Esto me sucedió a los 17 años. Yo era bastante bueno en gimnasia. Hasta el momento, yo había creído que no era gay, pero eso cambió cuando conocí al nuevo profesor de gimnasia. Se llamaba Alex, tenía 28 y tenía el pelo moreno, era guapísimo y tenía un cuerpo perfecto. Hacia final de curso hacía calor y venía con camiseta ajustada. Yo me empalmaba y tenía que hacer serios esfuerzos para que no se me notase. A veces, se quitaba la camiseta, mostrando su torso desnudo y sin apenas vello. Las chica suspiraban por él, y yo también, aunque él tenía novia, una rubia espectacular. Pero yo le prefería a él que a su novia. Aquel pecado de hombre tenía un paquete enorme. Yo babeaba sólo pensando en lo que habría allí.
Lo que sucedió es que yo era pésimo engimnasia y suspendí el examen. Lo vergonzoso fue que fui el único que suspendió. Sin embargo, él me dijo que me haría un examen de recuperación.
Cuando fui aquel día, me lo encontré solo en el gimnasio. Llevaba el torso desnudo, e iba en bermudas. Me dijo: «vamos al despacho».
Me extrañé, pero le dije que sí.
Conque fuimos al despacho y el cerró la puerta. Me dijo que mi examen estaba aprobado. Me preguntó si tenía novia, y le dije que no, empezando a ponerme nervioso. Él se echó a reír y me dijo que él sí la tenía, pero que no se divertía lo suficiente con ella. El problema era que era demasiado fina, y no se la quería mamar nunca. Tampoco se dejaba sodomizar, aunque ella lo había hecho antes decía que el tenía un pene descomunal. Ël pensaba que no era para tanto, y me preguntó con una sonrisa:
– No quiero que pienses nada raro de mí, pero me gustaría que comparásemos.
Yo le dije que sí tartamudeando, entonces el se bajó las bermudas. Además de tener unos muslos fuertes, lo que vi me dejó la boca abierta.
Era un pollón gigantesco. No estaba erecto. Tragué saliva, medía unos 17 o 18 cm, como el mío ercto. El me cogiío por las manos que me temblaban, y me preguntó si yo se la mamaría y me dejaría dar por el culo. Le dije que sí, y me arrodillé.
Su verga se alegró de verme, empezó a erguirse y a agrandarse. Me la metí en la boca, y allí se agrandó más hasta hacerse dura como una roca. Debía ser de 25 o 26 centímetros. Chupé y chupé, mientras él cogía mi cabeza entre sus grandes manos y me la hacía tragar rítmicamente. Al principio casi me asfixio, pero luego aprendí a respirar entre los intervalos que me dejaba sacarla de la garganta. El gemía de placer, diciendo, «sigue, sigue». Finalmente se corrió dentro de mi boca. Yo lo tragué y le lamí el pene hasta que le bajó la erección.
El sonrió satisfecho, y me dijo que al día siguiente era su cumpleaños, y que al atardecer su novia iba a trabajar de go-go en una discoteca, y que le gustaría tener mi culo de regalo.
Yo le dije que sí, y quedé en su casa a las 8 de la tarde (continuará).
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