El chico del bar

Soy bisexual y os voy a explicar cómo fue la primera vez que me penetró un hombre. Yo, hasta aquel momento, sólo tenía experiencia de pajas en los cines X y alguna mamada que otra, pero siempre que alguien había intentado penetrarme lo había tenido que dejar pues el dolor superaba al placer, y eso que en los primeros momentos me derretía de gozo sintiendo un capullo rozándome la entrada del culo y notando cómo comenzaba a entrar; pero cuando intentaban seguir era imposible.

Fue en Madrid, en un viaje de trabajo -viajo bastante-, por la noche, después de un día de aguantar tíos plastas. Me decidí a ir a un bar de ambiente, de esos que tienen sala de vídeo porno y cuarto oscuro.

Elegí una casi al azar de una guía gay y allí me fui. Estaba sentado en la sala de vídeo cuando una voz me preguntó si podía sentarse en la mesa, pues estaba todo lleno. Separé la mirada de la pantalla y me encontré con un tío buenísimo: joven, alto, cachas pero sin pasarse, con la piel ligeramente dorada, pelo largo castaño, ojos claros y marcando un paquete que te hacía la boca agua. Acepté sin dudarlo y se sentó a mi lado.

Al rato nos presentamos y empezamos a hablar, comentando la película.

En eso noté su mano sobre mi muslo. En la película un negrazo se follaba a un rubio que a su vez le estaba mamando la polla a otro tío.

Acercó su boca a mi oreja y, rozándola levemente con los labios, me preguntó: – ¿Quién te gustaría ser es este momento? Un escalofrío recorrió mi cuerpo, y mi polla se puso más dura de lo que ya la tenía.

– El rubio de en medio -le contesté yo-. Pero soy virgen, nadie ha conseguido follarme todavía.

– ¿Quieres que vayamos a mi casa y lo intentemos? Vivo justo enfrente -me dijo él.

En ese momento pensé que allí había algo que no era normal. No podía creerme que un chaval como ese, que podía tener a sus pies a todo aquel que quisiera, me propusiera irnos a la cama juntos. Y entonces me di cuenta de la situación.

– ¿Esto lo haces por dinero, verdad? -le pregunté tímidamente.

– Sí -me dijo directamente y sin justificarse, como otros habían hecho otra veces.

– No, gracias. No me gusta pagar por follar, y además, con mi experiencia, sería tirar el dinero. Soy virgen porque nadie ha conseguido penetrarme -añadí yo, explicándole la situación.

– Si no consigo follarte o no te gusta lo que te hago, no te cobraré nada. Fíjate si estoy seguro de cómo la vas a pasar.

Yo estaba cachondísimo, él estaba buenísimo y la oferta era de lo más tentadora. Así que acepté.

Subimos a su casa, me llevó a la habitación y empezó a desnudarme mientras me besaba y me lamía todo el cuerpo. Luego se desnudó lenta y provocativamente. Cuando lo ví desnudo, el panorama que apareció era mucho mejor que lo que en la semioscuridad del bar había podido adivinar. Se quedó desnudo delante de mí, consciente de la impresión que causaba, con su pelo suelto, los musculos firmes pero no marcados de manera exagerada, y una polla deliciosa, recta, larga, no muy gruesa y con un color moreno suave que me volvía loco.

– Vamos a la ducha -dijo, sonriendo, mirando mi expresión golosa.

Bajo el agua tibia, empezó a enjabonarme lentamente. acariciándome el culo y pellizcándome las tetillas. Se arrodilló y se metió mi polla tiesa en la boca mientras me introducía un dedo en el culo. El dedo enjabonado y mojado entró suavemente, y tuve que sacar mi polla de su boca para no correrme. Siguió explorando mi recto y, con su lengua, me lamía los huevos y el mástil de mi verga, haciéndome gemir de placer. Me cogió de la mano tiernamente, me llevó a la cama, me tumbó boca abajo y se estiró sobre mi espalda. Yo notaba su sexo sobre mis glúteos mientras me susurraba al oído: – Relájate y déjame hacer. No te haré ningún daño.

Empezó con un masaje en los hombros y la espalda, bajando lentamente hacia mi culo impaciente. Finalmente, colocó su cara en mi culo, trabajándolo con su lengua y su boca. Me llenó de su saliva y su lengua entraba y salía de mi interior. Yo estaba ardiendo de deseo y tenía ganas de su polla, así que me giré y nos pusimos en posición de 69. Su hermosa polla no estaba en ese momento muy dura, pero pronto adquirió toda su envergadura dentro de mi boca. Él seguía trabajándome el culo y ya tenía dos dedos metidos e iba a intentar meter el tercero.

– Si te duele, avisa que paro -me dijo.

Con su polla en la boca y los tres dedos en el culo creí morir de placer y empecé a gemir como un poseso. Cambiamos de postura. Él se tumbó boca arriba en la cama, se puso un condón, untó bien de lubricante su verga enfundada y mi culo, y me dijo: – Siéntate sobre mi polla y ve metiéndotela a tu aire y sin prisas.

Avanza hasta que notes molestias, retrocede y vuelve a avanzar. Seguí sus consejos, y su verga fue entrando milímetro a milímetro en mi interior sin sentir dolor. Yo notaba cómo su polla crecía y vibraba a cada nuevo avance, pero no se movía para nada ni hacía la menor fuerza para precipitar la penetración. Cuando noté que su capullo había pasado el esfínter me dejé caer de golpe hasta notar sus huevos en mi culo, empalándome en aquel soberbio falo que tanto placer estaba dándome y gritando «¡qué buenooo!».

– Muévete arriba y abajo poco a poco -me dijo, mientras comenzaba a menear suave y lentamente sus caderas y agarraba con sus manos tersas y suaves mi polla, masturbándome.

No sé cuánto rato estuvimos así, pero yo creía morir de placer.

Cambiemos de postura -dijo, mientras me indicaba que me colocara a cuatro patas.

Se puso detrás mío y me la metió lentamente, frenando al menor obstáculo y volviendo a presionar, hasta que la volví a tener toda dentro. Me fue bombeando cada vez más rápido. Él no se corría y yo no podía más, quería correrme de una vez y así se lo dije.

Me colocó boca arriba con las piernas sobre sus hombros, y ahora su cipote entró de un golpe a la primera. Qué gozada verle la cara mientras me follaba, con el pelo suelto que saltaba a cada embestida y sus músculos tersos y sudorosos. Tenía mi polla entre sus manos y me la cascaba al ritmo que me follaba. Me corrí, salpicándolo todo, mi cara y la suya, y se acercó para besarme en la boca sin sacarla. Quedamos así unos momentos, abrazados, exhaustos, sintiendo todavía aquel pedazo de carne dentro de mí y gozoso de haber perdido la virginidad de mi culo con un experto como ese.

Retiró su verga todavía tiesa de mi interior y yo le pedí que se corriera encima de mí. Quería ver salir la leche a borbotones de su magnífica polla.

– Eso es lo único que no haré. Necesito mantenerme en forma para otros clientes y para mi novia.

¡Su novia! Qué sorpresa y qué envidia. Ser su novia y disponer de un semental como ese. Nos volvimos a duchar y me vestí mientras se acicalaba para captar a otro nuevo cliente. Antes de salir, me dijo: – ¿Te ha gustado? ¿Estás contento de haber venido? Era evidente que sí, y simplemente sonreí y saqué la cartera. Es la única vez que he pagado en mi vida por follar con un tío, pero lo doy por bien empleado.

En la calle nos despedimos con un beso. Él volvió a entrar en el bar de cacería y yo cogí un taxi para volver al hotel. En la cama no podía dormir pensando en lo que había pasado. Tenía otra vez la polla dura y con ganas de marcha, sólo de pensar en el extraordinario placer que me habían dado. Mi vista se fijó en un candelabro decorativo. Me levanté, cogí la vela, me tumbé en la cama y me la fui metiendo lentamente como aquel chapero me había enseñado, mientras me iba haciendo una paja fenomenal. Me corrí con un orgasmo estraordinario y me quedé dormido con la vela en el culo y la polla chorreando leche en mi mano.

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