Esta es la historia de cómo hallé el amor pleno con mi querida hija de 16 años. Espero que les agrade.
Más o menos como a los 22 años comencé a ver como todos mis amigos «caían». No paraba de escuchar que uno ya había tenido hijos, o que se había casado, o que se había juntado con alguien. Cada vez, un inseparable compañero de juerga desaparecía. En fin, cumplidos apenas los 27 años, era el único que seguía soltero y sin hijos. Tenía amigos que, incluso, ya se habían casado por segunda vez. Veía sus vidas y, definitivamente, no quería eso para mí: nada de fiestas (o sólo unas cuantas, y de vez en cuando), poco tiempo, poco dinero, y estar amarrado a una persona. Me prometí a mí mismo que nunca llegaría a eso. No sé si fue por inercia, o por presión de familiares y amigos, pero un par de meses antes de cumplir los 28, me casé. Un poco más de un año después nació nuestra primer y única hija. Al principio, me convertí en un hombre hogareño.
Estuve así con mi familia aproximadamente hasta que mi hija cumplió los tres años. Después todo cambió. Me harté de mi vida hogareña y regresé a las fiestas, al alcohol, al sexo casual, en fin, a mi antigua vida. Eso sí, sin descuidar nunca económicamente a mi familia. Si bien casi nunca estaba con ellas, mi orgullo era que nunca les faltó nada, materialmente hablando. Nunca falté a mi responsabilidad como proveedor. Era lo que siempre decía, cuando la gente quería juzgar mi manera de vivir. No podía decir que era un buen marido, en absoluto, ya que había engañado a mi esposa en decenas de ocasiones. Pero estaba convencido de ser un buen padre…hasta que llegó la adolescencia. Cuando cumplió los 12 años, el día de su fiesta ella arremetió en mi contra como jamás lo hubiera sospechado. Yo le decía lo mismo de siempre, que no se quejara, que siempre había tenido un techo bajo el cual dormir, comida, y todos los servicios que nuestra moderna sociedad nos puede ofrecer. Ella me reclamó la falta de atención durante tantos años, ante lo cual le dije que sólo exageraba, que no fuera tan llorona. La discusión subió de tono, hasta que me dijo: «eres un idiota». Estaba tan ofuscado que mi única reacción fue darle una bofetada. Ella sólo lloró, y salió de la casa corriendo. Mi esposa me reclamó duramente lo sucedido; yo sólo la ignore, e hice como si no hubiera pasado nada. Unas semanas después, vino el divorcio. La situación me tenía tan tenso, que llegué a decirles que me alegraba de ello, que por fin dejarían de estorbarme y podría vivir mi vida feliz. Es de lo que más me he arrepentido.
Un par de meses después comencé a extrañarlas horriblemente, y me di cuenta del grave error que había cometido. No sólo de lo acontecido en aquella ocasión, sino del abandono en que las tuve durante 9 años. Durante un año no tuve contacto con mi hija. Ella se rehusaba a tener cualquier contacto conmigo. No quiso que estuviera con ella cuando cumplió sus 13 años. Estaba desesperado, y no sabía como recuperar el amor de mi hija. Cuando al fin accedió a que nos reencontráramos, yo corrí apresurado y con lágrimas en los ojos a abrazarla; pero ella parecía indiferente. Le pedí perdón, le rogué que me abrazara, lo cual hizo, pero con mucha frialdad. Pero no me iba a dar por vencido, estaba dispuesto a recuperar el amor de mi hija. Poco a poco fui ganando su confianza nuevamente, pero seguía siendo muy distante. Para cuando cumplió sus 15 años, había pasado con ella más tiempo que el que pasé antes de que me divorciara de su madre. Como no quiso una fiesta de 15 años (como es la costumbre acá en México), su madre y yo cooperamos para un viaje que iba a hacer a fin de año con un grupo de amigos a Europa, a la casa de la madre de uno de sus compañeras, que era de origen alemán. Después de dos años de verla, sin falta, cada fin de semana, se me hicieron eternos esos dos meses que estuvo lejos. Cuando fui a recogerla al aeropuerto sentí una emoción incontenible, ella me abrazó, pero seguí notando en sus abrazos distancia, una cierta frialdad. Pensé que el tiempo que pasábamos juntos no era suficiente, por lo que decidí que en las próximas vacaciones de verano (en las cuales coincidía su cumpleaños) iríamos solos ella y yo a la casa de campo que me había heredado un tío fallecido no hace mucho. Se lo comenté, y ella pareció de acuerdo aunque, como siempre, indiferente. Pasó el tiempo, y por fin llegó el día: pasé por ella y, lleno de esperanza, emprendimos el trayecto hacía la casa de campo. Nunca me hubiera imaginado lo que iba a pasar ahí.
Llegamos un lunes por la tarde-noche. Nos instalamos. No había luz eléctrica, así que tuvimos que hacer todo el ritual de encender la fogata. Mientras hacíamos todo aquello, notaba en ella esa extraña actitud: parecía que le gustaba estar conmigo, pero a la vez, estaba ausente; eso me hacía sentir muy mal. Ya bien entrada la noche, nos sentamos junto a la fogata en silencio, de esos silencio calmados y reconfortantes. La abracé. La abracé fuerte, pero también tiernamente; tal vez más de lo que lo había hecho nunca. Ante mi sorpresa, ella comenzó a llorar. Le pregunté qué le sucedía, a lo cual ella sólo me dijo:
-¿Por qué?
-¿Porque qué? – Le respondí torpemente.
Ella sólo sollozó y me dijo:
-¡Me hiciste mucha falta!.
No pude evitar que me salieran unas lágrimas, y la abracé, tan fuerte y tiernamente como antes y le dije:
-Lo sé, mi amor, lo sé. Perdóname, fui un estúpido ¡un idiota! Pero te juro, mi niña, te lo juro por mi vida que nunca volveré a faltarte- Y lo dije de corazón.
Esa noche dormimos abrazados junto a la fogata. Al otro día lo primero que vi fue su hermosa sonrisa. Nunca me había sentido tan feliz. Durante el día desempacamos algunas cosas que habíamos dejado pendientes la noche anterior, arreglamos unas cuantas cosas más de la casa, y fuimos a dar una caminata. Me di cuanta, con gran dicha, que su actitud había cambiado, ahora era cálida y cariñosa; simplemente no podía ser más feliz.
Al otro día fuimos a nadar una laguna que estaba como a media hora de la casa. Cuando la vi en su traje de baño no lo podía creer: su cuerpo era realmente precioso. Me sentí culpable, ya que no pude evitar verla como mujer. Todo el día traté de sacarme eso de la cabeza, pero no pude. Mi felicidad se había transformado en culpa. No podía creer que hubiera mirado con esos ojos a mi hija, ¡a mi niña! En la noche ella me preguntó qué me pasaba, que me veía raro. Le dije que no me pasaba nada. Por supuesto, ella no me creyó, y se acercó, se acostó en mis piernas y, con una voz cálida y tierna me volvió a preguntar qué me pasaba. Sus ojos se veían bellísimos alumbrados por la luz de la fogata. Y no sólo eso: su hermosos cabello. sus bellos labios, su delicado cuello, su piel tersa….no podía evitar pensar que era la mujer más hermosa de todo el mundo. No pude decir nada. Ella se me quedo mirando, y sonrió. No entendí muy bien esa reacción, pero antes de que se me ocurriera algo, ella me dijo:
-Papá, ¿te puedo contar algo?
-Claro que sí, hija, dime- le contesté.
-Bueno, es sobre el viaje de diciembre…bueno es sobre un chico…
Cuando dijo eso, sentí como una escalofrío que me recorría todo el cuerpo ¿Qué era aquello? ¿Sería miedo a abordar el tema? O tal vez…¿celos? Ella prosiguió:
-Bueno, es que cuando llegamos allá, Miguel, un chico de la escuela, me dijo que le gustaba mucho. Yo ya lo sabía, pero en el momento no sabía como reaccionar. Él también me gustaba a mi, así que sólo me deje llevar. Como era una casa grande, simplemente nos metimos a uno de tantos cuartos que había. Estaba muy nerviosa. Era la primera vez que iba a estar con un chico. Él se acerco a mi, y comenzó a besarme y a tocarme, y yo también comencé a explorar su cuerpo con mis manos, y con mis labios.
Mientras mi tierna niña me contaba todo esto, empezó a tocarse, lo cual me prendió bastante, no podía creer lo que estaba pasando. Y justo cuando pensé que estaba a punto de escuchar cómo mi hija había perdido su virginidad, me dijo algo que me dejo helado:
-Pero ya cuando estébamos a punto de hacerlo, me acordé de ti
-¿De mí?
-Sí. Me acordé que de niña siempre me gustaba verte desnudo. Me gustaba ver tu cuerpo. Me gustaba tu pene. Y cuando vi el de Miguel no se parecía en nada, él lo tenía muy chico
Este último comentario me hizo reír, pero no podía evitar sentirme terriblemente incómodo con todo aquello. Y siguió:
-Yo siempre soñé que mi primera vez iba a ser con un hombre como tú. Y Miguel no se parece a ti. Él no es tan varonil, no tiene tu fuerza, ni tu porte…ni es tan sexy como tú
Tras decir esto me guiñó el ojo, e hizo como si me mandara un beso. Lo hacía con tanta coquetería que me espantaba. Pensé que estaba bromeando con aquello. Sin dejarme decir nada, se incorporó. y me beso muy cerca de la boca. Me dio las buenas noches y se fue a dormir a uno de los cuartos de la casa. Yo me quedé toda la noche en el mismo lugar, tratando de asimilar lo ocurrido.
Al otro día ella se levantó a medio día como si nada, me besó en la mejilla, y me preguntó qué íbamos a desayunar. Casi mecánicamente le señalé unas latas de atún que estaban sobre la mesa.
-¡Ay, papá! ¿Me vas a dar atún en mi cumpleaños?
«Mierda», pensé. Había estado tan ocupado pensando en lo de la noche anterior, que incluso había olvidado que era su cumpleaños. Muy nervioso le dije que iba a ir a un poblado cercano a comprar algunas cosas, que le iba a preparar algo bueno. Ella se acercó y me dijo:
-No te preocupes papi, este día va a ser muy especial.
Puso sus brazos al rededor de mi cuello, como si me fuera a besar apasionadamente. Me beso en la mejilla y me dijo:
-Anda, ve a comprar lo que querías, yo también me voy a preparar.
Como zombie salí de la casa y me subía al auto. Tenía más de 25 años que una mujer no me ponía nervioso, pero ella lo había logrado. Llegué al pueblo y comencé a buscar la tienda. Como en otras ocasiones ya había ido con mis primos y mis hermanos, ya me conocían en el lugar. Cuando llegué a la tienda me saludo el dueño, me preguntó por mis primos y mis hermanos, a lo cual le contesté que esta vez no habían venido.
-¡Ah!, ¿Con que ahora se trajo a la chicuela pa’ usted solo, condenado? -Me dijo riéndose.
-Algo así, Don José- Le contesté, con una risa nerviosa.
Me puse a caminar por el pueblo. No hay mucho que ver, pero yo sólo quería pensar. Mi conclusión fue que tal vez yo estaba exagerando y malinterpretanto todo. Ella de seguro sólo estaba jugando y yo ya estaba pensando en cosas que no. Sin darme cuenta, se me fueron las horas. Ya estaba empezando a caer la noche, así que regresé rápido, para festejarle su cumpleaños número 16 a mi querida niña. Al llegar la llamé. Me dijo que la esperara un poco, que aún no estaba lista, me puse a sacar de las bolsas todo lo que había comprado. Unos cuantos minutos después, ella me llama a la habitación. Lo que vi me dejo pasmado, Ella estaba recostada en la cama con un conjunto de lencería extremadamente sexy: un ajustado corsset, una diminuta tanguita, unida a un provocador liguero, y unas medias que le hacían ver unas piernas preciosas. Para rematar, tenía de esos guantes largos que cubren hasta arriba del codo, y unas zapatillas que combinaban perfecto con todo.
-¿Te gusta, papi? Yo sé que sí- Me dijo mientras pasaba una mano sobre su bien torneado culito
-¿Qué significa esto?- Le pregunté, francamente confundido y aturdido.
-Significa que hoy me vas a dar el mejor regalo de todos, papá. Me vas a hacer mujer.
Mi verga ya no tenía ninguna duda, y estaba más que dispuesta a poseer a aquella mujer, pero yo me sentía francamente horrorizado ante la idea de tener relaciones sexuales con mi hija.
-Esto no puede ser- Le dije, y salí de la habitación.
Ella me alcanzó, me jaló del brazo, me abrazó, y me besó. Jamás olvidaré aquel momento. Si bien estaba nervioso y confundido, fue muy hermoso. Nunca me habían besado con tanta dulzura. Se apartó de mi, para ver mi reacción, a lo cual ya simplemente le pude decir:
-Mi querida niña, sé que fui un pésimo padre, y lo siento mucho. Estos últimos años he tratado de remediar mis errores. He tratado de ganarme tu amor y, sin duda, he logrado mucho. No te voy a mentir, mi niña hermosa: te deseo, y te deseo mucho. Mas no quiero dejarme llevar por esto ¿Qué clase de padre sería si tengo relaciones sexuales con mi hija de 16 años? Pero no es lo que yo quiera lo que importa, sino lo que tú quieras. Y, si esto es lo que quieres, mi vida, es lo que tendrás.
-Quiero que seas mi hombre, papá, eso es lo que quiero. Quiero que me ames, en cuerpo y alma, como nunca has amado a ninguna otra mujer…
Ya no me pude contener más, y la besé. Interrumpí por unos instantes el dulce contacto entre nuestros labios para encender la fogata, pues la noche ya estaba cayendo sobre nosotros. Entonces todo fue perfecto. Mis manos recorrieron suavemente cada centímetro de su juvenil anatomía. Besé su boca, su cuello, y fui bajando. Quité el corsset que aprisionaba sus bien formados pechos y se mostraron ante mi, espléndidos, firmes, pero a la vez suaves, perfectamente formados. Me acerqué a ellos y los besé, pase mi lengua por todos ellos, deteniéndome en sus pezones. No sé cuanto tiempo me quedé en ellos, pudieron haber sido segundo o días: incluso el tiempo se había marchado de ahí; estábamos solo nosotros dos.Seguí bajando por su torso, hasta llegar a su ombligo. Un poco más me entretuve ahí. Baje hasta llegar al sagrado monte de venus, cubierto de un delicado follaje juvenil. Lo rodeé, de momento. Me fui hacia sus piernas, bellas y bien torneadas, las besé, las disfruté, como había hecho con el resto de su cuerpo, hasta que ya no pude más: le quite la tanguita, que ocultaba el último de sus secretos, y se mostró ante mi en toda su belleza el sagrado templo de venus. Sin dudar me lancé a él. Comencé a besar al rededor de los labios. Era una cuestión casi ritual: preparaba el camino, para llegar adecuadamente al centro del altar. Llegado el momento indicado, dirigí mi lengua directo a aquel pequeño centro de placer, mientras introducía un dedo en la conchita de mi nena, para darle más placer. Me quedé ahí hasta que tuvo su primer orgasmo. No exageraría si dijera que ver a mi niña gozando de esa manera me dio a mi tanto placer como el que ella estaba experimentando.
-Papi, quiero regresarte el favor- Me dijo
Tomó mi verga entre sus manos y la empezó a masajear, como hipnotizada. Empezó a darle besitos tímidos en el glande, y recorría con su lengua el tronco de mi verga. Muchas veces había estado con mamadoras expertas, pero no se comparaban en nada con lo que me hacía sentir la exploración inexperta de mi niña. De repente, se decidió y se la metió a la boca y comenzó a mamarla ¡Qué sensación! Estuve a punto de venirme en su boca pero la alcancé a detener a tiempo. Había llegado la hora de desflorar a mi nena. Ella se recostó con sus piernitas abiertas, entregándome el tesoro de su juventud.
-Estoy nerviosa, papá ¿Me va a doler?
-No te voy a mentir, mi amor, sí te va a doler. Pero no te preocupes, tu papi se va a encargar de que sea lo menos doloroso, y lo más placentero posible posible.
Coloqué mi glande en la entrada de su virginal vaginita. Intenté meterla, pero apenas hubo entrado, ella dio un grito de dolor y se apartó.
-Tranquila, mi niña preciosa. Relájate, voy a volverlo a hacer, con más cuidado, ¿Vale, mi amor?
Ella asentó con la cabeza, y volvió a acercar su cadera hacía mi. Volví a empezar a introducirla, muy lentamente. Mientras, veía en su carita muecas de dolor, hasta que llegó el momento fatal, y rompí definitivamente el sello de su virginidad. Ella dio un grito de dolor, e inmediatamente empezó a sangrar. Me recosté sobre ella, la abracé, la besé y simplemente le dije:
-Te amo
Ella me abrazó, y pasó sus piernas por encima de mi cadera. Comencé a meter y sacar, suavemente, mi miembro de aquel recién desvirgado altar. Lo hice lento, hasta que vi que el dolor empezaba a desaparecer de su rostro; entonces comencé a hacerlo cada vez con más intensidad. Ella gemía, pero estaba seguro que era de placer, y ya no más de dolor. Continué haciéndolo con pasión desbordada, hasta que ya no me pude contener más, y descargué dentro de ella, con un placer increíble. Me quedé dentro de ella, y nos seguimos besando, hasta que mi pene regreso a su tamaño original. Entonces me recosté a su lado, la besé en la mejilla y le dije:
-Hija, te he dado lo que querías. Te amo más de lo que he amado a ninguna otra mujer. Y ten por seguro, mi niña hermosa, que te amaré hasta el último de mis días.
Cientos de veces había hecho lo mismo, mas nunca lo había disfrutado de aquella manera. Nunca me había perdido así en el acto. No era sólo el roce de mi verga con el interior de una vagina, era algo más, algo mucho mejor: era la perfecta armonía de dos cuerpos, como si fuéramos un sólo ser a plenitud. Muchas veces había tenido sexo, pero aquella noche, por primera vez, hice el amor.
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