Me encantan las buenas pollas. Siempre me han gustado. Incluso creo que no me gustan los hombres, simplemente me atraen sus pollas. Esta fascinación ha existido en mí desde siempre. Recuerdo como aún siendo niño me fijaba en las pequeñas pollas de mis compañeros de colegio en el vestuario y luego, ya en la pubertad, tenía verdaderos problemas para disimular la excitación que me producían aquellos juveniles penes expuestos a mi vista sin ninguna vergüenza.
Justamente fue en un vestuario donde chupé la primera polla. Yo tenía 16 o 17 años y jugaba en un equipo de fútbol. Después de cada entrenamiento, nos duchábamos todos en una hilera de duchas comunes, sin una simple cortina que nos separara. Yo siempre me duchaba el último y así disfrutaba de la visión de cada una de aquellas pollas mojadas pasando ante mis ojos, a veces mi excitación era tan evidente que tenía que irme sin ducharme, argumentando una supuesta prisa inexistente; Otras veces corría al lavabo a masturbarme como un poseso para intentar aliviar mi calor interno. Siempre temía que algún compañero del equipo descubriera mi extraño comportamiento, algún signo de mi atracción hacia ellos, pero, aunque a veces mis miradas eran bastante obvias, nunca había pasado nada.
Hasta que un día Carlos, el segundo portero del equipo, empezó a comportarse de un modo extraño: Insistía en ser el último en ducharse o se paseaba desnudo más tiempo del habitual, adoptando poses inusuales en un vestuario (se sentaba abriendo mucho sus piernas mostrando exageradamente su polla y sus huevos o se secaba sus genitales pasando la toalla una y otra vez con extraña insistencia). El resultado de su actitud fue que siempre nos quedábamos él y yo los últimos, normalmente solos en el vestuario. Aún así, nuestra relación fue perfectamente normal durante unas tres semanas más, nos duchábamos (a veces al mismo tiempo), hablábamos un poco y cada uno a su casa. Él seguía con sus poses provocativas, pero jamás hacía referencia a mis miradas hacia los otros chicos, si es que se había dado cuenta. Yo me quedaba encantado mirando su polla, aunque disimulaba lo más que podía, ya que al estar solos mis miradas eran mucho más obvias. Así, él era el que se duchaba el último y a mí no me importaba, ya que además del desfile de pollas habitual, tenía un «fin de fiesta» con una para mí sólo.
Yo solía secarme lentamente para hacer tiempo, esperando a que él saliera de la ducha, hasta que un día ocurrió algo impredecible: Carlos no salía de la ducha! Yo me estaba impacientando, poco a poco todos se iban marchando y él seguía en remojo, llevaba más de 20 minutos bajo el agua, cuando me despedí del último compañero y me quedé solo decidí vestirme y marcharme porque pensé que ese día no habría espectáculo. Sólo entonces, Carlos salió totalmente desnudo y con su enorme polla erecta en la mano.
– Por fin se han ido todos – dijo.
Por un momento nos quedamos los dos parados, algo confusos, quizás esperando a ver la actitud del otro. No nos movimos ni hablamos, pero mis ojos, abiertos como naranjas, se fueron directamente a su polla. Entonces él rompió el silencio.
– Crees que no me he dado cuenta de cómo miras nuestras pollas – dijo entrecortadamente – estoy seguro de que te van los tíos, ¿verdad?
– Ssssii… – susurré yo, aún atónito, casi sin pensar lo que decía.
– Ven, acércate, toca mi polla.
Fui hacia él algo temeroso, había soñado mil veces con una situación como aquella, pero en ese momento me había pillado totalmente por sorpresa y no sabía como reaccionar. Él agarró mi mano y la llevó hasta su polla. Era una delicia, caliente y dura, y al tocarla, todo el hambre de polla que yo había acumulado durante años, explotó en mí con un escalofrío placentero que recorrió mi cuerpo de la cabeza a los pies. Instintivamente, cerré los ojos y, poniéndome en cuclillas, me metí su polla en la boca. ¡Dios! ¡Tanto tiempo esperando ese momento! ¡Qué delicia! Saboreé aquella polla chupándola con ganas, como había visto hacer en tantos videos y revistas. Con mis dos manos agarré sus glúteos empujando su cuerpo hacia mí para que su tranca penetrara hasta mis entrañas. Extasiado y algo atolondrado, estuve chupando sin descanso durante un tiempo que no puedo determinar (segundos, minutos, quizá más…), hasta que su voz me despertó del trance.
– Espera, aquí no, puede vernos alguien, vamos a las duchas.
Me separé de su polla y anduve rápidamente hacia las duchas mirando su cuerpo de forma diferente, ahora ya no era un escaparate inalcanzable y lejano, sino un cuerpo real con una polla real que yo me había tragado y que volvería a tragarme. Sólo en ese momento fui consciente de que mi pene estaba totalmente erecto, más caliente que nunca a causa de la excitante situación que había vivido. Protegidos por la pared de las duchas, nos miramos nerviosamente por un momento. Carlos cogió mi polla entre sus manos y empezó a masturbarme suavemente. Yo cerré los ojos y me apoyé contra la fría pared, dejando que su mano explorara todos mis rincones secretos. Manoseó mi polla, masajeó mis huevos e incluso frotó sus dedos contra mi ano, sin llegar a penetrarlo. Se notaba que, al igual que yo, él tampoco tenía experiencia, aunque también acumulaba años de excitación no satisfecha.
– Túmbate en el suelo – me dijo casi gritando de nerviosismo – he soñado con hacer esto durante años.
Yo me tumbé en el suelo, con mi polla apuntando hacia el cielo y él me abrió las piernas y se abalanzó sobre ella engulléndola entera. Chupaba deprisa subiendo y bajando su cabeza a un ritmo infernal, pasando su lengua por mi glande para después meterse de nuevo mi polla hasta la garganta. Yo estaba excitadísimo, desprendía fuego por todos los poros, a punto de explotar regalándole toda mi leche y cuando más necesitaba que su boca siguiera envolviendo mi polla, él me abandonó súbitamente para lanzarse de inmediato sobre mis hinchados huevos. Los lamió con su lengua sin metérselos en la boca en ningún momento, sólo pasaba su lengua una y otra vez por ellos entreteniéndose en cada recoveco dejándolos totalmente húmedos de saliva. Puntualmente volvía a mi polla y me obsequiaba con algún lametón para regresar inmediatamente a mis testículos. Comprendí que estaba siguiendo un ritual, soñado, pensado y meditado durante largos años. Él, al igual que yo, había realizado aquella mamada infinidad de veces en su cabeza y seguía los pasos uno a uno, sin dejarse ninguno, ya que tenía que ser como siempre había soñado. Por eso ahora me lamía los huevos, porque estaba llevando a la realidad una fantasía nacida y elaborada durante años, evolucionada a medida que él mismo y sus deseos iban cambiando. Yo entendía perfectamente su actitud egoísta y me dejaba hacer encantado.
Luego ya disfrutaría yo del sabor de su polla y su semen en mi boca, haciendo realidad mis propios sueños. Abandonó mis huevos para centrarse de nuevo en mi polla, volviendo a tragarla como al principio, se la metió entera en la boca y fue moviendo despacio su cabeza, bajando y subiendo lentamente desde la base hasta la punta. Volvió a parar repentinamente, como antes había hecho para chuparme los huevos, y me levantó bruscamente las piernas dejándome con las piernas y el culo en el aire, apoyado tan solo sobre parte de mi espalda. Yo abrí los ojos sorprendido y noté su mirada lasciva clavada en la mía. Él rodeó mi tronco con sus brazos y, sin dejar de mirarme, fue acercando su cara muy lentamente hacia mi ano. Empezó a besarme los glúteos, con besos suaves y pausados, ahora un sitio, ahora otro. Seguía mirándome directamente, sin apartar su mirada de mis ojos en ningún momento. Siguió besándome durante varios minutos hasta que cerró los ojos y empezó a lamer con su lengua mis piernas… mis glúteos… pasaba una y otra vez por encima de mi ano sin llegar a rozarlo siquiera.
Bruscamente, se detuvo y sin apartar la cabeza de mi culo, volvió a mirarme durante un breve instante, luego cerró los ojos y se lanzó directamente por mi ano. Empezó a lamerlo con fuerza intentando penetrar mi agujero con su lengua, realizaba lametones amplios y muy húmedos, pero siempre sobre mi ano, no se apartó de él ni un segundo. Era una sensación increíble, muy agradable y que yo jamás había pensado siquiera en realizar. Yo me dejaba llevar, relajado, disfrutando de sus soberbias lamidas. Cuando pude darme cuenta ya tenía un dedo metido en mi culo. Me lo introdujo fácilmente, sin apenas resistencia gracias a la saliva repartida por todo mi ano. Me fue penetrando poco a poco hasta meterlo entero, al mismo tiempo que seguía chupando con la lengua mi ano y su dedo. Aún con su dedo en mi culo, fue subiendo su cara hacia mis huevos, sin dejar de lamer por donde pasaba, se entretuvo en ellos un momento y siguió subiendo hasta mi polla engulléndola de nuevo hasta el fondo. Empezó de nuevo a bombear con su boca sobre mi polla al mismo tiempo que movía su dedo en mi interior. Sincronizó ambos movimientos de forma que cuando se tragaba totalmente mi polla su dedo me penetraba hasta el fondo. Fue aumentando el ritmo hasta conseguir ponerme al borde del orgasmo.
– Me voy a correr… – mascullé entre suspiros de placer.
– Espera quiero que te corras en mi cara – replicó él sacando mi polla de su boca.
Me agarró la polla con la mano, y empezó a moverla a un ritmo frenético al tiempo que arrimaba su cara a mi polla para recibir toda mi leche. Yo estaba hinchado, no podía más, así que me corrí arqueando mi cuerpo hacia arriba, lanzando un gran chorro de semen directamente sobre su cara, que él intentaba recoger con su lengua para saborearlo. Me recosté de nuevo contra el suelo y abrí los ojos para verle, tenía la cara y el pelo llenos de leche, de mi leche. Inmediatamente bajé la vista hacia su inmenso cipote totalmente excitado, estaba hinchado, rojizo, brillante, apetecible. Cuando lo había chupado antes no me había fijado en que era realmente grande, unos 22 cms, bastante más que el mío. Me acerqué gateando hacia donde él estaba y me tragué su polla. Yo también sabía perfectamente lo que quería, ya que, al igual que él, lo había hecho una y mil veces en mis pensamientos más húmedos. Así que empecé a mamarle la polla al mismo tiempo que agarraba sus huevos con las dos manos. Chupaba suave, entreteniéndome con mi lengua en su glande y en su frenillo. Tragaba despacio, haciendo que sus 22 cms de carne caliente subieran por mi garganta hasta casi ahogarme. Vi que él estaba muy excitado, al borde del orgasmo, así que decidí aliviarle rápidamente sin alargar su espera. Aquello era exactamente igual a como yo lo había imaginado, una polla en mi boca y unos huevos calientes e hinchados en mis manos. Cogí sus huevos con una sola mano y con la otra agarré la base de su polla. Empecé a masturbarle al mismo tiempo que seguía chupándole el capullo. Incrementé el ritmo de la mamada, notando como él empezaba a mover las caderas descontroladamente, a punto de correrse.
-Me corro… – susurró él, quizá pensando que yo también quería recibir su leche en la cara.
Yo no le hice caso y seguí chupando aumentando aún más el ritmo, forzando a que se corriera en mi boca, porque ese era lo que yo más deseaba, ahí es donde mi amante se corría siempre en mis encuentros imaginarios. Cuando noté que se corría empujé mi boca hacia abajo, tragándome su polla lo máximo que pude y succioné con fuerza para extraerle hasta la última gota. El semen empezó a brotar con fuerza y abundancia, yo tragaba con fruición, pero aquella fuente era inagotable y empezó a rebosarme semen por los labios. Seguí pegado a su polla hasta que dejó de brotar leche y él calló rendido después de la fantástica corrida. Me senté en el suelo, apoyado contra la pared, buscando con mi lengua el semen que asomaba por la comisura de mis labios, mientras observaba su cara aún marcada con mi propia leche. Estuvimos cinco minutos callados, desnudos, inmóviles, respirando, mirándonos, asimilando lo que había pasado. Luego me puse a su lado y bajando lentamente mi cabeza hasta su polla, le di un suave beso de agradecimiento.
– Me parece que vamos a vernos mucho más a menudo a partir de ahora – dije sonriendo.
– Sí – respondió él con otra sonrisa – hace tiempo que quería dar este paso, estaba casi seguro de que te iban los tíos como a mí, pero no me atrevía. Ha sido fantástico que te hayas decidido, yo jamás habría osado…
– Me gustaría follarte – dijo repentinamente-. ¿Follarme por el culo? – repetí sorprendido.
– Sí. Y que luego me follaras a mí-.
Reflexioné durante un momento, era algo que jamás me había planteado, pero en menos de un segundo lo pensé, lo medité y decididamente, acepté.
– Me encantaría hacerlo… – dije convencido.
En ese momento, se abrió la puerta del vestuario.
– ¿Aún queda alguien? – gritó una voz femenina. Durante un momento nos quedamos paralizados, yo aterrorizado ante la posibilidad de que descubrieran lo que habíamos hecho. Carlos reaccionó antes:
– Sí – gritó abriendo un grifo – aún nos estamos duchando.
– Cada día más lentos… – masculló la mujer de la limpieza, abandonando el vestuario. Habíamos invertido más tiempo del habitual en nuestros «juegos», por suerte la mujer de la limpieza siempre preguntaba antes de pasar.
– Tendremos que ir con más cuidado a partir de ahora – dije aún asustado.
– Sí, o conseguir otro sitio para follar-.
– Sí – respondí suspirando.
Nos duchamos en silencio y nos vestimos rápidamente. Y, aunque volvimos a excitarnos, contuvimos nuestras pasiones hasta otro día en que pudiéramos estar más tranquilos. Nos fuimos apenas sin despedirnos, ya que ambos sabíamos que aquello no había acabado, simplemente era un intermedio hasta nuestro próximo encuentro.
Hoy domingo había vuelto a verle en el partido, ambos en el banquillo, pero no había tenido ninguna atención especial hacia mí, alguna mirada, alguna sonrisa, algún roce, pero poco más. Supuse que quería disimular. No sería agradable que el resto del equipo supiera de nuestra relación. Habíamos decidido no relacionarnos más de lo habitual, para no levantar sospechas. Pero yo estaba desesperado por volver a sentir su polla en mi boca, casi no podía contenerme cuando le veía.
El martes volvimos a coincidir en el entrenamiento. Yo sabía que después, en las duchas, tendría mi recompensa a tantas horas de espera. Él seguía aparentando estar distante conmigo, pero yo sabía que se moría de ganas de tenerme de nuevo. Mi sorpresa fue mayúscula cuando al entrar en el vestuario se duchó rápidamente, se vistió y desapareció sin dirigirme la palabra, despidiéndose de todos, diciendo que tenía prisa. Nubarrones de dudas crecieron en mi cabeza. ¿Qué le pasaba? Yo sabía que él había disfrutado tanto como yo ¿Tenía dudas de su identidad sexual?. A mí me parecía que no, después del paso que había dado, arriesgándose a mostrarse desnudo ante mí con su polla totalmente erecta y en clara actitud de insinuación ¿Ya había colmado su deseo sexual con la experiencia del otro día? Imposible, él me había dicho que quería más ¿Temía que nos pillaran «in fraganti?» Puede ser, aunque no le había importado mucho la otra vez. Quizás simplemente disimulaba (en exceso) para que nadie sospechara, al menos eso es lo que yo quería creer, pensando que a la menor oportunidad volveríamos a colmar nuestros cuerpos.
Llegó el jueves y su actitud no cambió en absoluto, hablaba y bromeaba con todos sin tener conmigo ningún detalle especial. Se duchó y empezó a vestirse para irse. Yo estaba destrozado, apenas me fijaba en el resto de las pollas pululando a mi alrededor, absorto en oscuras cábalas, pensando que jamás iba a volver a probar aquella polla, que el ansiado regalo que se me había hecho, me había sido robado sin piedad. Tan ensimismado estaba, que no me di cuenta que, aunque había 3 o 4 chicos en las duchas, en el vestuario nos habíamos quedado solos por un momento Carlos y yo. Se acercó rápidamente y me plantó un suave beso en los labios, mientras me agarraba la polla con su mano.
– Me muero por tenerte de nuevo, pero hemos de ser precavidos – susurró a mi oído – Este fin de semana estoy solo, ven a mi casa el viernes por la noche y… Un chico salió de la ducha y Carlos se alejó de mí de un salto; El otro no vio nada. Me acerqué a mi amante y le susurré:
– ¿Estás solo todo el fin de semana?
– Sí – respondió sin mirarme – mis padres se van a visitar a mis abuelos y mi hermana se va de excursión con sus amigas hasta el domingo.
– En mi casa diré que tenemos concentración y me quedaré a dormir contigo-.
– Perfecto.
Me separé de su lado y entré en la ducha, exultante de felicidad. Cuando salí, él ya se había ido, pero no me importó… Todo el viernes estuve nervioso, no atendía en clase y tenía que controlar mi excitación para que no se notara a través de los pantalones. Llegué a casa, preparé una bolsa de deporte y dije que no vendría a dormir que teníamos concentración porque el partido del domingo era muy importante.
Nadie se extrañó, ya que, aunque no era habitual, hacíamos siempre un par de concentraciones al año. Movido por la impaciencia, llegué a casa de Carlos a las siete de la tarde, antes de lo previsto y sus padres aún no se habían ido. Me presentó como un amigo del equipo y nos sentamos a ver la tele. Estábamos los dos en el mismo sofá aparentemente atentos al programa, haciendo tiempo hasta que sus padres se marcharan. Sin mediar palabra Carlos puso su mano sobre mi pierna. Yo llevaba unos pantalones cortos de deporte y me sobresalté al notar su piel contra la mía. Empezó a subir su mano lentamente hacia mi entrepierna.
– ¿Estás loco?, nos van a ver – le dije.
– Ssshhh, los oiremos venir, están haciendo las maletas – respondió – esto sólo es un adelanto de lo que vendrá después…
Él sabía que no iba a negarme a hacer nada de lo que propusiera, por eso dejó de hablar y siguió subiendo su mano por dentro del pantalón hasta alcanzar mi polla. Empezó a masturbarme lentamente sin inmutarse, seguía viendo la televisión como si nada. Mi polla empezó a reaccionar, la erección ya se notaba a través del pantalón y yo estaba empezando a excitarme mucho. Rápidamente, sin darme tiempo a reaccionar, me sacó la polla del pantalón y se la metió en la boca. Chupaba lentamente, no quería que me corriera, sólo quería excitarme.
Siguió mamando durante unos minutos, pero siempre con mesura, pasando su lengua a través de mi tranca una y otra vez, sin acelerar el ritmo, sólo manteniendo mi erección y mi placer en el grado máximo sin llegar a consumarse. «¡Carlos, nos vamos!» El grito de su madre nos devolvió a la realidad, rápidamente me escondí la verga en el pantalón y tuve que taparme con un cojín para disimular mi excitación. Me despedí de sus padres con un saludo, lógicamente sin levantarme del sillón. Él los acompañó a la puerta y se despidió de ellos. Cuando se marcharon miró a través de la mirilla durante unos segundos y luego pasó el cerrojo de la puerta, dejándonos totalmente protegidos de visitas inesperadas.
– Espérate un momento – dijo Carlos dejándome solo – tengo que preparar algunas cosas.
El susto de sus padres había conseguido que mi polla se relajara un poco, pero mi cerebro hervía más que nunca deseando empezar ya con la «actividad» para la que había venido.
– ¡Ven a mi cuarto! – gritó al cabo de un minuto.
Me levanté de un salto y me quité los pantalones y la camiseta, quedándome sólo con los calcetines y las zapatillas de deporte. Pensando que le excitaría verme así, me dirigí a su cuarto.
– Estás muy bueno – dijo observando mi cuerpo – pero con esta ropa aún estarás mejor – y señaló lo que había preparado encima de su cama.
Miré hacia su cama y vi dos medias blancas y unas braguitas y un sujetador también blancos. Además había un consolador de color carne. Me estremecí al ver aquello. Yo nunca había pensado en vestirme con ropa de mujer. A mí me gustaban las pollas, los tíos, y nunca había fantaseado con travestirme. Pero ni por un momento llegué a plantearme el negarme a hacer lo que Carlos me pedía; Primero, porque en ese momento me excitó la idea de vestirme de chica y segundo, porque, con tal de volver a notar su polla en mi boca, hubiera hecho cualquier cosa que me hubiera pedido.
– Es todo de mi hermana – me explicó él – Yo me he follado muchas veces con su consolador, ella cree que no sé que lo tiene. Pero lo he usado infinidad de veces. Tendré que metértelo para agrandar tu ano. Pero de momento ponte esa ropa. Te espero en el salón.
Yo me acerqué a la cama y empecé a vestirme, me puse las medias que me llegaban hasta medio muslo, acomodé mis genitales lo mejor que pude en las braguitas que apenas cubrían nada, tan sólo eran algo más grandes que un tanga, y finalmente me puse el sujetador. He de reconocer que mientras me vestía me excité enormemente, sobre todo cuando me miré en el espejo del armario: Parecía una auténtica chica. Yo era alto y delgado y casi no tenía pelo por el cuerpo, el sujetador era bastante pequeño así que lo llenaba sin problemas. Cogí el consolador y empecé a chuparlo, mirando impresionado mi reflejo en aquel espejo, parecía una auténtica chica chupando una polla: Estaba preciosa. Salí al salón andando lentamente, intentando feminizar al máximo mis movimientos. Me paseé disimuladamente por delante de Carlos, adoptando poses insinuantes, excitándole con mis movimientos. Él me miraba atónito, alucinado, sin pestañear siquiera, sin perder detalle de ninguna de mis provocaciones.
– Estás impresionante… – fueron las únicas palabras que pudo pronunciar.
Se levantó y se fue quitando la ropa hasta quedar totalmente desnudo. Luego me cogió de la mano y me llevó hasta su cuarto. Allí me tumbó en la cama de rodillas, dejando mi cabeza pegada al colchón y mi culo en pompa. Durante un momento se alejó de mí un par de metros y me observó durante unos segundos, recreándose la vista. Luego se acercó directamente a mi culo y empezó a besar todo lo que asomaba de las braguitas. Esa era una sensación que yo ya había experimentado en nuestro primer encuentro, sabía que me lamería por todas partes menos en el ano, para posteriormente centrarse sólo en mi agujerito. Efectivamente, pasó su lengua por todo mi culo, dejando para el final mi orificio. Me apartó las bragas hacia un lado, sin sacármelas, y empezó a lamer mi ano con destreza, apretando su lengua simulando que me penetraba, para luego dar lametones por toda la zona. Yo disfrutaba enormemente de esta caricia, a la cual me había aficionado cuando me la había hecho por primera vez en las duchas del vestuario. Después de lubricarme con su saliva cogió el consolador y sin mediar palabra intentó metérmelo. Mi culo se resistía, hasta que de tanto apretar consiguió meter la punta y mi ano se quejó con un dolor agudo que me obligó a gritar.
– AHHHH!, me duele!!
– Espera. Pensaba que con la saliva habría bastante, pero hace falta un lubricante. Voy a buscar lo que yo siempre uso.
Salió un momento y volvió con un frasco de crema suavizante o algo así. Cogió un poco y untó el consolador a conciencia. Luego introdujo su dedo aún lubricado con la crema en mi culo. Apenas noté como entraba, no me dolía en absoluto, aquella crema era fantástica.
– ¿Mejor? – me preguntó.
– Sí, ahora me gusta – respondí.
– Ya tienes dos dedos dentro y ni te has enterado.
– ¡Dos dedos!-. Realmente mi ano se estaba dilatando a marchas forzadas.
Sacó los dedos y apuntó de nuevo con el consolador hacia mi culo. Empujó lentamente y sin ningún problema fue metiéndolo hasta el fondo. No me dolía, pero sí lo sentía, era realmente grande y me llenaba por completo.
– Ahora voy a abrirte el culo, para que te pueda entrar mi polla – y diciendo esto empezó a mover el consolador en mis entrañas.
Primero lentamente y progresivamente aumentando el ritmo, hasta que realmente parecía que me estuviera follando. Yo disfrutaba de la situación, dejando que aquel artilugio expandiera mi ano para recibir luego toda su polla. Me introdujo el consolador hasta el fondo y dejó de moverlo. Se levantó y vi como se untaba la polla con crema. Se acercó de nuevo y me sacó el consolador del culo. También me quitó las braguitas, dejando mi culo totalmente desnudo. Se subió a la cama y se arrodilló detrás de mí. Apuntó con su polla a mi ano, yo notaba como buscaba el agujero de entrada. Por un momento me estremecí, por fin, mi culito virgen iba a ser estrenado por una auténtica polla!!! A pesar del considerable tamaño de su polla, empezó a entrar sin ningún problema. El consolador había hecho su trabajo y mi ano se tragó enteramente aquella hermosa tranca. La noté caliente y dura en mis entrañas. Era una sensación fantástica. Cuando una buena te folla te sientes lleno, tranquilo, satisfecho, es difícil de entender para la gente que no lo ha probado. Después de permanecer un rato dentro de mí, inmóvil, empezó un bombeo rítmico y pausado. La sacaba casi hasta la punta para luego volver a meterla de un golpe hasta el fondo. Progresivamente fue incrementando la velocidad de sus movimientos. Empezaba a moverse muy deprisa, casi a convulsiones. Sus huevos golpeaban fuertemente contra los míos en cada embestida, su polla entraba salvajemente en mis entrañas mientras él me agarraba fuertemente del culo, temiendo salir de mi culo en uno de sus bruscos movimientos. De pronto su cuerpo se congestionó, todos sus músculos se tensaron y me agarró aún más fuerte, casi de forma dolorosa. En su última embestida, apretó su polla hasta metérmela del todo y se dejó caer sobre mi espalda abrazándome por el tronco. Culeó brutalmente 4 o 5 veces soltando un espeso chorro de leche caliente en mis entrañas. La sensación fue increíble, un cipote fuerte y poderoso tomando mi cuerpo, pegado a mí sin poder separarse, notando su semen caliente recién exprimido en mis entrañas. Caímos los dos sobre la cama, con su polla aún dentro de mí. Yo pensaba que él estaría rendido, después del esfuerzo que había hecho, pero se irguió inmediatamente.
– Tómame, vamos, fóllame tú – me dijo poniéndose de rodillas sobre la cama y abriéndose el culo con ambas manos -.
– Me muero por tener una auténtica polla dentro de mí. Yo no me lo pensé dos veces, me quité el sujetador y me unté la polla con crema y cogí el consolador para lubricarlo.
– No necesito el consolador, lo he usado muchas veces antes y ya tengo el culo a punto.
Dejé el consolador y me abalancé sobre su culo. Efectivamente, mi polla entró sin ningún problema en aquel acostumbrado agujero. Imité lo que él había hecho conmigo, entrando poco a poco y metiéndola hasta el fondo.
– ¡Vamos! Muévete, poséeme, fóllame, quiero sentir como me rompes el culo putita mía – gritó Carlos fuera de sí, como poseído.
Yo empecé a encularle con fuerza. Me movía furiosamente dentro de su ano, empujando a un ritmo regular, golpeando contra sus nalgas en cada sacudida. Él gritaba entrecortadamente en cada embestida y yo me moría de placer sintiendo como toda mi tranca era tragada por su culo. Entonces levanté la vista y observé nuestra imagen reflejada en el espejo. Era una visión fantástica, hipnotizante. Dos chicos jóvenes, uno recostado de rodillas sobre la cama con el culo ofrecido y el otro, sólo vestido con unas medias blancas, apoyado sobre él penetrándole salvajemente. Esta visión celestial acabó con todo mi aguante y, de un soberbial empujón que casi tiró al suelo a mi amante, entré del todo en aquel culo para correrme en lo más profundo de él. Mi chorro fue abundante y estuve corriéndome durante más de 30 segundos, sin dejar de empujar durante todo ese tiempo, sobre el cuerpo aprisionado de Carlos, cuyas piernas no habían resistido la embestida y estaba totalmente estirado sobre la cama. Poco a poco mi energía que parecía infinita fue apaciguándose y salí del placentero culo de mi amante, que giró su cuerpo hacia mí con una sonrisa de extrema felicidad dibujada en su cara. Al girarse vi que su polla presentaba una erección considerable, casi instintivamente acerqué mi cara a ella y me la metí en la boca. Me encantaba aquella polla y ese día aún no la había probado. Tenía un sabor extraño, quizá porque sólo hacía unos minutos que había salido de mí, pero yo chupé con insistencia, tan bien como podía hacerlo en esos momentos de confusión mental. Carlos se corrió tranquilo, sin convulsiones, con un ligero giro de cuello y un gritito casi inaudible. Su leche en mi boca, caliente y deliciosa como siempre, fue una bonita guinda a aquella noche de pasión.
La relación con Carlos fue muy intensa, tanto ese fin de semana como durante todo aquel verano. Aprendimos juntos los secretos del sexo en apenas unos meses, hicimos todo lo que dos hombres pueden hacer. Poco a poco, fuimos perdiendo el pudor a que nuestra relación fuera descubierta, e incluso nos la chupábamos en algunos parques o callejones oscuros. Nuestra relación terminó bruscamente al final de ese verano cuando elegimos universidades de ciudades diferentes. Aunque volveríamos a encontrarnos algunos años después para protagonizar un corto, pero increíble «affaire». En la universidad fue donde mi sexualidad explotó en todo su esplendor, organizando orgías increíbles, asociaciones secretas «sólo para hombres» e incluso un lío con un profesor…
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