Alex y yo nos encontrábamos disfrutando de una tarde de sábado sin los niños. Mi marido había preparado unos cocktails Margarita, su especialidad y me leía un Penthouse desde el jakuzzi, mientras que descansaba en una tumbona. Los efectos del Sol dañando mis pechos desnudos, la bebida y la voz de mi esposo leyendo historias eróticas de otra gente, me puso bastante a tono. Estaba tan absorta que ni siquiera me acordé de dar la vuelta para broncear la espalda. Era la primera vez que tomaba el sol este año y tenía los pechos bastante sensibles. Llegué a pensar que se me habían quemado los pezones. Se lo comenté a Alex y contestó que un buen masaje podría ser el remedio ideal. Salió de la piscina con el Pene completamente tieso y antes de que me tocara empecé a gemir de gusto. Por suerte, el jardín de nuestra casa está bastante aislado y tenemos intimidad en casos de emergencia sexual. Me lamió los dedos de los pies y me provocó escalofríos. No tardé en pedirle que me diera su polla. El pene de mi marido siempre me ha puesto muy caliente. No lo tiene muy largo, pero sí gordo, como un pequeño puño.
Me complació colocando una pierna a la altura de mi cara, ofreciéndome una visión de su polla. Empecé a mordisquearlo y seguí con lengüetadas en la punta y en la zona posterior del capullo con movimientos rápidos. Alex bajó la cara hacia mí conchita, tan mojada como sí acabara de ducharla con agua caliente. Al aproximarse, su vientre rozó mis pezones provocando dolor. Justo en el momento en que trataba de apartarlo, sonó el timbre de la puerta. No quería abrir, temiendo que fuera algún amigo de mis hijos, pero cuando insistieron por tercera vez, me puse una bata corta y fui a ver quién demonios era. Alex se metió de nuevo en el jakuzzi, molesto y frustrado. Cuando abrí la puerta y miré hacia abajo (a la altura de la cara del niño que esperaba encontrar), vi un par de largas y bien contorneadas piernas. Fui subiendo la mirada y comprobé que nuestra visitante era una preciosa chica de pelo rojo y ojos verdes.
-¡Hola!- dijo -Me llamo Sandra y acabo de instalarme en el vecindario-. Hizo una pausa y añadió que vendía cosméticos.
La invité a pasar para que me enseñara sus productos y le pedí que nos acompañará a tomar unos cocktails en el jardín. Aceptó y me siguió. Se sentó bajo la sombrilla y después de prepararle un trago le presenté a Alex. Mientras nosotras charlábamos, mi marido sin salir del jakuzzi, bromeaba por el hecho de estar completamente desnudo. Sandra comentó que estaba acostumbrada a ver hombres en cueros, ya que tenía cuatro hermanos y vivió casada cinco años hasta que se divorció. Fui mirando los productos que me ofrecía y como continuamente me apartaba la tela de la bata para no lastimarme los pezones, Sandra preguntó qué pasaba. Le dije que me había quemado con el sol y, sin dudarlo, me apartó la bata y me observó directamente los pechos. Comentó que tenía una crema que remediaría mi dolor de forma instantánea. Dicho y hecho, se levantó para ir a buscarla a su coche. Alex aprovechó su ausencia para mirarme y ronronear como un gato en celo. Cuando regresó, en lugar de darme la crema se ofreció para aplicarla. Varias veces me repitió que sería un masaje medicinal. Me tumbé en la hamaca y me bajé la bata. Comentó que tenía unos pechos muy bonitos. Cuando mi marido se levantó del jakuzzi la tenía un poco levantada. Sandra no pronunció palabra y siguió extendiendo la crema. Mis pezones comenzaron a despertar extrañas sensaciones. Al principio notaba calor, luego frío y mí entrepierna respondió a los estímulos con sucesivas y rápidas vibraciones. Sandra me preguntó si deseaba que me masajeara todo el cuerpo. Acepté con timidez. Empezó trabajando mis hombros y cerré los ojos. De pronto sentí unas manos en mis pies (también muy sensibles) y al abrir los ojos observé que Alex estaba arrodillado frente a mí, con una expresión muy lujuriosa en la cara, aplicándome la crema. Me estremecí cuando ella trazó círculos con sus dedos alrededor de mis pechos, aunque evitando rozar los pezones, mientras Alex pasaba sus manos a lo largo de mis piernas presionando con los nudillos… Entonces ocurrió algo extraño. Los pezones me quemaban, pero no de dolor, sino proporcionándome un gusto que jamás había experimentado.
Sandra vio cómo me los cogía y me apartó las manos para soplar sobre ellos. Se inclinó y puso los labios en el pezón izquierdo, mientras Alex se colocaba el derecho en la boca. Sus labios, adornados por un poblado mostacho, estaban duros y ansiosos, mientras que los de Sandra eran suaves y delicados. Al cabo de un rato, decidimos que había llegado el momento de entrar en la casa y tomar algo. Alex nos dio un vaso de agua con hielo a cada una, llenó una jarra y le seguimos a nuestro dormitorio. Tenemos una cama de agua tamaño gigante y una pared entera de espejo. Me tumbé inmediatamente en el centro de la cama. Alex no tardó en colocarse a mí izquierda con la polla tiesa y a punto. Sandra se quedó de pie frente a nosotros y empezó a desnudarse con la pericia de una profesional. El espejo nos permitía verla por delante y por detrás. Cuando estuvo completamente desnuda frente a nosotros, mi coño empezó a palpitar con fuerza. Sandra tenía unas tetas grandes, perfectamente levantadas. Sus pezones eran tan pálidos que había que concentrarse para ver dónde empezaban, supongo que debido a que era pelirroja. Cuando le investigué la entrepierna, comprobé que tenía el coño completamente depilado. Abrí las piernas. Lentamente trepó a la cama y dirigió su cara a mí coñito. Cuando al fín me rozó con sus labios, estaba tan acelerada que me corrí. Rodeó mí clítoris con los labios, respiró profundamente y procedió a chupetearme todas partes con la lengua y los labios. Noté que se aproximaba un potente orgasmo.
Alex, que hasta aquel momento había permanecido inactivo, se sentó sobre mi pecho y condujo su polla hacia mi boca. Yo había olvidado que me dolían los pezones y empecé a chuparle y a comerle la pinga… Por el espejo ví que Sandra colocaba la mano en su vagina y se dedicaba a frotarse arriba y abajo. En unos segundos tuve un orgasmo impresionante. Primero, el coño se me abrió como un mejillón al fuego y empezó a palpitar como de costumbre. Luego sentí unas rápidas e intensas contracciones en el estómago. Las piernas y la espalda se tensaron y la cabeza se me iba hacia uno y otro lado. Alex se mostraba encantado del trabajito bucal que le estaba haciendo y no cesaba de arremeter hacia mí, sujeto con las manos en la cabecera de la cama. Al correrse pegó un berrido bestial. Sandra no paró de moverse hasta unos momentos después que su cuerpo se agitara al alcanzar el clímax. Estuvimos un rato descansando tumbados, sin dejar de acariciarnos y besarnos. Cuando recuperé las fuerzas, me coloqué entre las piernas de Sandra e hice algo que deseaba desde que le abrí la puerta. Acerqué la boca a su limpio coñito y le metí la lengua en el interior de la vagina para iniciar un movimiento de bombeo, cada vez más rápido. Mientras me encontraba concentrada en esa tarea, noté que Alex me metía las manos por detrás y las iba bajando hasta llegar a mi mojado mejillón. Eso provocó un acelerón de mi lengua y Sandra gritó de gusto. Sentí el capullo horadar la entrada de mi cueva y traté de relajarme para que pudiera hundírmelo hasta el fondo… Después de unas cuantas embestidas, metí la mano entre las piernas para alcanzar el clítoris. La sensación del coño de Sandra en mi boca y la polla de Alex llenando mi agujero era más de lo humanamente soportable y no tardé en notar los primeros pinchazos de otro increíble orgasmo.
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