Aquel domingo me subí al tren, como de costumbre, pensando quizás en todas las cosas que me habían salido mal durante el fín de semana: Me había vuelto a pelear con mi hermana, mi padre me recordaba a todo momento mis fiestas y el dinero que gastaba y mi novia seguía sin dejarme «Acercar» demasiado a ella, apenas me permitía el contacto físico y yo estaba deseando acariciarla, tocarla, sentirla cerca de mi piel y descubrir todos sus secretos.
Era ya tarde y el fín de semana había hecho, que en el aquel momento tuviera sueño, me esperaban cuatro horas de viaje y eso aumentaba mi estado de somnolencia. Empecé a caminar por el pasillo del vagón, era un tren expreso, de esos con compartimentos, y miré varios que estaban llenos o cuyos ocupantes no eran de mi agrado, seguí andando por otro vagón y encontré uno a mi gusto, en él había una chica que estaba sumida en la lectura de unos apuntes. Alzó levemente la vista de sus hojas, me dijo hola cortésmente y siguió en sus quehaceres. Instalé mis cosas y me puse al lado de la ventana frente a ella.
Miré por la ventana, como las luces de mi ciudad se iban alejando y con ellas mis vivencias y las personas que compartían conmigo, era una mezcla de nostalgia y liberación difícilmente explicable. Miré de nuevo al interior y observé a mi compañera de viaje, era una mujer rubia de unos veinticinco años, la tenue luz del compartimento iluminaba su corta cabellera, tenía puestas unas gafas de lectura finas que le daban un aire intelectual, llevaba un sweter de lana marrón y una falda de punto. Mi mente rápidamente dibujó unas curvas sugerentes, pero seguí con el recorrido visual, sus zapatos estaban en el suelo, porque sus «Piececitos» estaban en la repisa apoyados en la rejilla de la calefacción. Volví a observar su rostro, estaba totalmente entregada a su lectura, había hojas sueltas que parecían fotocopias de transparencias y las sujetaba con un portafolios de color oscuro.
Volví a mirar por la ventana, la oscuridad era patente y desoladora, me di cuenta que ni tan siquiera me había quitado el abrigo, me lo quité, el ambiente estaba caldeado. Inmediatamente cerré mis ojos y mis pensamientos volaron de un lugar a otro y me sumí en un sueño profundo. Me desperté porque había gente y ruido, estaba un poco aturdido pero vi una pareja de jóvenes, eran nuestros compañeros de viaje, la chica llevaba un vestido «hippie» y ambos el pelo largo, no pude retener más porque me volví a dormir. Cuando de nuevo me desperté, estaba aún más oscuro, la única luz la producía un haz que salía del foco que se encontraba encima de mi compañera de viaje y que le iluminaba el libro. Al verme despierto sonrió pícaramente, rápidamente supe porqué, la pareja que entró más tarde, estaba dándose el gran lote al otro lado del compartimento, se besaban apasionadamente, a veces podía observar sus lenguas y pequeños sonidos que delataban su contacto, sus respiraciones entrecortadas y un ambiente de excitación creciente. Él apoyaba una de sus manos en el escote de ella, presionando suavemente sobre uno de sus senos, movía sus dedos pausadamente donde seguramente estaba el pezón de ella, él conocía perfectamente su anatomía y donde debía poner las yemas de sus dedos.
Mi nueva situación de «voyeur» era muy excitante, pero no estaba sólo, mis sensaciones no eran anónimas y eso me producía cierta incomodidad. La rubita que tenía enfrente también miraba atentamente, era pura complicidad, nuestras miradas se cruzaron e hice lo que sabía hacer mejor, le miré fijamente y ella mantuvo su mirada, cerró momentáneamente su libro y volvió a mirar a la pareja, era como si se tratara de una película y nosotros estábamos en el pre-estreno. Volví a fijarme en la pareja, era una sesión de calentamiento para ellos y para mí, ahora habían llegado más lejos y ella le sujetaba el paquete, en el cual se dejaba entrever una gran erección, se veía un bulto considerable en sus pantalones a cuadros de algodón, él ahora tenía su mano debajo de la falda de ella y por sus movimientos le acariciaba la cara interna de sus piernas. Empecé a excitarme, notaba presión en los pantalones e incomodidad por no poder resolver aquella situación en ese instante. Mi instinto me decía que continuara mirando y más cuando aparentemente él le empezó a tocar allí, en el lugar más sensible, lo sabía porque ella no podía, ni quería disimularlo, él le masajeaba el clítoris suavemente y ella emitía algún quejido de placer y colocaba su cuerpo para estar cómoda y gozar, abrió sus piernas sin complejos y colocó su vientre para la mano de él, esa era su expresión. Yo estaba ya realmente excitado, la tenía completamente dura, mi pene quería salirse de los pantalones, veía su silueta a través de la ropa, y tenía aquella hermosa mujer delante, ahora la miré con mis ojos excitados.
La atmósfera que reinaba denotaba excitación, pensaba en la hembra que tenía delante, porque mi instinto así me lo hacía sentir. Me imaginaba como ella tomaba mi miembro y lo lamía suavemente con su lengua aterciopelada, las imágenes pasaban por mi mente y subían mi nivel de excitación, seguía viendo como ella se montaba encima mío y yo la penetraba, y como ella se revolvía de placer, pero aquellas imágenes estaban en mi cabeza. Ella sabía que la observaba, la volví a mirar de arriba abajo y me sonrió, sabía como estaba, seguro, e hizo algo que todavía hoy me sorprende cuando lo recuerdo, se quitó su sweter marrón, y aparecieron sus curvas contorneando una camiseta blanca de manga larga, tenía unos senos fantásticos, redondos, pude darme cuenta que sus pezones se encontraban totalmente erectos porque así se percibía . Por la delgada tela de su camiseta se denotaba el fino encaje del sostén que comprimía su busto y que a la vez dejaba ver de manera tenue el oscuro de sus hermosas areolas rosadas; No podía quitar mi mirada de sus tetas y ella lo sabía de nuevo, observé su cara y nos miramos, ella dijo imperceptiblemente «¡Qué calor!» Yo estaba a tope, el de pelo largo metiéndole el dedo a su amiga y yo ante aquel pedazo de mujer.
Ahora ella observaba al «hippie», veía como él daba gusto a su compañera, como tenía sus dedos en la vagina de ella y la chica arqueaba su cuerpo sin control, dando rienda suelta a sus instintos, él sacrificaba una penetración arriesgada por darle a ella el mayor placer. Sin duda la rubia que tenía delante estaba excitada, su respiración pausada se estaba acelerando y el color de su cara antes pálido era ahora sonrosado. ¿Debía actuar de alguna manera? Mi timidez me hacía dudar, pero ella se insinuaba a cada momento, y me decidí a tomar cartas cuando ella empezó a tocarse un labio y su boca pausadamente. Me quité un zapato y le guié con mis manos sus piernas hacia el suelo. Los dedos de mis pies tocaron los suyos, sus medias hacían que mi pie deslizara perfectamente sobre su piel, me encantaba el cosquilleo y el simple contacto con ella hacía que me excitara aún mas. Ella me miró con complicidad y me guiñó un ojo, mi pie iba recorriendo su pierna y subía hacia su muslo, siempre con suavidad, sintiendo a cada momento su cálida piel, llegaba a los muslos y entonces ella se recostó un poco porque quería ponerme el camino más fácil, sus piernas entreabiertas me dejaban ver sus bragas y mi pie en su búsqueda llegó a ellas y con cuidado empezó a trabajar en la zona genital, pausadamente, sin prisas, ella respiraba intensamente y movía sus caderas un poco para mandar sobre su propio goce. Cuando apenas llevaba un minuto agarró suavemente mi pie con su mano y me indicó con un movimiento que abandonara sus caricias. Como si me hubiera leído el pensamiento, ella guió su pie a lo largo de mi pierna, sintió como mi punzante y desesperado miembro, sentía la necesidad de salir de su prisión, mi pene iba a estallar, ella se dió cuenta y con sus dedos recorría la silueta que provocaba en mi pantalón, cuando la miré sonrió. Bajó el pie, y ambos pensábamos como lo arreglaríamos, aquellos dos seguían en sus trece, le dije «Sígueme», abandonamos el compartimento y buscábamos un lugar para desarrollar nuestra excitación con intimidad, agarré su mano y empezamos a vagabundear por los rincones del tren, era difícil y en un impulso de lujuria, nos metimos en el cuarto de baño, era pequeño pero… En el momento de cerrar el pestillo, sentí su lengua húmeda en mi cuello, giré mi cara y me la encontré de frente esperándome, nos besamos apasionadamente, su lengua enrollada con la mía, su saliva y la mía, la caricia de su mano en mi trasero.
Ella me tomó por la nuca y mis manos recorrían su espalda, bajaban hasta sus glúteos y regresaban a su cabeza mientras pegábamos nuestros cuerpos, ella podía sentir mi duro pene y yo sus turgentes senos rozándome el pecho, que rogaban por ser lamidos. Pasé mis manos por debajo de su fina camiseta de su blusa y con algunos problemas, desabroché su sostén, ella se separó de mí y metiendo su mano hábil por debajo lo sacó, acaricié esas hermosas esculturas por encima de su blusa, era un manjar que debía ser tratado con cuidado para disfrutarse con intensidad.
Tenía ante mi dos perfectos senos que tan sólo tapaba una camiseta fina. Empecé a chupar sus pezones a través de la prenda, y los mojé, a ella le gustaba, sus pezones se endurecieron y casi se veían porque la tela se hizo transparente. Su mano llegó a mi paquete, donde era fácil descubrir que había dentro. Ella me dijo, al oído, «Quiero saborear tu glande y ver de que color es». Así que me recosté en el lavabo del baño mientras ella con manos expertas, me bajaba la bragueta y dejaba al descubierto mi erecto miembro. Lo tomó en sus manos y lo presionó un poco, el lubricante que emanaba de él lleno sus manos, primero por la punta, lentamente, eso me excitó demasiado, yo quería meterlo todo en su boca, sentir su lengua recorrerlo todo, pero ella sabía bien lo que hacia, intentaba comérmela pero se le escapaba de sus labios y su lengua, de forma que sus tímidas caricias me producían una sensación exquisita, cuando empezó a oír mis quejidos se lo fue introduciendo en su experta boca y comenzó a succionarlo, entraba y salía de entre sus labios como si estuviera dentro de su vagina; Sentí que terminaría y tuve que alejarla, pues lo que yo quería era derramar mi leche dentro de su cueva.
Su cara había enrojecido y sudaba por sus poros, la sujete fuertemente por su trasero y la puse encima del lavabo, alzó sus caderas porque sabía que quería quitarle las bragas y con su movimiento de piernas ayudó a que un instante después aparecieran enrolladas en el suelo, me volvió a besar y yo subiéndole la camiseta le tocaba suavemente sus senos rozando las yemas de mis dedos sus duros pezones. Entonces subí su falda del todo para poder admirar su concha, con sus bellos públicos oscuros y enmarañados, muy húmedos por la excitación entonces me dijo, «Adelante cielo». Acarició mi pelo y me atrajo hacia ella, mi falo erecto se enfilaba en su mundo mientras ella abría más las piernas para dejarme pasar con más libertad, todo el lugar era un infierno, sus líquidos estaban sumamente calientes, ella estaba lista para tenerme dentro. Comencé a introducir mi pene lentamente, la punta fue abriendo paso mientras nuestro gemidos inundaban el pequeño cuarto; Mis testículos llegaron al tope, me detuve para saborear el momento, pero ella comenzó a mover sus caderas, incitándome, obligándome a seguirla fornicando, eso hizo mayor mi lujuria y agarrando sus glúteos, comencé con movimientos lentos al principio, a sacar y meter mi polla de su concha, se escuchaba el chasqueo de nuestros cuerpos al unirse en el vaivén; El traqueteo del tren era nuestro perfecto cómplice, la respiración se entrecortaba más y nuestros gemidos de placer se iban haciendo más intensos. Mis caderas iba y venían cada vez con más fuerza, con más rapidez, con mis manos le amasaba sus hermosas nalgas. Ella se perdió en ese infinito mar de sensaciones, quedando a mi merced, comencé a envestirla más duro, mi verga se la sacaba casi toda para introducírsela de un golpe; Su vagina comenzó a contraerse, era evidente, su orgasmo llegaría al mismo tiempo que el mío que ya se avecinaba, al sentirlo le clavé mi miembro con todas mis fuerzas, fué algo exquisito, deliramos de placer, ella me tomó de la cabeza mientras mi leche la inundaba y nuestros cuerpos se estremecían con un orgasmo infinito. Me miró y me besó de nuevo, pero ahora como animal en celo, ella necesitaba más, yo necesitaba más y le dije de manera amenazante, «Aun no he terminado». La despojé de su blusa, esos senos que en algún momento quizá había dejado olvidados, los retomé, con mi mano derecha le acariciaba uno y con mi boca le lamía el otro como si fuera un cachorro, esto la excitó de nuevo, me pedía más, con voz entrecortada, me decía «Si cariño, así, dame más, sigue, sigue…»
Me dirigí hacia su zona genital estaba medio oscuro, pero el lugar desprendía calor, le abrí más las piernas en un acto de manipulación. Pasé mi lengua por sus muslos y me fui acercando al lugar lubricado por abundantes jugos, estaba realmente excitada cuando por fin toqué con la punta de mi lengua su clítoris endurecido, era como un caramelito jugaba con él lo mordisqueaba lo tenía entre mis dientes y sentía sus sensaciones porque ella me agarraba más y más fuerte de mi cabeza y por su respiración acompañada de fuertes gemidos. Intensifiqué mis lengüetazos cuando notaba que me apretaba más y más mi cabellera. Lo primero que salió de sus labios después de sus gemidos fué: «Ha sido el polvo del siglo.»
Volvimos al compartimento mientras acabábamos de colocar nuestras prendas, ya no había nadie en él, sólo nuestro equipaje que esperaba paciente a sus dueños. No me dirigió la palabra en todo el viaje, pero cuando le dije adiós para despedirme ví que su rostro seguía encendido por la excitación.
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