No hace demasiado tiempo que vivo sólo. Tengo 21 años y me fui de casa de mis padres porque no podía reprimirme más. Aquí en mi apartamento puedo ir en pelotas todo el día por la casa sin que nadie me diga nada. Mi habitación está decorada por algún que otro póster de tíos en bolas con pollas de fábula y mis sábanas están llenas de restos de lo que yo llamo licor seminal.
El otro día se me estropeó la lavadora. El desagüe no tragaba bien por lo que me vi obligado a llamar al fontanero. Cuando llegó se me quedó mirando porque yo estaba vestido con una camiseta de tirantes y unas provocativas mallas blancas con el justo nivel de trasparencia. El fontanero era guapísimo, vamos, que estaba como un tren de mercancías. Vestía con un típico mono azul de mecánico de esos cerrados con cremallera. Se dirigió a la cocina y sacó la lavadora de su sitio. Entonces se agachó y comenzó a mirarla. Sus pantalones se ceñían rabiosamente al culo y pude comprobar cómo no existía ningún tipo de marca de ropa interior. La costura central del mono se metía traviesamente por la raja del culo del joven muchacho.
Fue entonces cuando el tamaño de mi pene comenzó a aumentar notablemente aprisionado en la lycra de mis mallas. Me entraron unas ganas tremendas de despelotarme en ese momento pero me reprimí. El se volvió hacia mí y me invitó a agacharme y mirar la avería. Yo dije que no la veía y él me cogió la cara y me la dirigió mas abajo para ver lo que estaba roto. Al agachar el rostro mi nariz pasó a unos escasos 10 centímetros del paquete del muchacho que para mi alegría estaba completamente abultado. Respiré profundamente y noté el profundo e irresistible olor del sudor de sus huevos que se marcaban grandes y repletos de semen. Cuando terminó de reparar la avería, unos cinco minutos, se incorporó y se apoyó sobre la lavadora. Se bajó levemente la cremallera del mono dejando entrever unos pocos pelillos y la mitad de su pezón derecho, que coronaba un precioso pectoral. Se secó el sudor de la frente con la mano y se quedó callado.
Me preguntó si quería que me arreglase algo más y yo le dije que mi tubería. Él sonrió ligeramente y continúo bajando la cremallera de su mono, justo hasta el ombligo. Joder, tenía un cuerpo de puta madre y su polla se marcaba grande y venosa. Fue entonces cuando comencé a quitarme la camiseta escudándome en el calor de la cocina. Él miró mi cuerpo y jadeó ligeramente. Alzó sus brazos y los depositó sobre mis hombros. Acercó su rostro al mío y sin mediar palabra introdujo su lengua en mi boca fundiéndonos los dos en un tórrido beso. Mientras nuestras lenguas peleaban envidiosas por conseguir saliva, con nuestros brazos comenzábamos a explorar cada uno el cuerpo del otro. Yo seguí bajando la cremallera de su traje de faena y llegué rápidamente al rizado vello púbico. Él deslizó sus dedos por el elástico de mis mallas y tiró con fuerza de ellos hacia abajo rozando mis nalgas a su paso. Mi pantaloncillo cayó al suelo liberando afortunadamente mi polla que saltó triunfal con una erección incontenible golpeando mi vientre. Yo tiré de las mangas del fontanero hacia abajo y también conseguí quitarle el mono. Pero llevaba ropa interior: un excitante tanga rojo, de esos que tiene una tirilla que te roza el ojete. Agarré el tanga de los lados y tiré con fuerza hacia abajo dejando al chico totalmente desnudo. Su olor a hombre me embriagaba. Él comenzó a descender con su boca por todo mi cuerpo. Se entretuvo unos instantes con mi cuello y jugueteó bastante con sus dientes y mis pezones que alcanzaron un nivel de dureza que hasta entonces no había experimentado. También pasó un rato de diversión con mi ombligo hasta que llegó a la polla. Esta estaba literalmente chorreando líquido preseminal destilado por mi excitación.
Primero con los dedos deslizó mi prepucio hacia abajo y con la punta de su lengua comenzó a rozarme el capullo. Empezó a meterse mi verga cada vez más dentro de su boca hasta que comenzó a mamarla literalmente. Para ayudarse en dicha labor se agarró fuertemente con una mano de mi nalga derecha mientras que con la otra jugaba con mi ojete metiendo sus dedos por el recto. Su polla estaba completamente empinada, parecía como si fuese a estallar de un momento a otro mientras que sus cojones se bamboleaban al ritmo de su cuerpo. Su lengua recorría rabiosamente cada centímetro de mi rabo mientras yo gemía escandalosamente. Con mis manos agarraba fuertemente sus nalgas y las amasaba incansablemente. Mis dedos resbalaban entre su carne y acababan en su ojete jugueteando con los pelillos. Después las dirigía hacia su pene y lo comenzaban a sacudir de arriba abajo. El roce que provocaba el deslizamiento del prepucio hacía retorcerse de placer al fontanero que continuaba con mi pene en su boca. De repente se lo sacó de la boca y me giró de espaldas. Violentamente incrustó su cara en mi culo y comenzó a lamerme el ojete, introduciendo incluso levemente su lengua en él. Cuando lo consideró suficientemente lubricado colocó la punta de su falo en mi agujero rectal y poco a poco comenzó a introducirlo. Mi polla no podía más de excitación, sentía como si me fuese a correr de un momento a otro. Él comenzó a pegar fuertes sacudidas de su polla dentro de mí y yo cada vez estaba más cachondo. Sentía cómo su pene entraba y salía rozando a cada embestida las paredes de mi recto. Después sacó su rabo y comenzamos a abrazarnos dejando que nuestros miembros chocasen y se rozasen entre sí. Yo le avisé de mi estado de excitación y él volvió a hacerme una mamada. Esta vez era con mucha más intensidad y velocidad que antes. Yo notaba como mis cojones ardían de excitación, los veía rojos y abultados, mientras que mi culo se encontraba dilatado y caliente. Comencé a gritar:
– ¡Me corro!, ¡me corro!,…
Noté cómo el semen subía a toda velocidad por el centro de mi chorra. El no se lo apartó de su boca, lo saco ligeramente y lo paso por su cara justo en el momento en el que un enorme chorrón de lefa le regaba el rostro. La segunda remesa de semen cayó directamente en su boca y el fontanero pareció degustarla sabrosamente. Parece que mi semen le había gustado bastante.
Mientras su polla continuaba totalmente empalmada. La cogí con las dos manos y comencé a manosearla gustosamente. Notaba cómo su prepucio se iba deslizando adelante y atrás con un ritmo frenético. Su capullo se revelaba ante mi rosa y lleno de sangre y sudor. Con mi lengua comencé a chuparlo cada vez con más fuerza. Me lo introduje en la boca y lo mamé rabiosamente mientras el fontanero casi gritaba de placer con restos de mi lefa cayéndole por la comisura de los labios. Sus pezones estaban erectísimos, casi como si fuesen a estallar de placer. Con mis manos jugueteaba con sus cojones, grandes y afeitadísimos. Eran suaves y ovalados, daba gusto cogerlos y darles pequeños besitos y lametones de vez en cuando. Sólo pensar en que estarían llenos de esperma me ponía cachondísimo. También mis manos le frotaban el trasero y volvían de vez en cuando a resbalar entre sus nalgas hasta el ojete donde mis dedos se debatían en lucha por entrar en el ano del muchacho, lo que le causaba un goce inimaginable. Sentir la carnosidad de su culo era algo que me fascinaba, al igual que notar con la lengua las pequeñas venas que recorrían su miembro viril totalmente enhiesto. Su olor a hombre me embriagaba, mi lengua aprovechaba para devorar cualquier gota de sudor o de líquido preseminal que pudiese gotear por su capullo.
Él repetía:
– Métemela, métemela,…
Y yo volví a repetir lo que él había hecho conmigo pero con más higiene. Cogí una pera de goma para hacer enemas y la llene de agua. Se la clave en el culo y vacié todo el líquido en él. El fontanero se subió al lavabo y evacuó en él toda el agua sucia. Entonces acoplé mi cara entre sus nalgas y mi lengua comenzó a lubricar su agujero anal. Incluso la introduje profundamente, todo lo que pude en su ojete lamiendo las paredes interiores de su ano, perfectamente limpias. Intenté llegar al punto g masculino pero mi lengua era demasiado corta así que me chupé un dedo y se lo metí simulando el movimiento de la penetración. Él gemía cada vez más fuerte y yo seguía tocándole la próstata a través del esfínter. Después fui directo al grano y le ensarté directamente la polla en el culo comenzando a frotar para dentro y para afuera. Fue entonces cuando le avisé de que me iba a correr de nuevo y él dijo:
– Córrete dentro de mí!.
Mi pene super lubricado entraba y salía ruidosamente de su culo hasta que noté cómo me corría abundantemente en su interior. Tan abundante y lubricadamente que un hilillo de mi leche comenzó a gotear desde su recto hasta el suelo. Saqué mi goteante pene y lo puse sobre la boca del fontanero que degustó nuevamente mi licor seminal. Después decidí continuar mamando su polla para conseguir que se corriese de una puta vez. Mis ojos no podían estar más abiertos y excitados viendo como una gran y encarnada polla se dirigía de frente hacia mi rostro y se introducía velozmente en mi boca hasta casi tocar mi campanilla.
Afortunadamente me avisó: me corro, me corro. Note como el calor subía por su polla cuando de repente vi aparecer el semen directo contra mi cara. Dirigí mi mano a mi rostro y comencé a restregarme las gotas que habían caído sobre él como si de una masculina crema se tratase y aproveché las segundas remesas de lefa para engullirlas literalmente saboreando el ácido sabor de sus espermatozoides.
Fue una tarde de locura. Finalmente nos duchamos los dos juntos, según decía él para ahorrar agua. Después le ayudé a colocarse el mono sujetándole la polla para que no se la pillase con la cremallera. Después le dije adiós metiéndole la lengua en la boca para aprovechar los últimos restos de mi semen y llevarme el recuerdo de su saliva. Como digo fue un polvo de campeonato. Algún día creo que voy a volver a estropear la lavadora…
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