre estábamos la una para la otra, pero a veces, yo no tenía ni eso, ya que Mamá solía cuidar los animales de unos vecinos cuando éstos iban de viaje, y me tenía que conformar con estas con las amigas. A los 12 años, Mamá era todo mi mundo. Papá también estaba ahí claro, pero solo como figura de autoridad, nada más. Mamá lo era todo para mí, era mi vida, y sin que lo supiera, cambió el curso de la mía, para siempre.

Hasta donde alcanza mi memoria, ocurrió una tarde algo gris y fría, en que me encontré totalmente sola, a mediados de Mayo. Mis amigas se habían ido de escapada, Papá estaba trabajando, y Mamá tenía de nuevo que cuidar a los animales de los vecinos. No me molestó al principio porqué tenía la casa para mí sola, pero luego aquella soledad me pesó, y tuve la idea de ir a ver a Mamá a la casa de los vecinos, para que me dejara jugar con los perros que tenían, y que me conocían de siempre. No tardé mucho en llegar, y encontré a Mamá echando forraje para que el pony que tenían, Rondador, comiera a gusto. Ya había cabalgado un par de veces sobre él y me encantaba. Estaba a punto de llamarla para que me viera, cuando frené mi voz, al ver como Mamá comenzaba a desvestirse, mirando a todos lados. Me quedé junto a la esquina donde estaba, y por alguna razón que aún no comprendo, me puse a observar la escena. Al poco tiempo, Mamá estaba completamente desnuda, y se acercó a Rondador con sigilo y delicadeza. Comenzó a acariciarlo como siempre, pero se fue agachando hasta casi quedar bajo él.

Sus caricias duraron bastante, y para cuando Mamá estuvo agachada del todo, Rondador estaba totalmente erecto, que aquel mástil negro asomando por entre sus patas. Mamá se metió lo que pudo en la boca, chupándola con la misma pasión que le ponía yo a los chupa-chups. Aquello me parecía increíble, estaba con los ojos abiertos como platos, y no notaba una incipiente humedad entre mis piernas debido al asombro que sentía. Con las manos lo masajeaba mientras su lengua iba en todas direcciones, saboreándolo todo como una loca. Luego se mojó un par de dedos y se los guió hacia su propia entrepierna. Yo no conseguía entender que se proponía, hasta que lo vi con mis propios ojos: cuando se dejó de restregar, se agachó de cintura para arriba, quedando con las piernas rectas y el espinazo doblado, apoyándose en una de las vigas de madera que sostenía el establo.

Rondador se subió sobre su espalda, y tras intentos fallidos, vi como aquella masa enorme entraba dentro de Mamá. Ella gritó de dolor, pero allí estaba, siendo penetrada por aquel pony.

Ni siquiera le entraba toda. Luego, Rondador comenzó a empujar dentro de ella, una y otra vez, sin piedad. Desde donde estaba podía oír los gemidos de Mamá, y bien que gemía de placer. Decidí salir de mi escondrijo, me acerqué un poco quedando oculta por un montón de heno, y seguí mirando. Tenía mejor vista incluso, y bien que vi: Mamá seguía jadeando, con una cara que demostrada sin lugar a dudas que lo estaba disfrutando. Tras empujes y gritos varios, Rondador llenó a Mamá de él, y como si fuera agua arrojada de un cubo, un montón de líquido salió del interior de mi Mamá, desparramándose sobre el suelo. Mamá permaneció allí, inmóvil, y pensé que sería debió al dolor, pero me equivoqué: sólo dejó pasar el tiempo, para que Rondador volviera a montarla otras dos veces, en las que el agujerito de Mamá quedó tan abierto que casi podía distinguirse desde donde yo estaba.

No podía creer lo que acababan de ver mis ojos, y pensé que debía ser producto de una fantasía infantil desquiciada, pero luego, salí de mi error. Mamá llamó a Rexus y a Spike, los dos perros, que eran rottweiler y pastor alemán respectivamente. Los dos fueron hacia ella como siempre, lanzándose para jugar con ella, pero ella se puso a cuatro patas alrededor de Rexus y comenzó a hacerle lo mismo que a Rondador. No tardó en despuntar una gran «cosa roja» de entre sus piernas, que Mamá también se lanzó a chupar durante un buen tiempo. Spike, por su parte, como si fuese algo natural, buscó la entrepierna de Mamá y comenzó a lamerla de arriba abajo, mientras ella disfrutaba a juzgar por los grandes gemidos que profería.

Cuando se cansó de chupar se puso como ellos y dejó que Rexus la montara como si de una vulgar perra se tratase. Éste comenzó a moverse con rapidez frenética, mientras Mamá ya estaba de nuevo con aquella expresión de placer que me dejaba atónita. ¿Tanto la apasionaba aquello? Los pechos de Mamá iban de un lado a otro mientras Rexus la montaba, penetrándola con una prisa demencial.

Finalmente Rexus se paró y Mamá lanzó un grito de dolor. No comprendí porqué hasta que vi que aquella «cosa roja» se había hinchado dentro de ella y una gran bola se había formado en su base. Rexus comenzó a lamerla como lo había hecho antes Spike, mientras que Spike daba vueltas como nervioso. Mamá lo atrajo hacia él y lo abrazó, pero él se zafó e intentó montarla también. Ella se lo quitó de encima para facilitar la postura y también él la montó, moviéndose tanto o más fuerte aún que Rexus. Estuve contemplando aquello durante mucho rato, quizá una hora, viendo como aquellos dos perros con los que yo solía jugar se tiraban a Mamá como si fuese una auténtica perra salvaje. Como colofón final diré que ella volvió a hacerlo con Rondador las dos últimas veces, dejándose, en la segunda vez, que aquel mostrenco de carne le entrase por su culo, entre gritos de dolor y placer simultáneos.

Cuando Mamá se marchó y me quedé sola, sentí un intenso calor entre mis muslos y en mi pecho, un sofoco del que me libré haciéndome la primera y sensacional masturbación de mí vida, imaginando que era poseída incansablemente como lo fue Mamá. Cuando volví a casa, media hora después de aquella, ella hizo como si nada hubiera pasado, y yo no lo mencioné. Mi vida fue radicalmente distinta después de aquello, muy distinta.

Durante los años siguientes, espiar a Mamá se convirtió en una costumbre, y siempre yo terminada mojada del todo entre mis piernas. Conformé fui creciendo, entré en esa etapa en que los chicos pasan de ser lo que más odias, a ser que lo que más deseas. Tuve algún novio que otro, pero no fue hasta que cumplí los 17 que conocí a mi actual marido, un hombre que supo hacerme gozar de verdad, pero al que nunca pude contarle mi experiencia de infancia. Lo cierto es que en innumerables ocasiones, cuando estábamos en pleno éxtasis sexual, a mi mente venían aquellas imágenes y conseguía más orgasmos de que cualquier otra forma. Yo le decía que era debido a que era un gran amante, y él se lo creía. Y es que los hombres pecan de vanidosos que es increíble…

A los 18 años, cinco años y algo más de haber visto aquello por primera vez, comencé nuevos estudios, y en mi mente se abrió una profunda duda cuando, en clase de naturales, escuché dos palabras que sentenciaron mi destino: «herencia genética». Si los hijos somos la suma de los rasgos de nuestros padres, ¿podía yo ser como Mamá, y hacer lo mismo que ella?, ¿nací con esa cualidad? La duda fue como un virus, que lentamente fue infestando mi cabeza de deseos que nunca antes había tenido. Incluso Javier, mi entonces novio y luego marido, me encontraba rara, pero no era capaz de decírselo. Yo solo deseaba volver al pueblo por verano y comprobar si mi duda era correcta. Se convirtió en algo más importante que en comer y beber.

Mi espera terminó al final de la temporada escolar, y volví ilusionada con Mamá y Papá, y les presenté a Javier, que entonces no lo conocían. Los cuatro estuvimos muy bien, pero mi mente ardía en deseos, y tenía que consumarlos como fuera. A los diez días de estar allí, lo conseguí: los vecinos volvieron a irse, y hacía tan buen día que Mamá no tenía ganas de ir a trabajar. Le dije que fuera a la playa con Papá y Javier y que yo me ocuparía, que la había visto haciendo ese trabajo tanto tiempo que yo ya sabía hacerlo con los ojos cerrados. Mamá tuvo sus dudas, pero accedió. En cuanto los vi bajar por el camino hacia la playa, corrí a casa, me quité la ropa interior y fui rauda hacia el establo. A pesar de los años Rondador aun estaba en forma. Durante un tiempo hice el trabajo como Mamá hacía, procurando guardas las apariencias, por si acaso. Luego, cuando terminé, fui al establo y cerré las puertas. Me acerqué a aquel pony y lentamente posé mis manos sobre él para excitarlo. Estaba decidida a no dejar pasar aquella oportunidad de vivir algo que llevaba viendo tantos años.

Mis caricias hicieron su efecto y Rondador se puso erecto, y descubrí que aún conservaba su abultada hombría igual de larga y dura que antaño. Comencé a chupar aquella enormidad, encontrándome con que sabía algo más dulzón que la de un hombre. Dulce y jugosa, aquello era mejor que los chupa-chups, mucho mejor. La mojé con mi saliva todo lo que quise, y recordando lo que Mamá hizo, empecé a mojarme yo también. Tuve suerte de hacerlo, cuando me agaché y Rondador se subió a mi grupa.

Un dolor indescriptible, aterrador, salvaje, me atravesó de lado a lado cuando consiguió penetrarme con aquella maravilla. Una riada de sensaciones me inundaron en el preciso momento en que me perforó: miedo, dolor, angustia, pasión, locura, lujuria, goce, perversión, deseo, placer…Todas esas emociones y muchas más me llenaron cuando Rondador me inculcó hasta el fondo con su hombría animal. Luego comenzó a moverse, con tanta fuerza que hasta me dolía, pero me empezaba a gustar aquello. Sentía que incluso llegaba hasta al fondo de mi feminidad, lo llenaba del todo, sin dejar centímetro hueco de mi sexo palpitante. Apreté los dientes y lo dejé hacer, mientras me sentí en éxtasis, un éxtasis que si no se vive, no puede saberse lo que es, ni describirlo tampoco. Lo único que sabía es que por fin me estaban montando, después de años deseándolo, de pasión inconfesable, de secreto reprimido por una perversa lujuria. Mi cuerpo entero temblaba ante sus acometidas, y un caliente chorro me inundó al gozar Rondador dentro de mí, chorro del que casi todo se derramó de mi interior al suelo por lo enorme que era. Me sentí postrada, humillada, dolorida y satisfecha a la vez, algo que ningún hombre había conseguido hacerme sentir jamás. Deseaba repetirlo.

Me quedé allí, y Rondador volvió a perforarme. Con la experiencia ya ganada, esta vez moví algo las caderas y alcancé tremendos orgasmos en aquella maravilla de sexo animal. Mi sexo, ya acolchado a su tamaño, lo recibió casi sin esfuerzo, dejando que entrase todo de nuevo, sin que doliera. Me acometió con la misma fuerza, sin bajar un ápice su empuje, mientras mi mente estaba sumida en el placer más absoluto. En mi perversión, había dejado un espejo en el suelo, al que miré y vi como aquello me entraba, dejando algo fuera por el tamaño (suerte hubo de no romper el cristal). Ver mi sexo perforado así hizo que me tocase los pechos y el clítoris, para prolongar mis orgasmos, que durante tanto tiempo deseé experimentar. Volvió a inundarme con otro chorro caliente que casi me reventó por dentro. Me sentí partida en dos, como al ser desvirgada por primera vez. Y en cierto modo, esto era desvirgarme de nuevo.

Mis deseos y ganas no quedaron refrendadas por aquellos dos magníficos polvos con Rondador, sino que llamé a Rexus y Spike, que todavía vivían, y comencé a jugar con ellos durante un rato, recuperando algo las fuerzas. Me centré en Rexus, porqué quería que él fuera el primero. Le excité tal y como aprendí, consiguiendo ponerle erecto con facilidad para ser mi primera vez con ellos dos. Me abrí de piernas para que me lamieran, y prácticamente me derretí cuando sentí el primer lametón de aquella lengua respingona en mi sexo aun mojado. Me lamió con fricción, consiguiendo recorrerme el sexo sin parar. Me sentí fundirme mientras me dejaba hacer.

Me di cuenta de que iba a tener otro orgasmo, pero en lugar de tenerlo, me puse a cuatro patas, y un Rexus magnífico y sexual me montó y poseyó como solo un perro sabe hacerlo. Me perforó con rapidez, mientras me degustaba con sus acometidas caninas, dejando que mi placer fuera aumentando como una bola de nieve cayendo por la montaña. Que gusto me sentí siendo follada por aquel amigo de la infancia. No hay palabras. Solo el placer, puro y salvaje, de sentirme puta, obscena, indecente, amante animal, y mujer realizada. Mi éxtasis alcanzó el punto crítico cuando a Rexus se le formó la bola, y me dolió muchísimo, al tiempo que ambos lo gozamos. Me tuvo penetrada unos dolorosos y memorables minutos, esperando poder sacarla de mí. Al retirarse, volví a chorrear de su leche, pero no tanta. Sin perder tiempo me dejé poseer por Spike, no sin antes darle una soberana chupada que casi me deja sin fuerzas. Mucho más violento que Rexus, Spike me hizo un daño tremendo, pero el placer recibido fue tan intenso que lancé un ronco y prolongado grito cuando le sentí llenarme de su leche, con su bola dentro de mí.

Cuando pude levantarme e irme de allí, un dolor intenso, agudo y mortificante me recorrió todo el cuerpo. Estaba agotada de tanto amor que mis animales queridos me habían dado, y que recibí esplendorosamente, sin remordimientos de conciencia. Al llegar me duché para limpiarme y relajarme. No pude evitar masturbarme al recordar cuanto me habían follado durante aquella tarde. Cuando Papá, Mamá y Javier volvieron de la playa, me encontraron echada en el sofá, durmiendo. Según me dijo Papá luego, Mamá se limitó a sentarme junto a mí y acariciarme el pelo, como cuando era niña, diciéndoles a ellos que yo parecía un ángel, y que estaba muy feliz por mí, por tener a Javier. Al saberlo, esperé a la noche para hablar con ella, una vez estuvimos solas.

-Papá me contó lo que dijiste de mí al verme dormida.

-Javier es un gran hombre. No veo la hora en que os caséis. Dios mío-dijo comenzando a emocionarse-, mi niña ya es una mujer.

La abracé con ternura y Mamá lloró. Aunque dudé de contárselo, sabía que si no era ahora, jamás podría hacerlo, y no quería callármelo.

-Mamá, tengo que contarte algo. Quiero que sepas que soy feliz, muy feliz.

-Lo sé mi niña. Javier…

-No es por Javier. Bueno, aparte. Esta tarde he sido más feliz que nunca. Y todo gracias a ti. Quiero darte las gracias.

-¿De que hablas Daniela? No te entiendo.

-Mamá-dije con dificultad-. Te vi cuando yo tenía 12 años. Te vi con Rondador, y con Rexus y Spike. Vi lo que hiciste con ellos.

Mamá torció el gesto sobremanera. La expresión pura del terror se quedó en su cara. Intenté calmarla, pero fue imposible.

-¡¡Dios mío!!, ¿me viste?, ¿me viste así?. Lo siento, lo siento-sollozó-…

-No te preocupes Mamá-dije alegre queriendo frenar su angustia-. Ahora todo está bien, de verdad. Todo va bien. He pasado la mejor tarde de mi vida, y todo gracias a ti. Te quiero Mamá, te quiero mucho.

Mamá puso un gesto de sorpresa al comprender lo que yo quería decir. Luego torció el rostro en señal de resignación, dejándome intrigada.

-Otra vez no-se dijo en voz alta-. No puede haber pasado de nuevo…

-¿De que me hablas Mamá-pregunté perpleja-?.

-De algo que no quería que se repitiera. Ahora sé porqué tu abuela quiso que lo intentara evitar a toda costa…¿Qué vamos a hacer?.

-¡¡Un momento-exclamé-!!. ¿Qué quieres decir?.

-Yo tenía 11 años cuando descubrí a tú abuela como tú me descubriste a mí, solo que yo tardé solo tres años en hacerlo, y llevo desde entonces haciéndolo. Es algo que he intentado evitar, pero el deseo es más fuerte que yo. No puedo controlarme cuando los veo. Me tiene obsesionada. Sé que es enfermizo, pero no puedo pararme.

Fui yo entonces quien puso cara de sorpresa. Mi propia abuela descubierta por mi madre, y mi madre descubierta por mí. Una tradición familiar de mujeres amantes de los animales, en el sentido literal de la palabra(y hubo generaciones anteriores a nosotras tres, pero eso tardó mucho en saberse). Con el tiempo, Mamá y yo fuimos a dúo para dejarnos hacer por nuestros amantes furtivos, muchas veces cogidas de la mano, unidas como madre e hija, como cómplices silenciosas.

No tardé en casarme con Javier, que al igual que Papá, nunca supo de mi pasión secreta, aunque un par de veces jugué con la insinuación de hacerlo(para descubrir que él tampoco se quedaba atrás en las perversiones, al decirme que no le importaría verme haciéndolo). Más tarde compré un perro para casa, un husky de nombre Salteador, por motivos obvios(los gritos que me arranca no tienen desperdicio), y cuando Estela nació y llegó a nuestras vidas, fue la culminación de nuestros sueños. Es una niña preciosa, por la que Javier yo nos desvivimos en arrumacos y caricias. Es todo un encanto de niña, y no veo la hora en que se haga mayor y siga los pasos de su madre, como yo seguí los de la mía…

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